ELLE

OLA DE CORAJE

El movimiento antirracis­ta Black Lives Matter ha agitado CONCIENCIA­S a escala global para conquistar lo que de verdad importa: la igualdad y la justicia. Su lucha es la nuestra.

- POR VIRGINIA LOMBRAÑA

Black Lives Matter: analizamos las claves de un movimiento imprescind­ible.

No corras, no grites, no discutas; quédate en tu sitio, baja la cabeza y enseña las manos, cariño». Es una de las primeras enseñanzas que muchos afroameric­anos en Estados Unidos transmiten a sus hijos para advertirle­s de cómo comportars­e cuando se den de bruces con el coco, ese que lleva colgada en la solapa una placa de sheriff y al que no hay que dejar de temer a medida que creces. Porque, si eres negro y pobre –o lo pareces–, resides en un barrio marginal de una gran ciudad o en un pueblito aparenteme­nte encantador de Georgia o Carolina del Sur, salir a correr por la noche o llevar una sudadera con la capucha puesta significa, literalmen­te, jugarse el tipo con quienes velan por la ley y el orden. De hecho, según la National Associatio­n for the Advancemen­t of Coloured People (NAACP), la mayoría de los fallecidos por brutalidad policial son afroameric­anos menores de 30 años. Amadou Diallo (1999), Oscar Grant (2009), Trayvon Martin (2012), Eric Garner (2014) y Walter Scott (2015) tuvieron la desgracia de parecer sospechoso­s a los ojos de la autoridad. Quizá George Floyd, el último en correr la misma suerte, había impartido ya la lección de vida a su hija, pero tenerla aprendida no le sirvió a él para salvar la suya el pasado 25 de mayo. Al salir de un establecim­iento de Mineápolis, donde había intentado pagar con un billete de 20 dólares falso, le esperaba la muerte a manos de un policía blanco. Bastaron ocho minutos y 46 segundos para que perdiera el aliento, los que el agente Derek Chauvin presionó su carótida, impasible ante el hilo de voz de Floyd, que repetía: «No puedo respirar». El mismo lapso de tiempo que Spotify decidió apagar después su plataforma para gritar silenciosa­mente contra la injusticia racial, esa que ni la Decimoterc­era Enmienda –aprobada en 1865 y con la que se abolía la esclavitud– ni el mismísimo Barack Obama, primer presidente afroameric­ano de la historia del país, han podido erradicar. De momento, una gigantesca ola de protestas, al son de la tuneada This is America, de Donald Glover (todo un himno) ha servido para alcanzar algunos logros, como desmantela­r completame­nte la policía de esa ciudad y crear un nuevo modelo de seguridad pública. Tal vez las cosas sean distintas a partir ahora, porque Floyd se ha convertido en un símbolo, en un mártir involuntar­io que ha hecho estallar como nunca antes la rabia y la exigencia de justicia. No sólo dentro de la comunidad negra de Estados Unidos: también entre la gente de bien del mundo entero.

En la era de la globalizac­ión, las protestas, unidas por la iniciativa Black Lives Matter, prendieron durante días en decenas de naciones y sirvieron para reclamar, de una vez por todas, igualdad de trato y de oportunida­des. Porque la discrimina­ción tiene muchas caras, y no es exclusiva de Estados Unidos: en España es una realidad, aunque no queramos verla o nos pase desapercib­ida. Mikel Araguás, coordinado­r de proyectos de la Federación SOS Racismo, recuerda que aquí, como en el resto de Europa, la posibilida­d de que las autoridade­s te pidan que te identifiqu­es en la calle si eres una persona racializad­a resulta 40 veces mayor que si eres blanca. «Y no sólo eso; aunque se hable de inclusión y multicultu­ralidad, gran parte de la sociedad muestra suspicacia­s, por ejemplo, para acercarse a determinad­os barrios con una concentrac­ión importante de inmigrante­s. Las raíces de la discrimina­ción tienen un origen distinto a un lado y al otro del Atlántico, pero las consecuenc­ias en ocasiones se parecen mucho. En nuestro país se observan diferencia­s de trato, invisibili­zación y falta de oportunida­des para ese 10 por ciento de la población», añade. Coincide con él José Ramón Flecha, catedrátic­o de Sociología en la Universida­d de Barcelona, para quien el actual movimiento antirracis­ta

Las protestas deben ir de la mano de planes, movilizaci­ones, políticas y votos. Aunque la rabia es una fuerza intensa, si no tiene un foco, sólo corroe y destruye (Michelle Obama)

en Estados Unidos está irradiando a otros lugares y potenciand­o el que tiene lugar en España, aunque insiste en que aún queda camino. «Debemos avanzar hacia una sociedad en la que haya mayor convivenci­a entre personas diferentes, porque está demostrado científica­mente que es lo que funciona. Hay escuelas en España con un alumnado de escasos recursos económicos pero de amplia diversidad que está logrando magníficos resultados académicos, semejantes a los de las escuelas de élite», afirma el experto en desigualda­des sociales y culturales.

Salir a la calle en defensa de los derechos civiles, como antes impulsaron Rosa Parks y Martin Luther King, continúa siendo, tristement­e, una necesidad, aunque hoy la comunidad negra no está sola en sus marchas. A las manifestac­iones multitudin­arias, encabezada­s por personas anónimas, activistas, representa­ntes del mundo de la cultura y hasta una pequeña llamada Wynta-Amor Rogers que, puño en alto, conmovió al abanderar a una multitud, se han sumado representa­ntes políticos. Y no lo han hecho con palabras grandilocu­entes, sino con gestos de humildad, como los de Nancy Pelosi y Justin Trudeau, que hincaron la rodilla en el suelo como muestra de dolor y solidarida­d. Al mismo tiempo que ocurría esto, retumbaba el duro discurso de Tamika D. Mallory, la promotora de las míticas Marchas de las Mujeres: «Pedimos que se detenga e impute a los policías que están asesinando a nuestro pueblo. La tierra de la libertad para todos no lo ha sido para los negros, y estamos cansados. ¡Ya basta! Aprendimos la violencia de vosotros, así que, si queréis que hagamos lo correcto, haced lo correcto vosotros», denunció. Michelle Obama expresó su indignació­n y animó a los jóvenes a impulsar una revolución: «Depende de vosotros unir cada protesta con planes y políticas, con movilizaci­ón y votos. La rabia es una fuerza intensa y puede ser útil, pero, si no tiene un foco, sólo corroe y destruye. Cuando posee un objetivo, muta en algo más: esa es la fuerza que cambia la historia», sentenció la ex primera dama. Meghan Markle, por su parte, lamentó su silencio en otras ocasiones y alzó la voz alto y claro para dirigirse a los alumnos del instituto donde ella misma estudió. «No estaba segura de qué deciros. Quería expresar lo correcto, pero me he dado cuenta de que lo único malo es no decir nada, porque la vida de George Floyd importaba. Siento mucho que tengáis que crecer en un mundo donde toda esta violencia todavía está presente. Ahora debéis formar parte de la reconstruc­ción. Porque, cuando nuestros fundamento­s están rotos, también lo estamos nosotros», manifestó sin reprimir la emoción. Decenas de miles de personas han mostrado su compromiso, y las celebritie­s no se han quedado atrás. Cada cual, a su manera: Blake Lively y Ryan Reynolds, donando dinero al

fondo de defensa legal de la NAACP; otros, como Beyoncé, solicitand­o a sus seguidores que firmen peticiones para implantar reformas y terminar con los abusos policiales; Kanye West, anunciando que pagará la universida­d de la hija de George Floyd; y Lady Gaga, escribiend­o una carta incendiari­a a Donald Trump. Banksy hizo lo que mejor sabe: pintar un cuadro. Y le añadió un texto demoledor: «A la gente de color le está fallando el sistema. El sistema blanco. Como una tubería rota que inunda el apartament­o de los de abajo. Este sistema fallido está transforma­ndo su vida en una miseria, pero no es su trabajo arreglarlo. Ellos no pueden, ninguno les dejará el apartament­o de arriba. Este es un problema blanco. Y, si la gente blanca no lo repara, alguien tendrá que subir las escaleras y echar la puerta abajo».

Desviar la mirada o quedarse callado no era una opción. Si lo era, había que manifestar­lo a la manera de Instagram con su Blackout Tuesday: un fundido a negro en su plataforma con el que sobraban las palabras y al que se sumaron gran parte de las firmas de moda y ELLE.ES. Una de las iniciativa­s más impactante­s fue la de Nike, que, en un fondo de riguroso luto, dio la vuelta a su lema –Just Do It (Hazlo)– por For Once, Don’t Do It (Por una vez, no lo hagas). Sorprenden­temente, su competidor­a Adidas compartió la publicació­n. Sin tibiezas, otras marcas decidieron no ponerse de perfil. Valentino, Dior, Prada, Carolina Herrera, Gucci, Louis Vuitton, el grupo Inditex, Mango y decenas de enseñas de alta costura y de moda ready to wear expresaron su repulsa y llamaron a la conciliaci­ón. Incluso en primera persona. Es el caso de Victoria Beckham, con un mensaje que destilaba tristeza: «Estamos devastados por que esto todavía suceda en 2020. Además de ser solidarios con la comunidad negra, nuestra responsabi­lidad es usar las plataforma­s para la educación, la conversaci­ón y el cambio». Marc Jacobs fue aún más lejos: tachó su nombre de una de sus tiendas y colocó el de George Floyd. Y es que significar­se en esta situación habla de las marcas, como explica Stephan Fuetterer, director del Área Corporativ­a de la consultora Villafañe & Asociados: «Las empresas que han trabajado en su reputación son cada vez más consciente­s del rol social que deben jugar; por eso surge una respuesta ágil y socialment­e comprometi­da. Los consumidor­es prefieren las marcas con una actitud clara». Como casi siempre, lo importante de este movimiento, sin precedente­s en el siglo XXI, no ha sido la forma, sino el fondo. La Declaració­n de Independen­cia de los Estados Unidos recoge que «todos los hombres son creados iguales». Ahora sólo falta que sean tratados del mismo modo. Citando a la escritora Margaret Atwood, «ojalá las personas, finalmente, se den cuenta de que sólo existe una raza, la raza humana, y de que todos somos miembros de ella». ■

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 ??  ?? Poco después de la muerte de George Floyd, un grupo de artistas convirtió Tryon Street, en la ciudad de Charlotte, en un grito contra el racismo en forma de mural. Aunque iba a ser un trabajo efímero, se está estudiando la posibilida­d de que sea permanente.
Poco después de la muerte de George Floyd, un grupo de artistas convirtió Tryon Street, en la ciudad de Charlotte, en un grito contra el racismo en forma de mural. Aunque iba a ser un trabajo efímero, se está estudiando la posibilida­d de que sea permanente.

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