La herencia
Dicen que no hay mejor manera de conocer a todos los miembros de una familia que enfrentarlos a una herencia. Desde luego así sucede con la familia Cook, protagonista de la novela Heredarás la tierra, de Jane Smiley.
Una granja: «Superficie y modo de financiación eran datos tan básicos como nombre y género en el condado de Zebulón». Duro trabajo: «Por mucho que aquellos acres pareciesen un don de la naturaleza, o de Dios, no lo eran. Nosotros íbamos a la iglesia a presentar nuestros respetos». Una madre muerta: «Este es otro de los legados que deja una madre que muere pronto: su imagen es cada vez más infantil e indefensa en comparación con tu edad, que sigue avanzando». Un padre maltratador: «Papá cree que la historia comienza de cero todos los días, a cada minuto, que el tiempo en sí empieza según los propios sentimientos que él tenga en ese momento». Una hermana pequeña que siempre camina en otra dirección: «Cuando sea mayor, yo no voy a ser la mujer de un granjero». Mamá se echó a reír y le preguntó qué sería ella, y le dijo: “Granjero”». Y una herencia de mil acres.
A Heredarás la tierra no le falta ni un ingrediente para ser una novela de Steinbeck. Pero la suya, ganadora de un Pulitzer, se sitúa en 1979 como si el mundo no cambiara en el campo americano. Larry Cook, el padre de familia, reparte su granja –la que tanto le ha costado hacer crecer entre tierras anegadas por el agua– entre sus tres hijas: Ginny, Rose y Caroline. La mayor es calmada y bien intencionada, y busca con desesperación quedarse embarazada después de muchos abortos. Rose, la del medio, brusca y directa, tiene cáncer como su madre y dos hijas que estudian en un internado. Y Caroline, la pequeña, que fue criada entre las dos después de la muerte precoz de la madre, es abogada en la ciudad, lejos de la granja. La herencia, mil acres, es el detonante que saca a la luz todo lo que había de malo y podrido en una de esas familias que puedes ver en cualquier pueblo pequeño disimulando, barriendo la puerta de casa, como si no pasara nada.
«La única herencia que vamos a dejarte es tu educación» es una frase que hemos escuchado muchos niños de los 90. Y, visto lo visto, bienvenida sea.