El misterioso origen de SEFARAD
¿CUÁNDO LLEGARON LOS DESCENDIENTES DE ABRAHÁN A LA PENÍNSULA? ¿ARRIBARON MUCHO TIEMPO ANTES DE CRISTO? ¿TAL VEZ COMERCIARON LOS BARCOS DEL MÍTICO REY SALOMÓN CON LA NO MENOS LEGENDARIA TIERRA DE TARTESSOS?
En el siglo I d.C, Jonatan Ben Uziel, seguidor del famoso rabino Hillel, llamó Sefarad a la península Ibérica. Y a partir de ese momento se denominó así a estas tierras en las fuentes hebreas. Pero, ¿es ésa la más antigua mención a Sefarad?
Fernando Sánchez Dragó menciona las audaces propuestas de autores como Lubizc Milosz, quien emparentó con mucho riesgo el término ibri –hebreo– con ibero, añadiendo que el Génesis no tuvo otro escenario que las tierras béticas, pues Edén no sería, en palabras de Dragó, sino la “trasliteración con truco del bisílabo ‘anda’ que encabeza Andalucía”.
Durante un tiempo gozó de cierta popularidad la propuesta que defendía la llegada a la Península del nieto de Noé e hijo de Jafet, Túbal. Y existió una tradición defendida por autores como el padre Mariana o Antonio de Nebrija, que aseguraba que la familia de Noé llegó a las costas españolas tras el diluvio.
Otras propuestas retrasan esa relación a los tiempos del rey Salomón –alrededor del 900 a.C.– en base a las alusiones que se realizan en el Primer Libro de los Reyes (9,26) a propósito de la construcción por parte de ese monarca de “una flota en Esyón Guéber, junto a Elat, en la costa del mar Rojo”. Añade el mismo libro que el rey fenicio Hiram “mandó como tripulantes a servidores suyos, marineros expertos en las costas del mar, que con los siervos de Salomón fueron a Ofir y trajeron unos quince mil kilos de oro para el rey Salomón”.
Pues bien, más allá de descubrir dónde estuvo la maravillosa tierra de Ofir, debemos mencionar otro reino con el que, a decir de algunas informaciones bíblicas, comerció Salomón: el reino de Tarsis.
En el Libro de los Reyes (10, 21-22) podemos leer: “Todos los vasos de beber del rey Salomón eran de oro; y toda la vajilla del palacio del Bosque de Líbano, de oro fino. No había nada de plata, pues la plata no se estimaba en tiem-
pos del rey Salomón. El rey tenía en el mar una flota junto con la flota de Hiram, y una vez cada tres años llegaba la flota de Tarsis cargada de oro, plata, marfil, monos y pavos reales”.
En el Libro de Isaías (23, 1) y en Salmos (48,8) se menciona ese reino y se alude a sus soberbias naves. Pero, ¿dónde estaba Tarsis? Pronto surgieron opiniones arriesgadas que lo identificaban con la enigmática tierra de Tartessos, cuyas coordenadas se han querido situar en el sur de la península Ibérica, de modo que así se establecería una relación entre los judíos y la futura Sefarad desde hace dos mil años.
Tartessos es mencionado por algunos autores griegos, los cuales no dudan en situarlo no lejos de las Columnas de Hércules –actual Estrecho de Gibraltar–. El arqueólogo decimonónico Adolf Schulten no tuvo la menor duda de que tal reino había existido y creyó dar con sus restos en el Coto Nacional de Doñana. Otros, en cambio, han pre- tendido ver sus huellas en Huelva, en Cádiz, en Sevilla, en Algeciras o en Jaén. No obstante, y más allá de encontrar sus fronteras, sí parece admitido que Tartessos existió. Ahora bien, ¿era Tartessos la Tarsis bíblica?
Para historiadores como Jesús Peláez del Rosal, la respuesta es negativa. Tarsis, dice, sería una zona del Golfo Pérsico o de la India. Y también espanta las ideas de quienes han querido hablar de una primera diáspora judía con dirección a Hispania en tiempos antiguos, apoyándose en un verso del profeta Abdías que dice así: “Los deportados de Jerusalén que están en Sefarad heredarán las ciudades del Négueb”.
En su opinión, esa Sefarad sería una ciudad de Asia Menor, con lo que, concluye, todas estas alusiones casi mitológicas a la presencia judía en tiempos muy antiguos en la península Ibérica no son sólidas desde el punto de vista histórico.
Ahí es nada.