MARÍA DUEÑAS
La escritora comparte sus ideas y vivencias.
Comparto unos días de este verano raro con mi amiga Bina Daigeler. Contemplamos juntas el mar, cenamos su delicioso tartar de salmón y su caponata siciliana; me pasa la receta del vitello tonnato y yo intento compensar sus manos diestras con gamba roja que cuezo al estilo de Quique
Dacosta, ensaladilla rusa y salmorejo. Y hablamos, claro, hablamos largamente. Recordamos instantes de la infancia de nuestros hijos, cuando disfrutaban juntos de los campamentos. Rememoramos también la adaptación televisiva de mi novela El tiempo entre costuras, cuyo inolvidable vestuario creó ella misma casi prenda a prenda. Y nos ponemos al día sobre cómo hemos vivido el confinamiento, cómo marchan nuestros trabajos respectivos y los efectos que la maldita Covid-19 está teniendo en ellos. Superados los tiempos más oscuros de la pandemia, vamos conociendo los montones de proyectos programados para estos últimos meses que al final se han quedado sin estreno. De los dos últimos trabajos de Bina, casi por los pelos, uno sí logró ver la luz en su momento: la magnífica serie de HBO Mrs. America, una de las producciones más ambiciosas del año. La protagoniza Cate Blanchett en el papel de Phyllis Schlafly, la controvertida antifeminista norteamericana de los años 70. Y Bina se ha encargado de vestirla; a ella y al resto del elenco, un magnífico cast para el que ha contado con un presupuesto de varios millones de dólares, el sueño de cualquier figurinista. Sobrios trajes de chaqueta en tonos pastel, faldas lápiz, twitsets, lazadas al cuello y broches de oro y perlas componen la imagen clásica de aquellas fervorosas amas de casa transmutadas en activistas ultraconservadoras que lucharon en contra de la Equal Rights Amendment. En el sector opuesto, el estilismo marca un contraste radical: minifaldas, jeans acampanados, camisas con estampados alucinógenos y bolsos en bandolera para aquellas feministas posicionadas a favor de la enmienda. Los resultados han sido tan elogiados que incluso se han llevado la ovación de la exigente y prestigiosa Vanessa Friedman, chief fashion critic de The New York Times y una de las personalidades globales más influyentes en el universo de la moda.
Ambas, Bina y Vanessa Friedman, coinciden en sus planteamientos: diseñar un vestuario va mucho más allá de poner en los actores ciertas prendas para que resulten atractivos o convincentes en el papel que representan. El vestuario es también elocuente: habla por sí mismo y elabora un discurso. Representa una identidad y escarba en el alma de los personajes, se adentra en su ideología, en sus incertidumbres, en las transformaciones tanto individuales como compartidas por la sociedad de un momento.
Y, si para recrear los años 70 hubo de implicarse a fondo, no puedo imaginarme lo que tiene que haber sido sacar adelante el desafío de la superproducción de Disney Mulán, cuyo estreno mundial, por causa del maldito coronavirus, aún sigue en el tintero. Un intenso viaje por China para conocer a sus artesanos tradicionales, un equipo de alrededor de 200 personas, largos meses de rodaje en Nueva Zelanda y un presupuesto de infarto es lo que Bina ha necesitado para recrear el vestuario de la joven heroína. Si hace dos décadas Mulán sedujo al mundo con su maravillosa peli de animación, estoy convencida de que su remake en versión live action volverá a enamorarnos. Estos tiempos inciertos han empujado montones de proyectos y planes hacia un horizonte aún difuso. Conciertos, festivales, novelas. Cursos de verano, viajes, reencuentros. Confiemos en que se trate sólo de un parón y podamos pronto recuperar el pulso. Propongo para ello que intentemos emular a la legendaria guerrera china y le plantemos cara al futuro con sentido de la responsabilidad, audacia y coraje.