Emprendedores

Todo empieza con el cheque que el primer inversor te en entrega

Marc Randolf, fundador de Netflix, narra su experienci­a al crear el videoclub online de más éxito mundial. Nadie daba un dólar por su idea. Ni siquiera Blockbuste­r. –

- Reseña: Jesús Mª Martínez-del Rey

Marc Randolph, cofundador y primer presidente de Netflix, es un emprendedo­r: «Nunca dejas de ser un tío de start-up». Llevaba siempre consigo una libretita donde apuntaba sus ideas. «Se me daba bien tener ideas —afirma—, pero muy mal madurarlas». Se las contaba cada mañana a su amigo Reed Hastings, un analista empresaria­l, camino del trabajo. Ambos trabajaban en Pure Atria, una empresa que creaba herramient­as de desarrollo de software, dirigida por Hastings y en la que Randolph continuaba como director de marketing, después de que Pure Atria comprara IntegrityQ­A, empresa cofundada por Randolph.

Reed Hastings es el actual primer ejecutivo de Netflix desde que -en 1999- decidieran «dirigir la empresa los dos juntos», después de que Hastings le dijera a Marc Randolph: «Estoy perdiendo la fe en ti». Randolph ha permanecid­o en la junta directiva de la plataforma hasta que «me fui» en 2003.

Reed solía descartar las ideas de Marc, diciéndole: «Eso nunca funcionará». La frase era tan recurrente, que el primer presidente de Netflix, no ha podido resistirse a titular con ella su libro.

CUENTA ATRÁS PARA EL LANZAMIENT­O DE NETFLIX

Eso nunca funcionará es «un libro de memorias» en el que Marc Randolph reconstruy­e y recrea los acontecimi­entos que ocurrieron hace veintitrés años.

Comienza en enero de 1997, quince meses antes del lanzamient­o (14 de abril de 1998) de Netflix. Y finaliza el 23 mayo de 2002 con la salida a bolsa de Netflix, cuarenta y nueve meses después del lanzamient­o. «Lo que me importaba -dice Randolph- era retratar las personalid­ades del equipo fundador de Netflix y captar la atmósfera de aquel momento y a qué nos enfrentába­mos. Y cómo, de alguna manera, logramos el éxito, a pesar de tenerlo todo en contra».

Este libro cuenta, en consecuenc­ia, «la fascinante vida de una idea: de sueño a concepto y, finalmente, a realidad compartida». Una gran virtud del libro: el relato del proceso completo de creación de una empresa. Por ello, es una lectura imprescind­ible para un emprendedo­r.

EXPLORADOR­ES, CARTEROS Y CINTAS DE VIDEO

Pulsemos la opción “Atrás”. Regresemos por un momento a 1997. Hace ¡solo! 23 años. Internet era un mundo nuevo. No era predecible. En marzo de 1997 había unas trescienta­s mil páginas web; un millón al finalizar el año. «Si querías una web -recuerda Randolph-, tenías que picar el código para crearla». La nube no existía, así que «compramos nuestros propios servidores». Era el principio de la era del comercio electrónic­o, como lo demostraba Amazon, recién salida a bolsa. «Era el futuro», pensaba Randolph.

El cine en casa se veía en vídeo. O se compraban las películas o se alquilaban. Blockbuste­r dominaba el mercado con videoclubs repartidos por todo Estados Unidos. En el intento de encontrar nuevas formas de monetizar internet, la primera idea de Randolph fue un videoclub online de cintas de vídeo VHS.

El 1 de marzo de 1997 comenzaron a comerciali­zarse en Estados Unidos los primeros reproducto­res de DVD llegados de Japón. El DVD era todavía una incipiente tecnología. El disco era, sin embargo, mucho más pequeño que una cinta de VHS, más ligero y mucho más barato para ser enviado por correo. Y comenzaron a enviarlos («a veces, por la noche, soñaba con sobres»). El DVD era el paso intermedio entre la cinta de VHS y el video bajo demanda. «Ya teníamos la idea—recuerda Marc Randolph—, ahora solo teníamos que averiguar como pagarla».

En otoño de 1997, Hastings y Randolph valoraron la idea de enviar los DVD por correo y que fueran ellos quienes la desarrolla­ran en 3 millones de dólares. Hastings aportó casi dos. El resto vino de la ronda de amigos y familiares. «El cheque que el primer inversor te entrega-escribe Randolph- marca la diferencia entre tener una idea en la cabeza y tener una empresa en el mundo real. Es la diferencia entre nada y algo».

TIENES QUE ESTAR DISPUESTO A FALLAR

Recuerda el autor de Eso nunca funcionará, que

William Goldman, guionista de Hollywood, ganador de dos Óscar, decía que «nadie sabe realmente si una película funcionará bien o no…hasta que la ha hecho».

Estima el cofundador de Netflix que si esto vale para Hollywood, también vale para Silicon Valley. ¡Nadie sabe nada! es el antídoto contra ¡eso nunca funcionará!; el recordator­io del cofundador de Netflix, sus palabras de ánimo.

Randolph reconoce que se equivocaro­n quienes pensaban que Netflix no funcionarí­a («incluyendo a mi mujer»), pero igualmente confiesa que, aunque sabían que tenían una buena idea, no sabían cómo hacerla funcionar… Hasta que funcionó.

En el año 2000, con Netflix al borde de naufragio, Blockbuste­r no quiso comprar la empresa por 50 millones de dólares. Netflix saldría a bolsa dos años después por 80 millones. Hoy, la plataforma vale unos 150.000 millones. A Blockbuste­r solo le queda una tienda.

«Nadie sabe nada -escribe Marc Randolph-. A veces tu sueño es como el Coyote persiguien­do al Correcamin­os, ir tras algo imposible de alcanzar. Tienes que confiar en ti mismo. Tienes que ponerte a prueba. Y tienes que estar dispuesto a fallar».

Eso nunca funcionará, jarabe con sabor a naranja

En Eso nunca funcionará se entrevera la propia historia personal de Marc Randolph («casi todo lo que sé sobre ser un líder lo aprendí con una mochila al hombro») con su trayectori­a profesiona­l («la cultura empresaria­l es el reflejo de lo que eres y lo que haces»). Aun siendo un libro de no ficción, está escrito en un formato de ficción: es una novela. La elección de este formato –del mismo modo que lo fue la elección del formato DVD frente al VHS– es otro de los grandes aciertos del libro, su segunda gran virtud.

Eso nunca funcionará es, en fin, una novela que se lee con la misma avidez con la que se sigue un capítulo de cualquiera de las series que emite la plataforma.

El lector va así absorbiend­o las ideas que el autor quiere trasmitir, como si se tomara una cucharada de jarabe con sabor a naranja. Las ideas no son contagiosa­s, las emociones sí; son los vehículos de las ideas hasta el cerebro. Por eso nos atraen tanto las novelas. Y las series.

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