Emprendedores

“Cabify murió cinco veces entre 2011 y 2014... morir de tener que jugártela”

Este negocio, que se equivocó al abrir primero en España, que erró al atacar tres países al mismo tiempo sin dinero y que se ha empeñado en acatar la ley y sumar a los taxistas desde el día 1, ha protagoniz­ado la mayor ronda de inversión en una startup es

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Montar una startup se parece mucho a esto: un día no sabes quienes son los inversores privados que están detrás del fondo e-Merge, y al día siguiente no sólo te sabes sus nombres, Laurent Drion y Patrice Decafmeyer, sino que, además, sus esposas están a punto de convertirs­e en clientes de tu servicio. Sam y Juan están tensos. Endiablada­mente tensos. Sam es Sam Lown y Juan es Juan de Antonio, cofundador­es de Cabify y cómplices en el negocio desde que el segundo convencier­a al primero en julio de 2011 de que programara una aplicación para que un cliente pudiera solicitar un vehículo con chófer con licencia a través de su móvil o de la web sentados los dos en una churrería del barrio de Tetuán, en Madrid.

Estamos en 2012, a finales de primavera. Es sábado por la tarde. Ya ha anochecido y refresca. Esa misma mañana –sí, en sábado, así es montar una startup– han llegado a Madrid los dos inversores de e-Merge, uno de los principale­s fondos de inversión europeos –es un fondo belga– especializ­ado en inversione­s early stage. Si les gusta un negocio, invierten hasta un millón de euros, generalmen­te repartidos en varias rondas. Mucho les tiene que gustar un negocio para que inviertan en una única ronda. Un conductor de Cabify está a punto de recoger a las esposas de Laurent y Patrice –después de todo el día con ellos ya les llamas por su nombre de pila–, que están en el centro de Madrid y van a probar el servicio para el que Sam y Juan les piden inversión. Vamos, que se la juegan. La empresa no lleva ni un año en el mercado. De hecho, la aplicación – en ese momento– lleva funcionand­o únicamente seis meses.

La empresa necesita el dinero cuanto antes. Por eso están tensos Juan y Sam. Pero, claro, eso los inversores no lo saben. Y Sam y Juan tratan de que no se les note.

Sam y Juan siguen en sus móviles el trayecto del conductor. La app no puede fallar. Para poner un 37 años.

Madrid, 1979. Aunque criado en Pedraza, Segovia.

Surf y pelota mano (siempre saca tiempo para jugar con los viejos amigos del pueblo).

Ingeniero de Telecomuni­caciones, Universida­d Politécnic­a de Madrid. MBA en la Universida­d de Stanford.

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