MARINA PANASIUK, profesora, Katowice (Polonia)
Desde el segundo día de la guerra se involucró ayudando a refugiados que estaban cruzando la frontera, a unos 400 km de su casa. Esta profesora de ucraniano, que vive en Polonia, ha encontrado sitio para acoger a más de 50 familias en diferentes casas de gente dispuesta a colaborar. Solidaridad «El 25 de febrero se presentó en mi puerta la maestra de mi hijo preguntándome cómo podían ayudar a los ucranianos. Los polacos tienen un corazón enorme. Empezaron a llamarme preocupándose por mi familia y ofreciendo sus segundas residencias, casas de pueblo o habitaciones para alojar a los refugiados. Mi móvil no paraba de sonar, al mismo tiempo me llegaban mensajes desde Ucrania de amigos o de desconocidos pidiendo ayuda para salir. Fui con mi marido a la frontera para recoger a familias y llevarlas a nuestra casa, les dimos comida, y abrazos. Después, los llevamos a sus hogares temporales». Los niños «Un día me llamaron del colegio para que les ayudase con la traducción de polaco a ucraniano en la incorporación de los nuevos escolares refugiados. Los monitores y psicólogos habían preparado una merienda y juegos, pero los niños estaban asustados y les costaba mucho hablar. Me aparté con algunos y, con menos gente a su alrededor, me empezaron a describir lo que habían pasado: “Nos bombardearon y mi madre nos trajo aquí. Nuestro papi se quedó a defender Ucrania”. En aquel momento, tenía claro que no podía llorar, y simplemente les abracé. Pero también han llegado adolescentes, con odio y con pensamientos de venganza. Me duele verlos así». Refugiadas «Estoy orgullosa de la valentía de nuestras mujeres. Muchas de ellas cargan con el sentimiento de culpabilidad de tener que dejar a sus maridos. Para mí, son unas heroínas. Alojamos a mujeres embarazadas que han tenido que conducir sus coches unos 1.000 km, algunas casi sin experiencia, pero con el objetivo claro de salvar las vidas de sus bebés».