RULETA RUSA
Hace un tiempo me preguntaron en un programa de radio cómo y cuándo empecé a interesarme por estos temas. Contesté, sin pensarlo demasiado, que todo empezó con En
busca del arca perdida, la primera entrega de la saga de Indiana Jones que pude disfrutar cuando tenía 5 o 6 años. En aquella peli se trataban algunos temas que, con los años, me llegaron a obsesionar, como el esoterismo nazi, las reliquias sagradas o los objetos de poder. Pero también fue Indy el que me llevó de la mano hacia mi gran pasión: la Historia. Gracias a él, y gracias a aquella cinta, comencé esta senda por la que todavía ando transitando. Pero, tras terminar la entrevista, una vez calmados los habituales nervios, le estuve dando vueltas al tema. Y sí, Indy influyó mucho. Pero hubo mucho más… El mes pasado, en esta misma sección, el compañero y amigo Mariano Fernández Urresti publicó un sensacional escrito en el que hablaba de cómo el niño de los cómics que una vez fue se comenzó a interesar por estos apasionantes temas gracias a las lecturas de su infancia. En mi caso, aunque también influyeron mucho los libros que leí –nunca fui muy de cómics–, fue el cine el que me inició, con muy poquitos años, en el mundo del misterio y en la búsqueda del conocimiento. Encuentros en la tercera fase y E. T. provocaron que comenzase a mirar a los cielos, aunque Invasores de Marte –la antigua, que la ochentera es muy mala– me hizo ver que quizás no todos los extraterrestres eran buenos. Poltergeist me dio un miedo terrible, pero también me hizo ver que quizás hay algo más allá de la muerte, algo con lo que nos podemos comunicar. El exorcista y La profecía –y las mediocres secuelas de ambas– me llevaron a interesarme por ese contrapeso maligno del dios en el que nunca creí; aunque de vez en cuando, sobre todo cuando revisionaba Los diez mandamientos y Qué
bello es vivir, me reconciliaba con él. Star Wars y Star Trek me hicieron soñar con el futuro y con la apasionante idea de que algún día saldremos de este puntito azul pálido y conquistaremos el espacio. Siempre quise ser un goonie, aunque en el Mediterráneo era difícil encontrar tesoros ocultos por los piratas, o uno de los chicos de la peli Exploradores, o Bastian, el niño de
La historia interminable, mi modelo a seguir. Había que evitar que Fantasía sucumbiese. Todavía debemos seguir evitándolo. Quise ser DARYL. Quise ser el niño de El vuelo del navegante… Y me hubiese encantado conocer al joven Sherlock Holmes de El secreto de la pirámide, a Guillermo de Baskerville, a Salvatore, el proyector de Cinema Paradiso; o a alguno de los tres aventureros de En busca del fuego. Y, cómo no, aunque me daba miedo, siempre respeté a Roy Batty y nunca entendí por qué tenían que morir los replicantes. No era justo. Hoy le tomo el relevo al maestro Urresti y, parafraseándole, me pregunto cuántos “niños de las pelis” hay. Creo que muchos más de los que creemos y muchos más de los que ellos mismos creen, aunque algunos lo hayan olvidado o se hayan perdido… como lágrimas en la lluvia.