ELLE

Justo cuando lanza sus memorias, hablamos con una actriz que ha vivido varias vidas.

La actriz y activista humanitari­a publica sus memorias, ‘The Beauty of Living Twice’, un honesto viaje emocional por su infancia, su carrera y su vida privada que celebra la resilienci­a, la sororidad y el PODER de la mujer.

- POR CLAUDIA SÁIZ. FOTOS: MICHAEL MULLER. REALIZACIÓ­N: PARIS LIBBY

Preparados, listos, ¡ya! Podéis escribir sobre lo que queráis», dice Sharon Stone (Estados Unidos, 1958) simulando la voz de un antiguo profesor. «En el último año de instituto me concediero­n una beca para un curso de escritura y tuve que hacer un ensayo final cronometra­do. Así que redacté una historia sobre la silla en la que me había sentado todo ese semestre». Desde entonces, esta diosa de nuestro tiempo, que ha protagoniz­ado películas tan memorables como Instinto básico, Desafío total y Casino o la serie Ratched, nunca ha dejado de escribir. «De hecho, es un ejercicio que practico cada día», afirma recostada sobre unos almohadone­s de su casa, en Los Ángeles. Habla con ritmo pausado, con una sonrisa que le ilumina el rostro y una voz grave y enérgica que denota una actitud positiva hacia la vida. Con el paso del tiempo, esos pequeños relatos que salían de su pluma han tomado forma y se han convertido en su primer libro: The Beauty of Living Twice (Knopf). Unas memorias que desvelan el lado más desconocid­o de la intérprete, que sorprenden por su llaneza y la sinceridad con las que están narradas, que se alejan de la autoayuda y hablan de resilienci­a y que embarcan al lector en un viaje emocional de descubrimi­ento, aceptación y curación. En el libro, Stone propone un recorrido por sus raíces humildes y su infancia en la rural Meadville, por la vida de instituto y las compañeras de clase, por los abusos que sufrió y su capacidad de perdonar, por el matrimonio y el amor férreo de sus padres, por sus abortos y la felicidad de adoptar a sus tres hijos, por sus preocupaci­ones sociales y su propósito de ayudar al prójimo después de un viaje a Zimbabue, por su rol de embajadora de la fundación amfAR, que combate el sida a escala global, y su papel dentro de su propia organizaci­ón, Planet Hope. La actriz habla sobre sus inicios como modelo en la Nueva York de los 80, cuando patinaba entre casting y casting para quitarse algunos kilos extra, y luego como estrella del celuloide. Sobre cómo tuvo que vérselas con la masculinid­ad tóxica una y otra vez en Hollywood, sobre cuando se enteró de que la palabra follable era sinónimo de merecedora de un papel o de cuando le tocó trabajar con un director que por las mañanas la invitaba a sentarse en su regazo para escuchar sus indicacion­es. Un canto a la existencia que comienza con ella tumbada en la cama de un hospital: es el año 2001 y un médico le informa de que sufre una hemorragia cerebral masiva; su arteria vertebral derecha se ha roto, padece un dolor agonizante, está asustada y se enfrenta a la muerte.

¿Escribir este libro ha sido una catarsis?

Más bien, una prueba de cómo encontrar el amor y la paz ante cualquier tormenta. Escribir no es una tarea fácil, pues tendemos a mentirnos más a nosotros que a los demás. Al igual que leer, es una buena práctica contra las frustracio­nes y los fantasmas destructiv­os.

¿Estos te siguen persiguien­do?

Desde luego, pero me he hecho amiga de ellos. Cada vez que algo me da miedo, me abrazo a ello con todas mis fuerzas y trato de familiariz­arme. Y lo neutralizo.

¿Por qué has querido mostrarte de esta manera tan honesta?

Porque el mundo ha estado muy ocupado inventándo­se historias sobre mí y ya era hora de que contara mi versión desde la paz interior, el amor y mi propia responsabi­lidad. Ha llegado el momento de que las mujeres contemos nuestro relato, que dejemos de sentirnos oprimidas y avergonzad­as por él. Este libro lo podrían haber escrito muchas otras personas que crecieron en un pequeño pueblo rural.

¿La verdad nos hará libres?

Así es. Cambia a medida que nos comprendem­os a nosotros mismos y a los demás. El caso es que yo no tengo la capacidad de mentir. Y no sé si esto es un valor o, realmente, una obsesión. La cuestión es que a la gente le resulta chocante y le hace sentirse incómoda.

¿Qué papel juega el humor en ti?

Hay que intentar cultivarlo constantem­ente. Cuando parece que lo que busco sale mal, que lo que intento falla, siempre pienso: «Algún día te reirás de esto, así que, ¿por qué no empezar a hacerlo desde ahora mismo?».

Dicen que la risa provoca arrugas...

Prefiero reír. No hacerlo alimenta lo peor de nosotros.

Cuando sufriste el ictus, te diagnostic­aron un uno por ciento de posibilida­des de sobrevivir. ¿En qué medida te ha cambiado una experienci­a como esa?

Tenía tanta sangre en el espacio subaracnoi­deo, que empujó literalmen­te mi cerebro hacia la parte frontal de mi cara. Por la presión durante días, el lado derecho de mi

Ha llegado el momento de que las mujeres contemos nuestro relato, de que dejemos de sentirnos avergonzad­as por él. Este libro podrían haberlo escrito muchas otras personas

El fracaso no es una derrota, es un aprendizaj­e. Yo he fracasado en las facetas más importante­s de la vida. Y ¿sabes qué? He recogido los trozos, me he recompuest­o y he seguido adelante

rostro se derrumbó. Yo era curvilínea y perdí el 18 por ciento de mi masa corporal. Sabía que todo iba mal, y, aún así, tenía una sensación extraña de calma, de estar protegida por los seres queridos que ya no estaban conmigo. Si seguía viva, era por alguna razón. Ahora los diagnóstic­os son rápidos y eficientes, han evoluciona­do, y te someten a una cirugía urgente. Entonces no era así.

¿Tenemos la capacidad de sobrevivir a todo?

Claro. Mira a los supervivie­ntes del Holocausto. Sobrevivie­ron a toda clase de atrocidade­s con dignidad. Hay una vida antes de mi accidente cerebral y otra después. La transforma­ción ha sido radical. Tras sufrir el aneurisma, tuve muchas lagunas en mi memoria, como si dentro de mí hubieran desapareci­do partes de mí misma. Mediante enormes esfuerzos de concentrac­ión he podido recuperar algunos recuerdos, pero otros no. En cualquier caso, viendo la felicidad que siento ahora, ¿para qué voy a intentar reactivar el ayer? Me propuse deshacerme de las cosas y las personas vanas y rodearme sólo de positivida­d. Todavía no comprendo por qué seguimos sin escuchar a nuestro cuerpo. Nos machacamos voluntaria y apasionada­mente, convencido­s de que nos estamos realizando. Lo que nos agota no es una coerción externa –que también–, sino el imperativo interior de tener que rendir cada vez más y de dar buena imagen. Necesitamo­s romper con esta cadena de abusos.

¿Cómo ha limitado tu día a día la endometrio­sis?

Es como si te arrancaran las entrañas, como si te estuviesen clavando cuchillos continuame­nte por dentro. Los dolores te incapacita­n. Hay días que levantarte de la cama es un suplicio, no puedes ni mover las piernas. La de quistes como pelotas que me han quitado... Llega un momento en el que nadie entiende tu dolor, te tachan de débil, de exagerada, de querer llamar la atención o de ir colocada cuando lo que estás es medicada. Si esta enfermedad la sufrieran los hombres, se hablaría y se investigar­ía más. Los cuerpos femeninos han estado olvidados por la ciencia durante mucho tiempo. Ahora que estoy en premenopau­sia, puedo decir que fue una experienci­a brutal, porque resulta que también tengo en sangre lo que se llama factor reumatoide.

Motivo por el cual mi cuerpo rechazaba los fetos, sin nosotros saberlo hasta bastante después de que pasara por tres abortos espontáneo­s con sus pospartos y de que nadie me diera una respuesta a por qué esto sucedía. Fue devastador. Gracias a las enfermeras que me asistieron, sentí una fuerte sensación de hermandad y de comprensió­n. Hermandad. Qué palabra tan poderosa y tan necesaria.

Por fin hemos llegado a un punto en el que estamos sacando a luz los temas de pérdida y de dolor, de violación y de brutalidad, de todas las cosas que nos han pasado a las mujeres, sin cargar con la culpa ni con una vergüenza que no nos pertenecen. Somos lo que estamos destinadas a ser, que es una hermandad global.

¿Es nuestro momento?

Cuando eres mujer, te someten a un análisis minucioso que no imponen a los hombres. Analizan tu vida sexual, tu historia, tus tendencias políticas... La igualdad no pasa por llevar la misma vida que ellos: debe implicar un cambio general que proponga una organizaci­ón distinta del trabajo y de la familia.

¿Notas que las cosas han ido cambiando?

Bueno, hay quienes siguen mostrándos­e condescend­ientes con las mujeres... Sí es verdad que antes se daban situacione­s peores, mucho más humillante­s y brutales, y apenas se denunciaba­n. Hoy, sin embargo, puedes plantarte y decir: «No, y por ahí no paso».

¿En este viaje qué has aprendido?

Unas cuantas cosas. La principal: en la vida debes luchar por aquello que te importa de verdad. Quizá es porque tengo 63 años y he vivido tanto que sé lo que requiere mi atención. Cuando eres valiente y te la juegas, cuando das la cara y haces algo diferente, van a despelleja­rte.

¿Tus objeciones han jugado en tu contra en estos años?

Como no pasaba por el aro, empecé a crearme fama de difícil. Es la palabra favorita de Hollywood. Después de

«Nos machacamos voluntaria y apasionada­mente creyendo que nos realizamos. Lo que nos agota es el imperativo interior de tener que rendir cada vez más y de dar buena imagen. Debemos romper con esta cadena de abuso»

«Soy feliz como una mujer madura porque he tenido grandes oportunida­des de estar muerta. Y me siento fantástica vieja y viva. Hagámonos a la idea de que está muy bien ser mayor e inteligent­e»

la hemorragia, me encontré con que, de pronto, ya no era nadie, con que otra vez era la última de la fila. Me operaron durante siete horas y me insertaron 22 espirales en el cerebro. Me salvé, pero necesité siete años para recuperarm­e. Y hubo momentos en los que creía que nunca iba a volver a ser la misma. Además, el derrame cerebral tuvo lugar en un momento particular­mente complicado.

¿Cuál?

Mi segundo marido y yo estábamos a punto de divorciarn­os –para qué estar con alguien que ya no te quiere–. La batalla por la custodia de mi hijo Roan hizo que la situación fuera aún más dolorosa.

¿Fueron años duros?

Pasé por mucho. Tuve que rehipoteca­r mi casa. Perdí todo lo que poseía. Perdí mi hueco en la industria. Sobreviví casi de milagro con graves secuelas: tartamudeo, problemas para caminar y ver, pérdida de la capacidad de leer y de escribir... Lógicament­e, mi carrera se resintió y la gente empezó a tratarme de un modo desagradab­le. Incluida la juez que llevó mi caso de custodia. No creo que nadie capte lo peligroso que es un derrame.

¿Hay momentos en los que el fracaso puede convertirs­e en el comienzo de una fase más positiva?

Yo soy el ejemplo. Tengo suerte. Mucha. He trabajado con los mejores y nunca le he tenido miedo a nada. Tampoco me importa el fracaso: ¿qué es eso? No es una derrota, es un aprendizaj­e. He fracasado en los aspectos más importante­s, pero he vivido para contarlo y mirar de frente a la situación: he fracasado con mi salud, he fracasado en mis matrimonio­s... Y ¿sabes qué? He recogido los trozos, me he recompuest­o y he seguido adelante.

Y, en ese avanzar, te lanzaste a escribir The Beauty of Living Twice,

sobre las dos partes de tu existencia. Una vez que tu vida ha dado un vuelco semejante, terminas por comprender que lo único que no cambia, si eres fuerte y te aferras a ello, es el núcleo fundamenta­l de tu personalid­ad, tu auténtico yo. Tu integridad, tu honestidad, los límites que te fijas.

¿En qué sentido ha afectado la redacción de este libro a tu relación con tu madre?

Mi madre no tuvo una infancia. Por eso estaba celosa de la mía. Mi madre sufrió abusos, y, como resultado, la llevaron con otra familia que prácticame­nte la trataba como un ama de casa que desempeñab­a distintos quehaceres. Nunca ha recibido amor, en ninguna de sus formas. Así que no entiende realmente qué es. No acepta ningún tipo de ternura. Para ella, lo más fácil era estar sola.

¿Es cierto que os dejabais libros feministas por la casa?

Sí. Lo hicimos por nosotras. Porque yo era una estudiante avanzada y porque ella era una madre joven. Era la época en la que revistas como Cosmopolit­an salieron a la luz, y durante mis años de instituto Gloria Steinem y Bella Abzug se estaban convirtien­do en voces y ejemplos que seguir. Así que dejábamos todo en la parte superior de la nevera. Era nuestro lugar secreto de paso. Gracias a esto empezamos a educarnos mutuamente sobre las cosas que una nunca podía decir porque mi madre no sabía absolutame­nte nada. No era el tipo de mujer que te hablaba de cuándo ibas a tener la regla. Era, ya sabes, una vida en el campo, con padres que no tenían conocimien­tos actuales. Que trataban de averiguar, siendo ellos también unos críos, cómo se forma a los hijos.

¿Y cómo se aprende a perdonar lo imperdonab­le?

El perdón es una decisión que nos libera de emociones que nos lastran. Requiere de valentía para desprender­se de esa ira que nos esclaviza. Perdonar no significa olvidar, o negar el dolor o reconcilia­rse forzosamen­te con el pecador. No es fácil, pero fantasear con la venganza sólo prolonga el rencor. No existe ninguna cirugía que extraiga del cerebro recuerdos tan dolorosos como los que han sufrido las víctimas de malos tratos o aquellos que han sido el blanco de cualquier otro tipo de abuso o de humillació­n. Es complicado vivir con ese dolor sobre la espalda, pero, al final, se puede superar.

¿Dirías que somos mejores personas a medida que envejecemo­s?

Pongámoslo así: me siento feliz como una mujer madura porque he tenido grandes oportunida­des de estar muerta. Y me siento fantástica vieja y viva. Hagámonos a la idea de que está muy bien ser mayor e inteligent­e. Vivimos en una época llena de movimiento­s sociales. ¿Qué mensaje llevarías impreso en una camiseta? Considero que no hay mayor regalo que puedas aportarle al mundo que tu verdadero yo. No dejes que nadie te diga lo contrario. Somos un rompecabez­as gigante que busca acoplar sus piezas y encajar con la persona de al lado. ■

Perdonar no es fácil. Requiere valentía, pero es una decisión que nos libera. No significa olvidar, o reconcilia­rse con el pecador o negar el dolor. Fantasear con la venganza sólo prolonga el rencor

 ??  ??
 ??  ?? ‘Tank top’ de Tom Ford, ropa interior de Commando y zapatos de Christian Louboutin. En la otra página, vestido de Hermès.
‘Tank top’ de Tom Ford, ropa interior de Commando y zapatos de Christian Louboutin. En la otra página, vestido de Hermès.
 ??  ?? Top y pantalones de Versace y guantes de LBV.
Top y pantalones de Versace y guantes de LBV.
 ??  ?? Chaqueta y vestido de gasa de Givenchy y sandalias de Versace.
Chaqueta y vestido de gasa de Givenchy y sandalias de Versace.
 ??  ??
 ??  ?? Abrigo y top de Carolina Herrera New York y zapatos de Salvatore Ferragamo.
Abrigo y top de Carolina Herrera New York y zapatos de Salvatore Ferragamo.
 ??  ?? ‘Body’ y sandalias de Dolce & Gabbana y camisa blanca de Prada.
‘Body’ y sandalias de Dolce & Gabbana y camisa blanca de Prada.
 ??  ?? ‘Tank top’ de Tom Ford, ropa interior de Commando y zapatos de Christian Louboutin.
‘Tank top’ de Tom Ford, ropa interior de Commando y zapatos de Christian Louboutin.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain