DURÃO BARROSO
Al habla con un gurú de la economía.
El hombre que evitó que Europa naufragara en 2008 lanza un mensaje de esperanza en plena tempestad de la postpandemia. Responde (y posa) para ELLE desde el otro lado de la pantalla del ordenador.
Pero no vamos a hablar castellano?», pregunta José Manuel Durão Barroso (Lisboa, 1956) desde su casa, en Londres, con un dominio más que correcto de la lengua de Cervantes. Entonces, en Madrid se oye casi una aclamación. Nuestro equipo, compuesto por cuatro personas pertrechadas de mascarillas y geles hidroalcohólicos, está preparándose para la prueba de fuego periodística de 2020: una sesión de fotos por videoconferencia. La llamada había comenzado en inglés, con todos los protocolos debidos a una gran figura de la historia europea reciente, y este gesto de distensión y de cercanía, a pesar de los casi 1.200 kilómetros de distancia, es justo lo que hace falta para sentar un tono cálido y relajado. Durante los 20 minutos siguientes, con infinita paciencia, él mismo se coloca con el teléfono móvil en las posiciones que le indicamos –frente a la librería, sentado en ese sillón, apoyado en la ventana...– mientras, a este lado, un miembro del team realiza capturas en el portátil y otro dispara una cámara que apunta hacia la pantalla. Algunas de esas instantáneas ilustran estas páginas. «El vuestro es un país que me gusta mucho, soy sinceramente amigo de España. Y una parte de mis antepasados, la familia Durão, viene de Galicia. Mi bisabuelo era el señor José Durán, con ene, de Pontevedra», me cuenta más tarde sobre el impulso de acercamiento lingüístico con el que nos ha recibido.
El que fue primer ministro de Portugal de 2002 a 2004 y luego presidente de la Comisión Europea durante una década, entre 2004 y 2014 (es decir, quien pilotó la respuesta continental a la crisis financiera), se dedica ahora a analizar el futuro de los mercados como presidente no ejecutivo de Goldman Sachs International, una de las filiales del grupo de banca de inversión. Así que pocas personas existen en el mundo igual de preparadas para arrojar luz sobre los retos y las oportunidades que la era postcoronavirus abre para nuestra economía y la de nuestro entorno. Por eso, por esa visión capaz de abarcarlo casi todo, nos hemos aventurado con él en una entrevista de largo recorrido cuyas imágenes también superan en distancia focal a cualquier teleobjetivo. Empecemos por la gran pregunta: ¿cómo va a afectar esta pandemia a los bolsillos de los ciudadanos europeos?
A corto o medio plazo, depende de un factor que aún nadie conoce, que es cuándo vamos a disponer de una vacuna o de un tratamiento.
¿Y a largo plazo? ¿Qué cambios duraderos consideras que nos traerá?
Vamos a ver enormes transformaciones. Como la digitalización y el teletrabajo. Yo mismo llevo ya un tiempo trabajando desde mi casa, por medios virtuales. Parece que, tras implementar esta práctica, la productividad en muchos casos no desciende; al contrario: aumenta. Para mí, esta emergencia está acelerando las tendencias que ya notábamos antes. Como ciertas resistencias a la globalización, con la tensión entre Estados Unidos y China. Se dan dos realidades contrapuestas: por un lado, más nacionalismo, más egoísmo, más conflicto... Por otro, la gente ha empezando a entender que, para lidiar con una enfermedad que no respeta fronteras, necesitamos más cooperación internacional. El futuro no está escrito. Lo eligen los líderes y la ciudadanía en función de sus intereses.
¿Qué hay de los objetivos ecológicos que se habían fijado antes de la Covid-19? ¿Se mantendrán o nos olvidaremos de la economía verde fácilmente?
En este asunto, se darán igualmente dos tendencias contradictorias. Por un lado, la urgencia de los gobiernos será intentar recuperar el empleo, y pueden llegar a pensar que no existen recursos para todo. Su tentación será colocar el Green New Deal en una posición secundaria. Sin embargo, es probable que eso no suceda finalmente, porque la Unión Europea está reafirmando las
En los momentos difíciles, me acuerdo de una frase que se ha convertido en mi lema: «Nunca pierdas el entusiasmo, incluso si pierdes tus ilusiones». Aunque uno reciba malas noticias, no debe perder las ganas de hacer cosas
propuestas a favor del medio ambiente. En el Plan de Recuperación está clarísimo: una gran parte de las subvenciones prometidas son para proyectos compatibles con el crecimiento sostenible. La incógnita es hasta qué punto están dispuestos Estados Unidos y China, los dos mayores contaminadores mundiales, a realizar el mismo esfuerzo. Quizá eso suponga problemas de competitividad para Europa.
¿Encuentras similitudes con la crisis de 2008, que tú manejaste como presidente de la Comisión? ¿Y diferencias?
Diría que esta será más profunda, porque nuestras economías han estado literalmente paradas. Eso sí, si se hallan soluciones, yo espero que la recuperación resulte más rápida y duradera. Y sé que vamos a resistir, como entonces. La verdad es que fuimos capaces (con costes muy elevados, es cierto) de evitar el colapso de varios países y de proteger el euro. Pero, claro, tampoco deberíamos subestimar las dificultades.
Qué iniciativas adoptarías como prioritarias si todavía estuvieras en las instituciones? En inversión, lo ya anunciado es suficiente. Si sumamos el Plan de Recuperación y el presupuesto plurianual, son 1,85 billones de euros. Cifras astronómicas, sin precedentes. Y combina eso con las medidas del Banco Central Europeo... Al final, se trata de una forma de mutualización de la deuda; si bien no es completa, supone un paso importante porque rompe algo que ha sido un tabú para los estados del norte. Lo esencial es que todo se lleve a cabo sin burocracias innecesarias, con determinación.
Se habla de volver a traer a nuestro continente ciertas industrias que hemos ido perdiendo en beneficio de otras zonas del planeta. ¿Eres partidario de ello?
Sí, aunque sin cuestionar la globalización, porque eso no nos interesa. El mercado chino es el primero para nosotros, o está muy cerca de serlo, así que será fundamental mantenerlo abierto. Dicho esto, en algunos sectores estratégicos sí resulta lógico pensar en una relocalización.
¿En cuáles?
En el farmacéutico, por ejemplo. Está claro que, en determinadas cadenas productivas, no deberíamos ser completamente dependientes de las redes de distribución de otros países. También para garantizar nuestra resiliencia. Y no me refiero sólo a industrias. En alimentación, en agricultura, hoy somos autosuficientes; y recuerdo que, cada vez que la Comisión presentaba sus planes de Política Agrícola Común, había voces –en concreto anglosajonas– que los criticaban porque supuestamente eran proteccionistas y un sinsentido. Ahora se han demostrado vitales, pues, a pesar de que la crisis ha sido grande, no se ha registrado ni un problema de abastecimiento. Como en la vida normal, lo que se requiere es prudencia. Hemos de seguir abiertos al mundo sin ser ingenuos, con capacidad para cubrir nuestras propias necesidades.
Tras las tensiones entre el norte y el sur al hilo de los eurobonos, ¿el proyecto común está en riesgo? No, creo que es más resiliente de lo que con frecuencia se le reconoce, aunque quizá yo sea un poco parcial en esto. La Unión no es perfecta, pero sin ella todo sería más difícil. Cuando era presidente, muchos preveían que Grecia iba a salir del euro, e incluso que la moneda se desintegraría. Hoy, Grecia continúa dentro y la nuestra es la segunda divisa más importante del planeta. Es habitual un pensamiento demasiado crítico contra la Unión Europea porque la gente no entiende que, por definición, la institución trabaja sobre la base del compromiso. Eso significa que no vas a lograr el cien por cien de lo que quieres. Entonces, ¿saldrá fortalecida o debilitada de esta prueba?
Siempre he dicho que es en las situaciones de crisis cuando la Unión Europea avanza, como sucedió con el crac de 2008. Sigo convencido de que necesita mayor cohesión, porque incluso los países más grandes que la componen están viendo que no son igual de fuertes que Estados Unidos o China. Eso sí, tampoco nos cerremos.
Con una Rusia agresiva, una China mucho más decidida y unos Estados Unidos imprevisibles, Europa tiene que pensar en términos políticos y estratégicos. De lo contrario, acabaremos por ser el terreno de juego en lugar de los jugadores
A pesar de su elevado coste, sé que vamos a resistir, igual que en 2008. En aquella situación, fuimos capaces de evitar el colapso de muchos de nuestros países y de salvar el euro. Y en esta crisis también lo seremos
Has comentado que la Unión será «más política» en los próximos años. ¿A qué te refieres exactamente?
No es casualidad que el presidente francés, Emmanuel Macron, hable de «soberanía europea» ni que Ursula von der Leyen insista en que esta será la Comisión «más geopolítica» de la historia. Precisamente, existe un documento de este organismo que se refiere a la «autonomía estratégica» de Europa. ¿Por qué? Porque, al producirse un agravamiento de las tendencias –y dado que la volatilidad es más elevada (con una Rusia agresiva, una China mucho más decidida y unos Estados Unidos más imprevisibles)–, tiene todo el sentido que pensemos en cómo defender nuestros intereses y nuestros valores. No se ha de razonar únicamente en términos de mercados: hay que contemplar igualmente el lado político. Miraremos de otro modo las cuestiones de comercio, competencia, regulación, protección de datos... Con poderes que muestran una creciente inestabilidad, si no nos coordinamos, acabaremos por ser el terreno de juego en lugar de los jugadores.
De hecho, está en marcha una suerte de divorcio (decoupling, lo llaman) entre Estados Unidos y China. ¿Cómo crees que se desarrollará? En mi opinión, tenderá a agudizarse. Porque, en Washington, no se trata sólo de la posición del presidente actual, Donald Trump: la de los demócratas no es distinta. Y tampoco es un asunto meramente comercial, de aranceles. Hablamos de tecnología... y de la hegemonía mundial. Nosotros mantenemos unos lazos especiales con Estados Unidos por razones evidentes, tanto políticas como de seguridad y defensa. No obstante, pienso que el papel que nos corresponde es hacer lo posible para evitar una situación similar a la de la Guerra Fría, de confrontación. La idea de aislar a China no es realista. Considero imprescindible definir nuestra relación con Pekín: trabajar con ellos, pero con claridad a la hora de manifestarse cuando existan diferencias. Nos conviene un sistema global abierto, cooperativo y multilateral. Y, además, eso es lo mejor para la paz, que para mí es el valor supremo. No olvidaré jamás que tuve el honor de recibir, en 2012, el Premio Nobel de la Paz en nombre de la Unión Europea.
Cierto, aunque también has lidiado con periodos de gran complejidad e inestabilidad en tus cargos políticos y, ahora, en Goldman Sachs. ¿Puedes darnos algún consejo para momentos de tanta incertidumbre como estos?
He tenido que afrontar bastantes emergencias. En la Comisión no fueron sólo la financiera y la de deuda soberana: estuvo la retirada del proyecto de Constitución, la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el inicio del problema de los refugiados... Aun así, Europa sobrevivió y, al final, mostró una relativa unidad. En términos personales, para mí lo más importante ha sido recordar una frase que se ha convertido en mi lema: «Nunca pierdas el entusiasmo, incluso si pierdes tus ilusiones». A veces recibimos noticias tristes o graves, pero no dejemos que nos quiten las ganas de hacer cosas. Y, más en concreto, citaré un lugar común que, no obstante, es real: cada crisis contiene una oportunidad. Un ejemplo es la relocalización de la producción, que quizá sea una ocasión para España o Portugal. Pueden ser las bases desde las que determinadas industrias sirvan al continente entero. Mi país, sin ir más lejos, conserva todo el proceso textil, que algunos consideraban algo del pasado.
Entonces, hay un rayo de luz al final de este túnel...
Claro que sí. Conozco bien las cualidades de los españoles; una es la capacidad de resistencia. Sois gente que soporta situaciones adversas, de gran presión... Eso sí: va a ser duro. Y, aunque estoy preocupado por la situación del paro, creo en la ética de trabajo de la población de la Unión Europea en general y de la de España en especial. Basta de malas noticias, es esencial la esperanza. ■