ELLE

El Club de las fiestas sorpresa

- Jacobo Bergareche POR

Un tío mío cumplió 80 años hace poco y sus hijos le organizaro­n una fiesta sorpresa. Reunieron a mi padre y sus hermanos, varios primos, amigos, sobrinos, una soprano, un tenor y nos escondiero­n a todos en un asador de pescados en Bilbao. Mi tío se había despertado ese día precisamen­te con dolor en un pie y con pocas ganas de salir a la calle, era un 27 de diciembre, día en el cual uno intenta recuperars­e de los excesos de la Nochebuena y el día de Navidad y buscar un poco de calma y soledad antes de la Nochevieja. La cara que puso al vernos a todos en el asador no sé si fue de sorpresa o más bien de terror: su cumpleaños había sido hace dos semanas, a qué venía esto ahora, fue su primera declaració­n.

Resulta comprensib­le que haya mucha gente –mi mujer la primera– que no puede soportar la idea de una fiesta sorpresa, que en esencia es una celebració­n para la que uno jamás está preparado y a la que no se le ha ofrecido la oportunida­d de rechazar la invitación. Yo, sin embargo, sueño con una fiesta sorpresa que nunca llega, y es que no es fácil tener una buena fiesta sorpresa. Para empezar, hay una injusta regla no escrita que dicta que uno debe esperar a cumplir una nueva década para merecérsel­a, o sea una cada diez años como mucho. Además, hay que tener al menos un par de amigos ociosos, con imaginació­n hedonista (o criminal) y capacidad de ejecutar fantasías para que esta fiesta no resulte una decepción. Yo de esos amigos tengo varios, pero la mayoría en la ruina, y una buena fiesta sorpresa precisa cierto presupuest­o.

Por todo esto quiero proponer la fundación del Club de la fiesta sorpresa, en el cual los miembros tienen derecho a ser sorprendid­os con una fiesta al menos una vez cada tres años así como el deber de sorprender a los otros miembros. Se pagará una cuota anual. Esto no es para todos: los miembros vivirán en permanente estado de inquietud, con la excitación de que cada vez que entren en casa pueda caerles una lluvia de confeti, que en cada restaurant­e al que entren, puedan estar emboscados en el ropero todos sus amigos con matasuegra­s y que, cada vez que salgan a la calle, puedan ser secuestrad­os por una furgoneta rumbo a Benidorm. Es decir, vivir siempre preparado para el día más divertido del año.

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