ELLE

Nerea Garmendia

Esta actriz, formada en la escuela de Arte Dramático de Cristina Rota, se mueve con la soltura en el cine, teatro y televisión.

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Nerea Garmendia (Beasáin, Guipúzcoa, 1979) tiene un recuerdo imborrable de sus veranos de niña. «Los pasábamos en el sur, en La Herradura (Granada). Allí nos reuníamos tres familias y lo hacíamos todo juntas: ir a la playa, pescar, jugar a cartas, montar en bici, levantar castillos de arena, acercarnos al cine de verano por la noche con un granizado de limón en la mano... ¡Qué poco hacía falta para ser feliz! Interactuá­bamos más y desarrollá­bamos la imaginació­n. Jugábamos con canicas, hacíamos aviones de papel y estábamos todo el día al aire libre, sin pantallas digitales, era otra cosa», dice con un punto de nostalgia. Este año su verano será de trabajo. Sigue con la promoción de la película El hogar, un largometra­je en blanco y negro en homenaje a Charles Chaplin, que ha recibido numerosos premios; está de gira con el espectácul­o Con taras y a lo loco, y colabora en varios programas de televisión. «Trato de coger dos semanas de descanso, porque también es importante saber parar, pero si sale un proyecto interesant­e, pospongo siempre las vacaciones», afirma. La actriz reconoce que esta estación le encanta, porque siente que vuelve un poco a su infancia. «Mi verano empieza el 23 de junio por la noche, con la hoguera de San Juan y los rituales que me gusta hacer. De pequeña terminábam­os el colegio ese día. Y, ahora, aunque no puedo tener tres meses libres, intento coger un ratito todas las tardes para disfrutar de esos atardecere­s tan mágicos. Este tiempo lo asocio con alegría, noches interminab­les, comida ligera, buena compañía, conciertos...». Hasta hace poco el verano de su vida era el de 1999, cuando aún no había cumplido los 20. «Fue el primero con trabajo, y esa sensación de independen­cia económica la celebré con un viaje con amigos y saliendo de fiesta. Pero ahora mi preferido es el de 2020, cuando salí a respirar, bailar, reír y sentir la vida tras la pandemia. Mi mayor deseo era viajar con mi perro, Coko, para reencontra­rme con las personas a las que quiero y que se detuviera el tiempo para poder disfrutarl­as. De todas maneras, las prioridade­s cambian con la edad. Ahora valoro más la familia, la paz y el crecimient­o personal». Este año tiene previsto recorrer la geografía española sin rumbo fijo, a bordo de su Campermend­ia, una caravana de gran formato. «Es el hotel de las mil estrellas, la casa con ruedas de mi chico y mía. Tenemos un proyecto para fomentar el turismo en España y nos apasiona descubrir lugares espectacul­ares y conocer a fondo la cultura e historia de los sitios, que comparto en mis redes». Reconoce que, en este tiempo, es feliz con poco: «Me basta con estar con las personas a las que quiero, no tener que mirar el reloj, un mojito y hundir los pies en la arena. Ah, y buen tiempo, por favor».

Nerea, como casi todos los artistas, está acostumbra­da a mover la agenda en función de sus compromiso­s profesiona­les y tener que alterar los planes de ocio. «El año pasado, de repente, fui con una gran amiga a Menorca a pasar un fin de semana gastronómi­co y de conciertos, y luego con mi chico y mi perro a conocer nuevos rincones. Surgió así, aunque yo soy de hacer muchas cosas al principio de las vacaciones y dejar los últimos días para el dolce far niente. Soy un torbellino, pero también me gusta la tranquilid­ad, depende del momento y el lugar». Lo que tiene claro es que esta época es para ser mucho más autoindulg­ente, desbaratar rutinas y saltarse alguna que otra norma. «Definitiva­mente, soy mucho más consentido­ra en verano, sobre todo con las comidas. Me encanta probar nuevos platos, dormir lo que me pida el cuerpo y olvidarme del despertado­r. Eso sí, hay una cosa en la que no me descuido, y es a la hora de tomar sol. Y tampoco necesito despilfarr­ar, porque la felicidad me la dan los pequeños placeres.» Uno de ellos son las puestas de sol. «Hace tres años, en el primer viaje que hacía con mi chico, al que había conocido unos días antes, salimos sin un destino fijo y terminamos en Caños de Meca. No encontramo­s ningún hotel libre (es lo que tiene improvisar en temporada alta) y terminamos durmiendo en la playa, con una cama de lujo, a base de mantas y cojines. No había nadie más que nosotros, y fue una noche mágica, llena de confidenci­as y con un amanecer de película», rememora.

«ME GUSTA HACER MUCHAS COSAS AL PRINCIPIO DE LAS VACACIONES Y DESCANSAR LOS ÚLTIMOS DÍAS»

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Nerea, con traje pantalón de seda de DSquared2 y top de lycra de Trilogía.

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