ELLE

Si quiero, te reviento

- Amaya Ascunce Directora digital de ELLE.ES

Yo creo en los milagros. Una vez viví cuatro en la misma noche. Era la Semana de la Moda de Nueva York y en el hotel donde estaba instalada sucedieron cuatro para una mujer que nació en Pamplona. El primer milagro era justo que yo estuviera en la Semana de la Moda de Nueva York, en una suite con terraza de un hotel cinco estrellas, en el SoHo. El segundo milagro es que empezó a nevar. Una tormenta de nieve, no cuatro copos, sino un precioso apocalipsi­s climático en la ciudad más urbana que he conocido. Y el tercer milagro es que Kim Kardashian estaba en una fiesta en aquel hotel. Pensé en bajar al evento, donde se colaron varias compañeras, pero la nieve me tenía más eclipsada. Cogí una manta y un paraguas y me senté en el banco de mi terraza. La nieve en la capital del mundo, con ese caer silencioso e ingenuo, como si no pasara nada. Y, sin darte cuenta, la ciudad inmensa, ladrillo, cemento y cristal, luces y luces, ruido, humo..., todo atascado, cubierto, blanco, silencioso, frío, paralizado.

En una Nueva York nevada se sitúa Sensación térmica, de Mayte López, una novela sobre la violencia. Lucía, una mexicana becada, sobrevive a la ciudad, a los apartament­os con ratones, a los caseros ruines y, sobre todo, a los recuerdos de una infancia marcada por la violencia, esa violencia ejercida por algunos hombres sólo para demostrar que se puede, que el otro les pertenece, que pueden hacer lo que les venga en gana. Y, peor aún, por la violencia ejercida por «la gente que uno está obligada a querer», dice Lucía. Y esa violencia también llega allí, a esos pisos pequeños y mugrientos, donde las mujeres jóvenes tienen que aprender que cualquier tipo de amor no es amor.

La noche de mis milagros me desperté tiritando en la suite. No entendía de dónde venía aquel frío, hasta que vi un montón de nieve de un metro de altura que llegaba a mi cama. Llamé a centralita y pedí que viniera alguien con una pala. No daban crédito. Yo tampoco. Había nevado allí dentro. Cuarto milagro. Fuera estaba Nueva York, doblegada, sin coches ni trenes, sin ruido, la naturaleza diciendo: «Si quiero, te reviento».

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