LA ISLA PROHIBIDA
EL ÚLTIMO BASTIÓN SALVAJE DE LA TIERRA
Se halla en un archipiélago del océano Índico, y el asesinato de un misionero la ha puesto en primera línea de actualidad. El último bastión salvaje de la Tierra…
LA MUERTE DE UN JOVEN MISIONERO MIENTRAS INTENTABA EVANGELIZAR A LOS NATIVOS DE UNA ISLA PROHIBIDA HA PROTAGONIZADO LOS TITULARES DE PRENSA DE MEDIO PLANETA. SENTINEL DEL NORTE PERTENECE AL ARCHIPIÉLAGO DE ANDAMÁN Y NICOBAR EN EL OCÉANO ÍNDICO. ALLÍ HABITAN UN INDETERMINADO NÚMERO DE NATIVOS, AISLADOS DEL RESTO DEL MUNDO Y DE CUYAS COSTUMBRES Y EXISTENCIA APENAS NADIE SABE NADA, PERO SUELE COSTARLE LA VIDA A QUIEN CURIOSEA EN SUS INMEDIACIONES O PONE EL PIE EN SUS PLAYAS.
Las autoridades indias mantienen celosamente protegida a una comunidad no contactada que reside en la isla Sentinel del Norte, dentro del archipiélago de Andamán y Nicobar, en el océano Índico. Cualquier incauto tiene vedado el acceso y hay buenas razones para ello. No solamente de tipo antropológico, para preservar la existencia de un pueblo que vive allí aislado desde hace milenios, sino también porque abundan los precedentes de curiosos o estudiosos que pusieron su pie en la isla y terminaron malparados por la reacción violenta de los autóctonos.
Sin embargo, hace varias semanas, un joven misionero estadounidense no se arredró ante estas dificultades y perdió la vida en el intento de dar a conocer la palabra del Señor a los sentinele- ses. Acudió al lugar en varias ocasiones gracias a la ayuda de unos pescadores a los que contrató y que le trasladaban en canoa. Una vez en las inmediaciones, cubría nadando el resto de la distancia hasta la playa. Durante la última de esas visitas evangelizadoras fue mortalmente atravesado por una flecha y los pescadores observaron en la lejanía como el cadáver del muchacho era arrastrado por los isleños hacia el interior de la tupida vegetación.
¿HAY QUE EVANGELIZAR A LOS NO CONTACTADOS?
Después de ese fatal desenlace, la biografía del desafortunado misionero ha colmado los medios de comunicación. A través de ella palpita la figura de un hombre comprometido hasta el exceso con sus ideas religiosas. John Allen Chau había nacido en el estado de Washington y era hijo de un médico chino que buscó refugio en EE.UU durante la Revolución Cultural de Mao. Siendo niño, cayó en sus manos un ejemplar de Robinson Crusoe que le marcó obsesivamente en su ánimo de realizar viajes por medio mundo. Fue así como terminó graduándose en Medicina Deportiva hace cuatro años –en la universidad cristiana Oral Roberts– y pasó varias estancias estivales en la soledad de una cabaña dentro del parque natural de California o haciendo trekking por los bosques de la frontera con Canadá. A continuación, participó como voluntario en programas educativos de fútbol desarrollados en Irak y Sudáfrica. Algunas de sus experiencias viajeras las plasmó en la web Outbound
Collective, donde se autocalificaba “explorador de corazón”.
Si los viajes de aventura y deportes constituían una de sus grandes pasiones, la segunda no menos importante era la Biblia. De hecho, la universidad donde se graduó en Medicina Deportiva estaba especializada en teología. Durante los años académicos John ya expresó su deseo de propagar el mensaje de Cristo por el mundo. Entre 2015 y 2016 tuvo un primer contacto con las islas de Andamán y Nicobar. Posteriormente, procedió a ingresar en el grupo All Nations de Kansas para recibir formación como misionero.
Esta organización cristiana opera en 40 países y tiene por lema “nuestra misión es ver a Jesús adorado por todos los pueblos de la Tierra. Nuestra misión es hacer discípulos y entrenar líderes para iniciar movimientos de implantación de Iglesias entre los pueblos abandonados de la Tierra”. Según su página web, All Nations capacita cada año a unos 3.500 misioneros para que lleven a efecto dichos objetivos. Una vez ocurrido el trágico final de John, la organización informó que él fue “un viajero experimentado que estaba bien instruido en materias interculturales, Chau había participado anteriormente en proyectos misioneros de Irak, Kurdistán y Sudáfrica”.
La directora ejecutiva de dicha institución evangelizadora, Mary Ho, declaró a la cadena CBS que John Allen Chau hizo su tarea “lo mejor que pudo”. Lo que no significa que actuara correctamente. De hecho, viajó a la India como turista y sin visado de misionero porque conocía las restricciones de acceso a Sentinel del Norte. Adquirir dicho permiso para evangelizar le habría resultado muy complicado cuando no directamente denegado. En cambio, como turista, pudo
John Allen Chau llevaba años preparándose para evangelizar a los habitantes de isla Sentinel. Pero lo que encontró fue la muerte
deambular sin problemas por aquellas islas del Índico, familiarizándose con su realidad y aprovechando, además, que las autoridades habían levantado algunas prohibiciones de acceso sobre ciertas partes del archipiélago.
Una vez muerto, Ho aseveró en la web de All Nations que conviene recordar “cómo a lo largo de la historia de la Iglesia, el privilegio de compartir el Evangelio a menudo ha implicado un gran costo. Oramos para que los esfuerzos de sacrificio de John den frutos eternos en el momento oportuno”. Pues bien, comentarios de este tipo desataron la polémica. ¿Dónde está el límite entre el empeño por evangelizar de unos y el derecho de una comunidad aislada a perdurar sin recibir el impacto de ningún proselitismo ideológico exterior?
El asesinato de Chau ha sido percibido por algunos otros misioneros como un estímulo para seguir desempeñando su labor con más ahínco y hacer llegar el mensaje de Cristo a los “no alcanzados”. Tal elevación de John a la categoría de mártir que sacrificó su vida por la causa, lejos de contribuir a reflexionar sobre el fondo del asunto y la manera en la cual él hizo las cosas, ha terminado siendo experimentado por ciertos fervorosos creyentes como un magnífico ejemplo a imitar.
Por el contrario, el escritor cristiano Rod Dreher afirmó en The American Conservative que “Chau no solo no tenía absolutamente ninguna posibilidad de éxito, sino que también llevaba la enfermedad y la muerte a esta tribu. ¿Cómo podría un cristiano justificar esto?”. Dreher alertó de que la temeraria acción de John podría desencadenar una reacción local en la India contra la minoría cristiana allí residente, así como dificultar aún más la labor de los pastores evangélicos en la zona, los actuales o los venideros. Y concluía: “El caso plantea una interesante pregunta teológica para los cristianos. Se considera un mandamiento divino que nosotros evangelicemos. Esto no es una cuestión de tratar de captar la mayor cantidad posible de personas en nuestro equipo. Realmen- te creemos que las almas eternas de las personas están en juego (…). Creo que la única manera razonable de resolver este dilema desde un punto de vista teológico cristiano es orar y confiar en la misericordia de Dios para ellos, pero dejarlos en paz. Una cosa es estar dispuesto a dar tu vida por esas personas tribales. Pero es cruel esperar que entreguen sus vidas para que puedas probar tu amor por Dios”.
Por su parte, la ex misionera Caitlin Lowery fue mucho más lejos en sus consideraciones y publicó un duro texto en Facebook al respecto del fallecimiento de John Allen: “Yo fui misionera. Pensaba que estaba haciendo el trabajo de Dios. Pero si soy honesta, estaba haciendo un trabajo que me hacía sentir bien. Esto es supremacía blanca. Esto es colonización”.
ÚLTIMO BASTIÓN DE SATÁN
Mary Ho también fue entrevistada por Christianity Today y, en este medio, la directora de All Nations reveló más datos acerca de la preparación del joven misionero. Al decir de Ho, desde que tenía 18, John soñó con predicar a los sentineleses y había orientado toda su formación en torno a dicho ideal. Al preguntarle a Ho por la transmisión de enfermedades a los nativos isleños durante el contacto, respondió que Chau “se aseguró de estar capacitado en el campo de la medicina; se graduó en Salud y Medicina Deportiva, y recibió capacitación en EMT –Técnico de emergencias médicas–”. Además, “Chau recibió 13 vacunas y se puso en cuarentena durante muchos, muchos días como un paso preventivo”. Pero los expertos juzgan esta preparación sanitaria como deficiente y poco seria. Ciertamente, las vacunas pueden servir para evitar la transmisión de enfermedades concretas como tuberculosis o tétanos. Sin embargo, una persona cualquiera puede portar parásitos y otros microorganismos que resulten inofensivos para uno mismo, pero no para quien nunca estuvo expuesto a ellos como los habitantes de Sentinel que llevan aislados cientos de años. De hecho, la mera presencia del cadáver de Chau y su posible recuperación ha sido objeto de preocupación por parte de las autoridades, no tanto para darle un adecuado entierro y devolverlo a los familiares, sino por las perniciosas consecuencias infecciosas que podría desatar entre los isleños.
Existe un punto de común acuerdo en todos los que conocieron al joven misionero fallecido y es su determinación mental. Durante sus primeras
Una de las mayores críticas hacia la actitud de Allen fue no pensar que con su acción podría contagiar y acabar con todo un clan tribal
estancias en el archipiélago, hace dos años, John Allen Chau trabó amistad con varios residentes y empezó a planear la mejor manera de llegar a los nativos de Sentinel. “Definitivamente, se le fue la cabeza”, declaró al Washington Post Remco Snoeij, un amigo de John al que conoció en la escuela de buceo de Havelock, isla perteneciente al archipiélago de Andamán y Nicobar. Durante las conversaciones entre ambos, Remco trató de disuadirle de su idea, recordándole que se trataba de un lugar prohibido al turismo. Aunque al mismo tiempo, ese veto absoluto alimentaba la imaginación de ambos y les hacía pensar en tesoros y secretos.
Hasta tal punto se obsesionó Chau con su misión en Sentinel que prefirió no unirse sentimentalmente a nadie. Según declaraciones a la prensa de otro de sus amigos, John Middleton Ramsey, el joven misionero estaba tan concienciado en su proyecto que “no quería romper ningún corazón si las cosas no acababan bien. Era consciente de los peligros del lugar”.
Finalmente han trascendido a varios medios de comunicación las últimas cartas enviadas por John a su familia y los diarios del joven. Estos últimos consistentes en un puñado de hojas manuscritas dejadas en la barca de los pescadores que le trasladaron hasta la isla prohibida. Tanto en las misivas familiares como en sus anotaciones personales advertimos, nuevamente, el entusiasmo ciego que movió toda su existencia y que fue antesala de un fatal destino.
Allen Chau pedía comprensión a sus seres queridos: “Puede que penséis que estoy loco por esto, pero creo que merece la pena mostrar a Jesús a esta gente”. El primer intento de acercamiento a la isla le llenó de turbación y pesar. Desde la barca nadó hasta la playa y una vez sobre la arena “dos sentineleses se aproximaron rápidamente gritando. Tenían dos flechas cada uno sin ensartar hasta que estuvieron cerca. Gritó: “Me llamo John, os quiero y Jesús os quiere”. Cuando quiso entregarles pescado, uno de los chicos disparó una flecha y “atravesó la Biblia que yo tenía en mis manos”. Regresó a la barca y entonces escribió, “¿Por qué un niño pequeño tuvo que dispararme hoy? (…). Su voz aguda aún persiste en mi cabeza (…). Sentí miedo, pero sobre todo me sentí decepcionado. No me han aceptado desde el principio”.
No flaqueó su ánimo y afrontó aquel revés con mayor vehemencia: “¿Señor, es esta isla el último bastión de Satán? (…). ¿Qué les hace ser tan hostiles y estar tan a la defensiva? (…). Si quieres que me disparen y me maten con flechas, que así sea. Pero creo que sería más útil vivo”.
A pesar de su incombustible entereza, aquel inesperado rechazo de los isleños le suscitó dudas por algunos instantes: “No quiero morir. ¿Sería más prudente irme y dejar que continúe otro? No, no lo creo”.
LA ISLA MISTERIOSA
En sus reiterados intentos frustrados por relacionarse con la etnia no contactada, John Allen Chau portó diferentes regalos que pudieran resultar atractivos o útiles a los sentineleses. El misionero les quiso entregar pescado, un balón de futbol, tijeras, imperdibles o sedal. Pretendía hacerse entender con obsequios puesto que desconocía el idioma que los nativos hablaban. No en vano, este es uno de los muchos misterios que rodea a los habitantes. National Geographic divulgó en su momento algunas informaciones como que los sentineleses podrían descender de africanos y residir en la isla desde hace unos 60 milenios. Sobrevivirían como pescadores-cazadores-recolectores de la Edad de Piedra dentro de un enclave autosuficiente de unos 60 kilómetros cuadrados en el Golfo de Bengala, aunque habrían pasado a la Edad de Hierro por un capricho de la historia: en 1981, un carguero panameño llamado Primrose naufragó junto a la costa norte de Sentinel. Los tripulantes fueron rescatados, pero el casco de la embarcación quedó allí encallado para siempre y sus despojos terminaron siendo utilizados por los nativos para confeccionar puntas metálicas de flecha y de lanza así como otros utensilios de hierro y acero extraídos del buque.
A lo largo de las últimas décadas, la fama de los sentineleses ha ido asociada a la violencia dirigida contra todo aquel que se les acercaba. En 1967, el gobierno de la India pretendió trabar contacto con los habitantes sin obtener resultado positivo. Siete años después, National Geographic intentó filmar allí un documental y el director del equipo recibió una flecha en el muslo izquierdo.
En 1981 la tripulación del citado carguero varado Pimrose envió por radio el siguiente mensaje de socorro: “Hombres salvajes, estimamos más de 50, llevando varias armas caseras, están haciendo dos o tres botes de madera. Nos abordarán al atardecer. La vida de todos los tripulantes no está garantizada”. La dotación del Pimrose se mantuvo en guardia echando mano de improvisadas armas como una pistola de bengalas, hachas y tuberías. Al cabo de unos días, India envió un remolcador y un helicóptero para rescatar a los marineros asediados.
Más recientemente, en 2006, la ONG Survival International informó de dos pescadores ilegales que igualmente acabaron muertos tras merodear por la costa de la isla. La Guardia Costera quiso recuperar los cuerpos e igualmente fueron expulsados a flechazos. Finalmente, después del catastrófico tsunami de 2004, las autoridades indias sobrevolaron el enclave para comprobar los daños del terremoto entre los nativos. Contemplaron a varios aborígenes en buen estado aunque recelosos de que les observaran. Uno de ellos apuntó su arco contra el helicóptero, consumando así la fotografía más icónica de esta etnia.
Trilok Nath Pandit tiene una visión de esta tribu mucho más amable y comprensiva. Este antropólogo octogenario fue uno de los enviados por la India en 1967 para trabar amistad con los sentineleses. A partir de ese primer intento siguió perseverando durante décadas mediante aproximaciones sucesivas que culminaron en 1991. Ese año, junto a su equipo pudo por fin mantener un contacto no conflictivo con los isleños. Les llevaron cocos y otros enseres a la orilla. Pudieron entregárselos y grabarles en vídeo. Luego, se retiraron pacíficamente. Pandit declaró a El País que “los sentineleses solo son una minúscula comunidad vulnerable que trata de defenderse de un grupo dominante (…). Como individuos, pueden contraer enfermedades. Como colectivo, también se exponen a los riesgos de ser explotados por una población más poderosa. No solo son un grupo mucho más pequeño, sino que tampoco tienen las herramientas ni la tecnología para defenderse y preservar sus costumbres”.
En verdad, no les faltarían motivos a los sentineleses para mantenerse recelosos con el mundo exterior. Adam Goodheart es uno de los historiadores que más ha profundizado en el pasado de esta solitaria isla. En un documentado artículo para la revista The American Scholar postula que el lugar casi siempre ha pasado desapercibido porque “es demasiado pequeño y está ubicado en una zona poco conveniente para la colonización, lejos de los principales asentamientos sobre el lado este de Gran Andaman, salvaje y azotado por las tormentas. No tiene puertos
naturales y su barricada natural con arrecifes de coral mantienen alejados a todos, excepto a los marinos más persistentes o temerarios”.
Sin embargo, ese tranquilo aislamiento estuvo a punto de cambiar a finales del siglo XIX, como el propio Goodheart se encarga de detallar. En 1879, Maurice Vidal Portman, recién nombrado por el gobierno británico como funcionario a cargo de los habitantes del archipiélago Andaman, visitó Sentinel del Norte y quedó fascinado con lo que allí encontró. Junto con un pequeño contingente de hombres permaneció en la isla varios días explorándola y fruto de esas pesquisas logró toparse con una pareja de ancianos y cuatro niños sentineleses que habían quedado rezagados del resto de su grupo, huido por la presencia europea. Maurice no dudó un instante en apresarlos y trasladarlos a la capital del archipiélago, Port Blair. Allí pretendía estudiarlos y educarlos para que sirvieran de enlace posterior e intermediar con el resto de la comunidad. Pero todas estas intenciones fracasaron estrepitosamente. Los ancianos enfermaron y murieron enseguida y los niños fueron retornados a la isla. Arrepentido de la experiencia, Maurice manifestó en un discurso para la Royal Geographical Society de Londres que “su asociación con forasteros no les ha traído nada más que daño, y es un gran pesar para mí que una raza tan agradable se extinga tan rápidamente. Podríamos evitárselo a muchos otros”.
¿Quedó este amargo episodio instalado en la memoria colectiva de los sentineleses? ¿Constituye el precedente atávico que viene alimentando de generación en generación su hostilidad hacia todo el que se les acerca? No lo sabemos, pero la repercusión mediática que ha tenido el reciente asesinato de John Allen Chau no juega a favor de la tranquilidad de los isleños. Acaban de colocarse en el centro de la diana de la atención internacional.
INTERESES GEOESTRATÉGICOS
Para Madhusree Mukerjee, Editor Senior de Scientific American y autor de The Land of Naked People: Encounters with Stone Age Islanders, los sentineleses están en serio riesgo de ver radicalmente perturbado su modo cotidiano de subsistencia. Mukerjee ha estudiado la forma de vida de los habitantes del archipiélago y afirma que los expertos podrían extraer algunas valiosas lecciones de ellos. En su opinión, tanto los sentineleses como otros isleños andamaneses han prosperado en espacios tan diminutos gracias a desarrollar “una adaptación exquisitamente ajustada a la ecología local”. Mukerjee no tiene duda de que “el conocimiento botánico de los andamaneses es fenomenal”. Por ejemplo, un hombre de la isla de Onge cosecha miel aplastando una determinada hoja, extendiendo la pasta sobre su cuerpo y masticándola. Cuando sopla con su boca sobre una colmena, las abejas salen huyendo, dejando que la miel se pueda recoger a sus anchas. Del mismo modo, “no se conoce que ninguno de los andamaneses hubiera muerto en el tsunami masivo de 2004; al sentir las vibraciones del terremoto, supieron huir tierra adentro y cuesta arriba antes de que llegasen las olas”. Por último, también menciona que los habitantes de las islas de Onge y Jarawa obedecían ciertos tabúes religiosos para garantizar la abundancia de varias especies. De hecho, existía la prohibición sagrada de cazar jabalíes en la época de su reproducción. Los andamaneses además parecen haber mantenido el crecimiento de la población a cero, “probablemente mediante el uso de anticonceptivos naturales o incluso adaptaciones biológicas como la menstruación tardía y la menopausia temprana, observada en Onge”.
Pero este status quo apunta a quebrarse próximamente por el ímpetu del siglo XXI y el despliegue de ciertas actividades de ocio en la zona. Desde el pasado agosto de 2018, las 29 islas del archipiélago se pueden visitar, o al menos contemplar a distancia. Entre ellas, Sentinel del Norte. Las autoridades levantaron las restricciones de permiso sobre estos espacios naturales con la intención de fomentar el turismo en la región. La policía carece de los medios suficientes para controlar aquellos que vayan más allá de la tolerancia recién estrenada y todo el archipiélago de Andaman podría quedar transfigurado en un zoológico al aire libre para los animales y humanos que en él residen.
Por otro lado, la reciente tensión internacional entre China y EEUU ha convertido a este rincón del océano Índico en un atractivo polo geopolítico. Las islas, adecuadamente dotadas, podrían operar como portaviones insumergibles y centros logísticos de cara a una futura confrontación estadounidenses con el gigante oriental. Algunos primeros pasos en dicha planificación ya se han dado más al sur, en las islas Nicobar, donde la Defensa de la India construyó una línea de ferrocarril que atraviesa la reserva natural de Jarawa y conecta varios puertos con un gran terminal naval para contenedores.
Hoy en día quienes se acercan demasiado a la pequeña isla corren el serio riesgo de ser atacados por los habitantes de Sentinel