Un verso de Camela
LA VIDA ES POCO MÁS
La canción más conocida de Camela –ese grupo de pop aflamencado que surgió de la venta de casetes en gasolineras y que con el tiempo ha conseguido formar parte del patrimonio sentimental de los españoles– es Cuando zarpa el amor, y en ella hay un verso que antecede al coro y que clama en un emocionado crescendo este verso: «Dime que sientes lo mismo que yo».
Parte del encanto de Camela emana de su absoluta falta de autoconsciencia, que es la única manera de volver a hacer creíbles las viejas verdades de la vida, y es en este verso donde pienso que han dado voz a un anhelo universal de toda relación amorosa: la necesidad de confirmación de la reciprocidad del sentimiento. Y es que no hay nada más inquietante que ver nuestro amor desarrollar un patrón de crecimiento –o decrecimiento– asimétrico.
Que tu pareja te asegure que siente lo mismo que tú, es quizás la mejor manera de soportar las incertidumbres del amor, pero sospecho que cuando le pides a tu pareja que te asegure que sientes lo mismo, petición que suele nacer de la más profunda inseguridad, es porque ya no lo sabes. En realidad resulta muy evidente si uno siente lo mismo que el otro. Para bien y para mal.
Se nota cuando una siente el mismo cansancio que siente el otro, lo vemos a diario en esa estampa tan triste de las cenas de pareja en restaurantes donde ninguno de los dos habla, ambos miran a sus móviles y la comida dura lo que el camarero tarde en traer los platos y después la cuenta. Por otro lado, se nota también en esa otra imagen de dos adolescentes que se revuelcan en el césped del parque, tocándose sin pudor, como si el resto de la humanidad hubiera dejado de existir. Estas dos estampas tienen en común la simetría emocional de la pareja, entre estos extremos nos situamos la mayoría de los mortales emparejados, no siempre ambos en el mismo punto, y por eso es preciso tomarse en serio el verso de Camela, saber si en esa escala de intensidad el otro siente lo mismo que yo o, si por el contrario, nuestro amor, como los deliciosos pescados pleuronectiformes, ha «perdido la simetría de los animales bellos», que dice José Watanabe en un verso de su poema El lenguado.