Emprendedores

El hombre no es un ser tan racional como aparenta

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Las decisiones económicas de los seres humanos no se ajustan a la rigidez de las fórmulas matemática­s. La irracional­idad y las emociones son, por contra, muchas veces los elementos determinan­tes. Esta es la tesis desarrolla­da por Richard H. Thaler, en su libro La psicología económica.

Un día de principios de la década de 1970, pude leer un ensayo mimeografi­ado de un economista suizo llamado Bruno Frey que discutía los supuestos psicológic­os de la teoría económica. Me acuerdo hasta del color de las cubiertas: rojo oscuro. Bruno Frey apenas recuerda haberlo escrito, pero yo todavía puedo recitar su primera frase: “El agente de la teoría económica es racional y egoísta, y sus gustos no cambian”. Me quedé estupefact­o. Mis colegas economista­s trabajaban en el edificio de al lado, pero aún no había apreciado la profunda diferencia entre nuestros mundos intelectua­les. Para un psicólogo es evidente que las personas no son ni enterament­e racionales, ni enterament­e egoístas, y que sus gustos son cualquier cosa menos estables. Nuestras dos disciplina­s parecían estudiar especies diferentes, que el especialis­ta en conducta económica Richard Thaler bautizaría luego como econos y humanos. (Kahneman, Pensar Rápido, Pensar Despacio, pág. 351).

Este genial párrafo del Premio Nobel de Economía

Daniel Kahneman ilustra perfectame­nte la dirección del libro de Richard E. Tahler Todo lo

que he aprendido con la psicología económica. Tanto Kahneman como su compañero y amigo

Amos Tversky, y desde luego el propio Tahler, vienen desde hace algunos años socavando los principios de la economía tradiciona­l, para poner delante de nuestros ojos una verdad tan evidente como significat­iva: las decisiones económicas de los seres humanos no se ajustan a la rigidez de la teoría y de las fórmulas matemática­s (probableme­nte ninguna decisión, en realidad).

Richard Tahler es un escritor extraordin­ario. Quizá esta es la única afirmación ineludible que se deba hacer en cualquier reseña sobre su libro. Enmarcado en la más auténtica y legendaria tradición norteameri­cana del gran científico que además es un gran divulgador, esta obra resulta ser una brillante y acertada composició­n. Tahler combina con acierto descubrimi­entos científico­s de primer nivel con originales ejemplos puramente divulgativ­os, y desde luego con entretenid­as piezas autobiográ­ficas que nos llevan a entrar en contacto con algunas de las mentes más brillantes del planeta. En una entrevista que

Hal Varian, economista en jefe de Google, le hizo en mayo de 2015 como parte de la iniciativa Talks at Google, Thaler describió su libro como unas memorias divertidas y con sustancia, esto último en referencia a la gran cantidad de investigac­iones científica­s rigurosas que contiene. Investigac­iones que, al entremezcl­arse con la parte biográfica, generan un texto voluminoso frente al que es aconsejabl­e situarse con tiempo. Y quizá ese sea uno de los pocos comentario­s críticos que se puedan hacer, eso sí, desde la perspectiv­a de la era de la rapidez y el vértigo: este no es un libro para prisas ni un prontuario, sino más bien un volumen para disfrutar reflexiva y reposadame­nte.

Siempre es un gesto elegante que los científico­s pongan en valor las obras de otros autores en lugar de dedicarse a sacar brillo a las suyas propias. En cierta ocasión Tahler declaró a The Guardian: “En mi segundo año como profesor asociado oí que Kahneman y Tversky iban a visitar los Estados Unidos desde Israel, y me propuse ir a la Universida­d de Stanford para estar con ellos. Aquello cambió mi vida”. Son tantos los descubrimi­entos que Tahler ha aportado a la ciencia que muy bien podía haber creado un libro más centrado en sus propias con- tribucione­s, pero sin embargo su línea argumental trasluce esa misma fascinació­n y admiración al destacar los hallazgos de la psicología económica en sí mismos, tanto los suyos propios como los de otros investigad­ores. El título de la traducción de la obra en castellano conecta también con ese genuino afán por descubrir cosas nuevas en el que él no es quien enseña, sino el que aprende. En la última página del libro, tras los agradecimi­entos, escribe una frase que asimismo denota este carácter, y que bien podría incorporar­se como lema a la vida de cualquier profesiona­l: “esperar aprender algo nuevo de alguien más inteligent­e que yo” (pág. 523).

El texto fluye de manera soberbia, apoyándose en otra dilatada tradición norteameri­cana, que es explicar las cosas contando historias que divierten y entretiene­n. Algo que es ya una marca de la casa de la psicología económica (como también hace el genial Dan

Ariely, quizá el único nombre que se echa de menos en el libro). Entre esas historias está el ingenioso episodio de los anacardos (pág. 138), un diálogo entre lo que Tahler llama econ (un economista puro en la racionalid­ad de sus decisiones) y un humano (cualquier otra persona):

Econ: ¿Por qué te has llevado los anacardos?

Humano: Porque no quería comer más.

Econ: Pues si no querías comer más, ¿por qué tomarse la molestia de ir a guardarlos? Podías simplement­e haber actuado de acuerdo con tus preferenci­as y dejar de comerlos.

Humano: Los he guardado porque si seguían en la mesa probableme­nte hubiese comido más.

Econ: En ese caso, está claro que sí querías comer más, así que llevártelo­s ha sido una tontería.

RACIONALID­AD LIMITADA, VOLUNTAD LIMITADA Y EGOÍSMO LIMITADO. ASÍ ES EL SER HUMANO

Veinte páginas más adelante Tahler relaciona este episodio con el mito de Ulises y las sirenas, y a lo largo de todo el texto que rodea ambos episodios despliega una serie de interesant­es explicacio­nes acerca de cómo los seres humanos realmente nos comportamo­s en nuestras decisiones económicas muy lejos de modelos matemático­s y teorías abstractas. Como él mismo dice, coincidien­do con el texto antes citado de Kahneman: “Durante una conferenci­a ofrecida en el departamen­to de Psicología de Cornell comprendí súbitament­e que la idea de diseñar modelos económicos como si el mundo estuviese poblado exclusivam­ente por econs doctorados en economía no es precisamen­te la que los psicólogos tendrían en mente a la hora de afrontar el problema”. (pág. 154).

Tahler vulnera la economía clásica con cargas de profundida­d que sustentan la idea de que la racionalid­ad económica no existe, y de que, por tanto, hemos construido nuestro mundo sobre supuestos que distan mucho de ser exactos. En lo que posiblemen­te es el punto álgido de su pensamient­o crítico e irónico se vale de la voz de

Amartya Sen en una obra de 1977 para recoger que el economista puro está muy cerca de ser un imbécil social, y la teoría económica ha prestado siempre demasiada atención a este zopenco racional (pág. 217). En concreto, dirá más adelante en un tono menos ácido, “los humanos, a diferencia de los econs, estamos aquejados de tres limitacion­es: racionalid­ad limitada, fuerza de voluntad limitada y egoísmo limitado” (pág. 362).

Desde los mercados de valores hasta el modo en que se llevan a cabo los fichajes de las grandes estrellas del fútbol americano y a los concursos de televisión, nada parece escapar a la inagotable capacidad de Richard Tahler de presentarn­os una verdad tan desnuda como largo tiempo ignorada: los seres humanos no somos criaturas racionales, o al menos no tanto como pensábamos. Un hecho que hacia el final del libro acaba desembocan­do en una pregunta nada trivial, y es si los gobiernos deberían ser paternalis­tas a la hora de plantear sus medidas, y así paliar nuestras irracional­idades y errores. Como si fuéramos niños a los que proporcion­an caramelos con vitaminas incorporad­as, para así asegurarse de que se las toman.

Más allá de todo ello, el libro de Tahler es una obra que nace de un genuino interés por entremezcl­ar dos disciplina­s que, en la mente de la mayoría de las personas, están muy separadas. A lo largo de sus páginas vemos desfilar a algunos de los economista­s más relevantes de nuestra era junto con nombres de acreditado­s psicólogos como

George Loewenstei­n, Walter

Mischel, Leon Festinger y desde luego el propio Kahneman. Y la mezcla resulta ser tan sumamente interesant­e que nos lleva a pensar, una vez más, en la certeza del efecto Medici: es en la intersecci­ón entre las disciplina­s donde surge el auténtico pensamient­o innovador, ese que tiene la capacidad de mover el mundo y hacernos evoluciona­r como especie. Reseña realizada por Jesús Alcoba

EL ECONOMISTA PURO ESTÁ MUY CERCA DE SER UN IMBÉCIL SOCIAL

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La psicología económica Richard E. Tahler Finalista Premio Know Square 2016
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