MARÍA DUEÑAS
Estas son las vivencias de la escritora.
Una de las cosas más apasionantes que me ocurren cuando escribo novelas es la posibilidad de ahondar en algunos personajes que marcaron una época para ponerlos de nuevo en movimiento. Me acaba de pasar con Eva Perón, primera dama argentina en los años 40 del siglo XX: una joven salida prácticamente de la nada que impactó al mundo. En su apasionado quehacer político en beneficio de los menos favorecidos, desarrolló un estilo propio y llenó las portadas de las revistas internacionales más prestigiosas. Veintiocho años tenía cuando, en 1947, aceptó la invitación de Franco para venir a España en calidad de esposa del presidente Juan Domingo Perón. Aún gastaba maneras de actriz de radioteatros. Y, con su espontaneidad, su vistoso guardarropa y sus peinados grandilocuentes, con sus soflamas ideológicas, su desparpajo y sus abrigos de marta cibelina en pleno verano, María Eva Duarte de Perón aterrizó en Barajas con la sensación de una estrella de Hollywood y arrojó un rayo de luz en mitad de las tinieblas de nuestra posguerra.
A lo largo de varias semanas se sucedió un disparatado carrusel de homenajes y visitas protocolarias, saraos, banquetes, tardes de toros y espectáculos de flamenco. Y ella se dejó adorar: a la niña de origen humilde que un día fue le encantaban los honores, el lujo y los regalos. Por otro lado, sin embargo, la defensora de los descamisados en que se había convertido despotricaba frente a aquella España miserable y soltaba reproches y críticas contra el régimen cada vez que le daba gana. De vuelta a Argentina después recorrer Europa, su imagen se alteró de manera notable. Aquellos excesivos peinados pompadour, llenos de bucles y de postizos, fueron sustituidos por un sobrio y elegante moño bajo que se transformó en su seña de identidad.
Las extravagancias de su estilo overdressed dieron paso a favorecedores trajes de chaqueta de Christian Dior: se cuenta que Eva quedó rendida ante la línea Corolle del maestro de la costura y adoptó el New Look hasta el punto de que en el legendario atelier de la Avenue Montaigne parisina había un maniquí con sus medidas para los encargos de cada temporada.
¿Qué tenía aquella joven carente de educación formal, experiencia y talento? ¿Cómo es posible que una muchachita de pueblo nacida dentro de un hogar lleno de estrecheces acabase siendo la mujer más poderosa e influyente de la historia argentina y una de las más emblemáticas del planeta? ¿De qué manera forjó esa personalidad tan propia, la misma que la llevó a ser considerada un mito? A pesar de su prematura muerte, a los 33 años, con el paso del tiempo su memoria se ha consolidado como la de un icono. Fue una persona controvertida, tan cercana y generosa como, a veces, despótica. La clase obrera la idolatraba; las élites la acusaban de despilfarradora y arribista. Basándose en ella, en la década de los 90 llegaría la ópera rock Evita, un imponente espectáculo que transitó desde Broadway a todos los grandes teatros del globo y que acabó convertida en una superproducción de cine dirigida por Alan Parker. Para protagonizarla se postularon actrices de la talla de Meryl Streep, Olivia Newton-John, Cher y Michelle Pfeiffer. Se llevó el papel Madonna, con Antonio Banderas en la piel del Che Guevara. Resultado: exitazo de taquilla, tres Globos de Oro y cinco candidaturas a los Oscar.
De haber vivido en estos días de alma virtual, Eva Perón habría causado furor desde su cuenta de Twitter y habría acumulado millones de seguidores en su perfil de Instagram; se habrían difundido miles de podcasts con su voz y sus outfits se habrían agotado de inmediato. La garra de sus ideas sería siempre trending topic y el hashtag #evita echaría humo a diario.