ELLE

Verónica Blume

La agencia Ford la descubrió con 16 años y pronto se convirtió en una 'top model' internacio­nal. Hoy es una gurú del yoga.

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De pequeña, Verónica Blume (Waldshut, Alemania, 1977) soñaba con tener un pueblo para veranear. «Siempre he envidiado eso, me parecía una cosa muy bonita. Tal vez porque yo me crié en Uruguay, luego nos fuimos a vivir a Austria y llegué a Barcelona con nueve años, así que lo de volver a los orígenes en vacaciones me parecía una fantasía», señala, aunque reconoce que tampoco se lo pasaba mal en la ciudad. «Además, siempre nos íbamos una semana a Menorca. Y aquello, con 11 o 12 años, cuando empiezas a florecer, era increíble. Mi momento favorito era despertarm­e y no tener nada que hacer. Dejarte llevar, ir a Ciudadela a comer un helado, bajar a la playa en familia... Nos gustaba mucho explorar calas, y mi padre, que es muy aventurero, iba saltando de roca en roca, y aquello, a los ojos de una niña, era una proeza». Recuerda con cariño los bocadillos de su madre, la media sandía en una bolsa y el agua bien fresquita que enterraban en la arena. «Teníamos dos perros grandes y peludos con los que lo pasábamos bomba en el agua. Y mi hermana pequeña y yo nos reíamos viendo a nuestras hermanas mayores untándose en aceite de zanahoria para ponerse morenas. También me gustaba llevarme los Cuadernos Santillana, porque yo estudiaba en un colegio alemán y me divertía hacer deberes en otro idioma», cuenta. Como entonces, a esta época del año no le pide mucho: «Yo soy feliz con el cuerpo salado y descalza. Para mí el verano es calor y sol. Austria es maravillos­a en esta época, pero no soy nada de frío, y menos de nieve. Hice un viaje con mi hijo a la Selva Negra una vez y nos pareció un auténtico paraíso, pero es otro registro», admite.

Su hijo, además, nació en Ibiza, en verano, y están muy en sintonía con lo que representa la parte más auténtica de la isla. «Lo tuve de bastante jovencita, a los 25 años, y he sido madre soltera hasta que cumplió los 12, pues su padre viajaba mucho, y los veranos eran superinten­sos, porque pasábamos todo el tiempo juntos. Mi hijo, como yo, es de calor, y siempre hemos disfrutado de la costa en estos días, sin hacer nada demasiado especial, nos basta pasar la tarde tumbados en las hamacas, charlando de nuestras cosas y riéndonos». El año pasado Verónica dejó la gran ciudad para instalarse cerca de la naturaleza, a 45 minutos de la Ciudad Condal. Y ya antes, en un proceso de evolución personal hacia una vida más tranquila, había cambiado la escuela de yoga que mantuvo abierta durante cinco años por sesiones personaliz­adas. Hasta julio estará a full con las clases, pero después hará un parón para retomar en septiembre el trabajo, pues tiene ya contratada­s citas en varios lugares de España y retiros en Marrakech (Marruecos). Este verano su idea es reunir a la familia que tiene desperdiga­da y pasar con ella unos días de playa y de montaña cerca del Pirineo. «Mis padres viven en Uruguay y me hace mucha ilusión estar con ellos en casa, con amigos, disfrutar de paseos, de árboles, del mar... Si me hubieras preguntado hace unos años, segurament­e te hubiera dicho que mi plan ideal era ir a Nueva York o algo parecido, pero ahora vivo muy en contacto con el entorno natural y eso me ha cambiado el sistema nervioso, disfruto practicand­o el slow life», reconoce. Con todo, le ronda la mente algo a lo que nunca se ha atrevido hasta ahora: hacer un viaje largo sola. «Mi hijo va a cumplir ya 20 años y creo que ha llegado el momento de lanzarme. Llevo tiempo dándole vueltas a la idea, que siempre me ha tentado, aunque hasta ahora para mí los viajes sólo tenían sentido si eran compartido­s. Me he movido muchas veces sola por trabajo, pero no por placer, y en los últimos años he aprendido a estar conmigo misma, así que creo que este puede ser el momento idóneo». Por su filosofía de vida, Tailandia y la India están entre sus lugares favoritos para hacer esta escapada. «Me tira toda la parte asiática, son lugares muy inspirador­es y pienso que recibir una masterclas­s de yoga o meditación allí tiene que ser todo un regalazo», afirma. En todo caso, sigue dándole vueltas al asunto, porque admite que no es una persona de improvisar. «Necesito siempre una cierta planificac­ión, aquí sale mi lado más alemán, tengo que tener todo muy claro, así que ya veremos...».

«EL VERANO LO ASOCIO CON EL MAR. SOY FELIZ CON EL CUERPO SALADO Y LOS PIES DESCALZOS»

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