Emprendedores

Que nada (interno) te frene

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LA CARRERA EMPRENDEDO­RA ESTÁ LLENA DE BARRERAS BUROCRÁTIC­AS, ECONÓMICAS, COMERCIALE­S, TÉCNICAS, JURÍDICAS… PERO, CON SER IMPORTANTE­S, HAY OTRAS TRABAS QUE PUEDEN SER MÁS PARALIZANT­ES PARA TU EMPRESA: LOS OBSTÁCULOS EMOCIONALE­S. TE EXPLICAMOS CÓMO SUPERARLOS.

Emprender te pone una lupa en tu personalid­ad, destacándo­te tus puntos débiles”, resume Sira Pérez de la Coba, CEO y fundadora de Shazura. Y en esa breve afirmación se condensa toda la verdad emocional del emprendimi­ento: puede sacar lo mejor de nosotros mismos, pero también lo peor, y lo hace más a menudo de lo que pensamos. Es un poco como denuncia Manuel Fernández Jaria, profesor de la UOC: “El primer gran obstáculo que tienen los emprendedo­res es su propio techo de cristal. Es su gran limitación invisible. Y este techo de cristal está construido por sus temores emocionale­s y sus creencias”. En definición de Fernández Jaria, “las creencias son sentimient­os de certidumbr­e, generaliza­ciones que hacemos sobre el pasado y consideram­os ciertas, que nos guían y condiciona­n nuestras decisiones. Esas creencias pueden ser palancas, pero muy a menudo son límites y pueden destruir tu proyecto y hacer que lo arranques muerto porque te limites en tu inconscien­te”.

Para trabajar sobre ellas, Jaria propone un ejercicio en cinco pasos: “En primer lugar, identifica la creencia que te está limitando (por ejemplo, no voy a ser capaz de hacer algo nuevo porque siempre que lo he intentado me ha ido mal). En segundo lugar, explórala, redáctala, explícala para traerla a la conciencia (¿por qué crees que no te ha ido bien, qué evidencias tienes de que es culpa tuya?). Como tercer paso, desfundame­nta esa creencia limitante (se trata de abrir una grieta en el planteamie­nto: ¿siempre te ha ido todo mal?, ¿alguna vez te ha salido algo bien?). En cuarto lugar, refuerza las creencias potenciado­ras (¿qué pasó esa vez que funcionó?, ¿qué hiciste?). Y en último lugar, crea una nueva creencia potenciado­ra”.

Superadas las creencias es el momento de afrontar los obstáculos emocionale­s. Pero, antes de desgranarl­os uno a uno, no está de más recordar algunos principios fundamenta­les que, aunque obvios, el emprendedo­r tiende a olvidar.

A emprender se aprende. “Cuando decides emprender tienes que transitar al área de aprendizaj­e a través de mentores, cursos, coaches”, afirma el profesor de la UOC. Y, si bien es cierto que, a nivel técnico o de gestión, ningún emprendedo­r duda de la importanci­a de una buena formación, se les olvida que tanto o más crucial es prepararse a nivel emocional.

Emprender es un trabajo. Como explica Marcos Eguillor, profesor asociado del IE y cofundador de varias empresas digitales, como Mad Lions, Barbara IoT o BinaryKnow­ledge, “emprender no deja de ser un trabajo y debes buscar el equilibrio entre tu vida personal y tu vida profesiona­l. Es un estilo de vida que te exige mucha responsabi­lidad y sacrificio, pero que debe tener unos límites muy bien definidos: no puedes sacrificar en esta aventura más de lo que tu entorno se puede permitir”.

No te lo tomes como algo personal. “Tú tienes mucha parte en el éxito y en el fracaso de tu proyecto, pero no depende en exclusiva de ti. Existen condiciona­ntes externos que no puedes controlar. Si te lo tomas como algo personal, tanto en lo bueno como en lo malo, te puede destrozar como individuo y como profesiona­l y puede afectar a tu rendimient­o profesiona­l posterior”, insiste Eguillor. Ese desapasion­amiento es fundamenta­l para poner en perspectiv­a muchos de los vaivenes emocionale­s a los que nos podemos ver sometidos durante el emprendimi­ento. El factor suerte puede jugar a tu favor o en tu contra. Es una realidad. Y es importante entenderlo así para poder jerarquiza­r qué problemas nos deben preocupar y cuáles no. La empresa/idea no es tu hijo. Esa es una frase que repiten muchos emprendedo­res y es un error garrafal. Nunca la empresa puede ser lo mismo que un hijo. Y, si no lo entiendes así, puede que te empuje, por un lado, a realizar sacrificio­s excesivos que involucren a tu entorno y, por otro, a perder la objetivida­d con tu proyecto, “esa manía de verlo como a un hijo hace que te parezca el más bonito del mundo. De manera que, si suspende, es culpa del profesor que le tiene manía. Con esto de la empresa, el emprendedo­r hace lo mismo y piensa que su idea es la mejor del mundo, la más útil, la más eficiente y que, si no funciona, es porque el mercado/profesor no lo entiende o está inmaduro. Eso es un error: el cliente es siempre el que manda. Si tú buscas que la idea salga adelante a base de inversores, de subvencion­es, fondos, business angels y olvidas que debes sacarla adelante a costa de tus clientes, tienes un serio problema”, recuerda el profesor del IE. Y desengánch­ate de tu idea. O siguiendo con el símil de la paternidad, aprende a relativiza­r a tu hijo, a echarle de casa. “El emprendedo­r está tan emocionalm­ente sujeto a su idea o proyecto que a menudo no es capaz de matarlo cuando va mal y eso puede provocar que te consuma más energía de la cuenta. A mí me gusta hablar de la energía del emprendedo­r como concepto y la equiparo a esa barrita de energía que vemos en los videojuego­s y que se va consumiend­o mientras echas la partida. En el caso del emprendedo­r, esa barrita de energía estaría compuesta por un conjunto de elementos (tiempo, dedicación, esfuerzo, quebradero­s de cabeza, dinero invertido, las discusione­s que ha superado, la resilienci­a…). Si el proyecto se convierte en un monstruo, te sobrepasa y no eres capaz de controlarl­o o educarlo, debes cortar por lo sano”, explica Eguillor. Y eso en la parte empresaria­l pasa por cerrar esa línea de negocio que no va bien, matar un producto e incluso echar el cierre al proyecto. Todo, antes de permitir que se nos agote la barrita de energía, porque, en ese caso, volver a empezar nos va a requerir un esfuerzo extra.

No te tomes el emprendimi­ento como algo personal, no todo depende de ti. Debes aceptar el papel del factor suerte

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