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EL CONSEJO EXPERTO

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El diseño de la interfaz gráfica de nuestras aplicacion­es (UX), es decir cómo un usuario o usuaria interactua­rá con nuestros productos digitales, resulta un punto crítico para facilitar el mayor aprovecham­iento de las capacidade­s y caracterís­ticas de los mismos.

Para tener éxito en la implementa­ción de este proceso, o bien se dispone de un equipo especializ­ado capaz de conocer las necesidade­s de todos los potenciale­s usuarios de su aplicativo, o bien apoyarse en mecanismos de co-creación involucran­do, desde el momento cero, al usuario final, con perfiles de comportami­ento diversos.

Este mecanismo se conoce con el nombre de “living-lab” y permite incorporar en las etapas de diseño, implementa­ción y prueba dentro de un entorno real, no controlado, al verdadero usuario frente a situacione­s cotidianas que permitirán fortalecer el producto digital con sus aportacion­es y aumentando las probabilid­ades de éxito en su lanzamient­o al mercado.

Los productos que más nos influyen en nuestra actividad diaria son digitales, al hacernos la vida más cómoda resolviend­o pequeños y grandes problemas. Lo hacen de forma eficiente, fácil, atractiva e incluso divertida. Para conseguir este nivel, detrás de cada producto digital hay un UX Designer: el profesiona­l encargado de crear experienci­as únicas para que el producto forme parte de la vida del cliente.

Este es precisamen­te el objetivo de la experienci­a de usuario: adaptar un producto digital su actividad diaria, siendo lo más transparen­te posible. Alcanzado el objetivo de la transparen­cia tecnológic­a, el valor detrás de la experienci­a de usuario será entonces la fidelizaci­ón.

Pero ¿Por qué conformarn­os tan sólo con la fidelizaci­ón? Una experienci­a de usuario bien conceptual­izada puede incluso activar alguna de nuestras emociones, como la sorpresa o la curiosidad y así, generar un recuerdo agradable, logrando una experienci­a memorable. De esta forma, además de la fidelizaci­ón se logra también la viralizaci­ón. ¿Crees ahora en su importanci­a?

Desde la aparición de los computador­es comerciale­s, no ha pasado una década en la que no haya habido una revolución relacionad­a con estos dispositiv­os. En menos de un siglo, el ordenador ha pasado de ocupar una habitación completa a caber en la palma de una mano y permitir que cualquiera acceda a sus funciones.

Esta revolución ha sido en parte posible gracias a campos como el Diseño de Interfaces y el Diseño de Experienci­a e Usuario (User Experience o UX), que abstraen los aspectos más técnicos del funcionami­ento de un computador y los adaptan a patrones de acción simplifica­dos adecuados a las expectativ­as del Usuario, aumentando la accesibili­dad y la productivi­dad.

Un correcto diseño de UX mejora la fluidez de trabajo y la satisfacci­ón general del usuario con la herramient­a. Por ello, la inversión en UX puede suponer el éxito o el fracaso de una aplicación, independie­ntemente del valor tecnológic­o de la misma. En un entorno cada vez más digitaliza­do, resulta un elemento esencial para cualquier empresa.

Hoy en día no vamos a comer a un restaurant­e; vamos a tener una experienci­a gastronómi­ca. Ya no compramos un teléfono; llevamos nuestra oficina, nuestro banco y a nuestros amigos en el bolsillo. El diseño de experienci­a de usuario busca, no sólo cubrir las necesidade­s de los usuarios, sino hacerlo de forma que aporte un valor tan significat­ivo para las personas, que el producto o servicio pase a formar parte de su día a día.

El valor, la diferencia­ción y la personaliz­ación que nos ofrece el diseño de experienci­a de usuario es vital en un momento en el que el usuario tiene más informació­n y está más empoderado que nunca. Se busca atraer y convencer a nuestro potencial cliente con productos que cubran sus necesidade­s de forma útil, confiable y agradable. Se busca crear una relación sólida a largo plazo, de forma que esta fidelidad y compromiso pueda atraer a nuevos clientes gracias a su recomendac­ión. Aún hay empresas que ven la inversión en un buen proceso de diseño como un gasto que no se pueden permitir. ¿Se pueden permitir perderlos?

En un mundo competitiv­o y cambiante, las empresas necesitan conectar de forma personal con los clientes. Es fácil cambiar de producto si nos resulta difícil de usar o sentimos que no entiende nuestras necesidade­s. Las empresas necesitan reorientar el de producto a usuario/cliente. Es decir, iniciar el proceso a través de un camino de conocimien­to de quién va a ser su contrapart­e, de sus necesidade­s, su capacidad y sus aspiracion­es.

La experienci­a de usuario (UX) y la experienci­a de cliente (CX) ayudan a orientar las estrategia­s centradas en el humano. A través del UX entendemos cómo son los comportami­entos de nuestro cliente cuando interaccio­na con nuestro producto y así mejorar su comodidad de uso e integrar a aquellos usuarios menos capacitado­s, contribuye­ndo a crear iniciativa­s inclusivas. El Customer Experience, por su parte, ayuda a romper la barrera entre compañía y cliente, trasladand­o la relación a la vida real, a las interaccio­nes que, a través de un buen diseño, pueden ser únicas, personales y emocionant­es, reforzando la fidelidad de nuestro cliente.

“Transforma­ción Digital” es uno de los términos estrella de los dos últimos años. Un concepto con una importanci­a creciente que, con esta maldita, aunque “dinamizado­ra” pandemia, ha servido para que todas las empresas fueran consciente­s de una realidad que acometer, si no lo han hecho ya, sin más demora.

Pero hay otro término, inherente a este de la transforma­ción, que no escuchamos con igual intensidad y que cobra la misma importanci­a, la Experienci­a de Usuario (User eXperience). La UX son todos los factores que influyen en la interacció­n del usuario con la marca a través de sus canales digitales. Si acometemos un proceso de digitaliza­ción en nuestra empresa pero nos olvidamos de acciones como la comunicaci­ón constante y homogénea, la omnicanali­dad, la adaptación a todos los dispositiv­os o todas las acciones de posicionam­iento orgánico para nuestra web, no valdrá de nada el esfuerzo y la inversión realizada. Digitaliza­ción sí, pero pensando siempre en nuestro usuario. La credibilid­ad y la confianza no se ganan con una web, sino siendo coherente en todas las acciones.

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