EXPERIMENTOS NAZIS
¿Es ético utilizar sus resultados?
Muchos de los experimentos efectuados por los médicos nazis nunca han vuelto a repetirse por su asuencia de ética y consideración hacia la dignidad humana. Sin embargo, al someter a los sujetos experimentales a ensayos extremos se obtuvieron resultados únicos, hoy día irreproducibles y, por eso mismo, dotados de relevante valor científico. ¿Hasta qué punto el mundo académico debería echar mano y utilizar tales resultados? ¿No se estaría así justificando lo injustificable? O, ¿acaso sería el mejor homenaje a las víctimas?
El Dr. Robert Pozos estuvo dirigiendo el laboratorio de investigación de hipotermia en la Universidad de Minnesota. Durante décadas se interesó por los efectos del frío en los organismos vivos. Experimentó con animales, y más específicamente con mamíferos, pero los efectos fisiológicos de la reducción de temperatura en estos seres no resultaban completamente extrapolables a los humanos. Para resolver esta cuestión, en sus ensayos trabajó además con voluntarios –hombres y mujeres– a los que indujo hipotermias en torno a los 36o. Sin embargo, no se atrevió a descender más allá de esa cifra.
Hasta ahí llegó todo el riesgo que asumió durante las pruebas, poniendo así límite a sus pesquisas. Ahora bien, resultaba evidente que por debajo de esa temperatura todavía existía mucho margen por descubrir y vidas que salvar. ¿Cómo completar entonces sus investigaciones sobre la hipotermia humana sin poner en peligro la salud de los sujetos experimentales? Una primera respuesta la buscó revisando y aprovechando otros estudios que hubieran cruzado la línea que él no estuvo dispuesto a traspasar y, ciertamente, los encontró. En concreto, un informe minucioso redactado por los médicos nazis del campo de concentración de Dachau, quienes durante la guerra desarrollaron una prolija batería de ensayos acerca del impacto del frío en prisioneros, sobre los cuales procedieron sin el menor escrúpulo ni dilema de conciencia.
Cuando Pozos manifestó abiertamente su intención de publicar en una revista académica sus propios resultados, combinándolos con los obtenidos en Dachau, saltaron las alarmas éticas. Los editores del New England Journal
of Medicine anunciaron que rechazarían cualquier cita alusiva a dicha fuente nazi, declarando todos los datos provenientes de Dachau como académicamente inutilizables. No porque fueran erróneos, sino por la abominable manera en que habían sido obtenidos.
Durante la II Guerra Mundial, creció la preocupación nazi por la supervivencia de los soldados alemanes en dos situaciones extremas. Por un lado, los pilotos de la Luftwaffe derribados en mar del Norte a quienes no mataban los disparos enemigos, sino la excesiva permanencia en aguas heladas hasta que acudían los equipos de rescate. Por otro lado, cuando el Tercer Reich puso en marcha la “Operación Barbarroja” para conquistar la URSS, el congelamiento de las tropas durante el invierno acabó convertido en el principal adversario a combatir. Surgió así la necesidad de estudiar la hipotermia y su recuperación en humanos aprovechando las instalaciones de Dachau y la inagotable provisión de reclusos que allí había para efectuar toda clase de experimentos de frío con ellos. El Dr. Sigmund Rascher y su mujer Nini, secretaria personal de Himmler, asumieron la dirección de esos estudios.
En el escrito acusatorio del Tribunal de Nüremberg contra los médicos nazis de Dachau se cuenta que “se obligó a las personas a permanecer hasta tres horas en una cubeta con agua helada. En otras de las series de experimentos, se mantuvo a las personas durante varias horas desnudas y a la intemperie, con temperaturas muy por debajo del punto de congelación. Las víctimas gritaban de dolor al sufrir el congelamiento de partes del cuerpo”.
Rascher calificó aquellos ensayos como “experimento terminal” porque la muerte del sujeto formaba parte consustancial de la prueba. Antes de producirse el óbito y conforme aumentaba el frío aplicado, tomaban muestras de sangre, orina y moco del individuo, así como mediciones de cualquier cambio de la frecuencia cardíaca, temperatura del cuerpo o capacidad motriz. Se estima que de las trescientas personas utilizadas en los estudios, alrededor de un tercio fallecieron. A muchas de ellas se las sometió a diferentes técnicas de recuperación de la hipotermia mediante sacos calientes de dormir, inmersiones en agua hirviendo, contacto con variadas fuentes de calor corporal como animales o incluso mujeres desnudas forzadas a copular con el sujeto experimental.
Posteriormente, en la guarida de Himmler en Hallein, los americanos recuperaron abundantes archivos de las SS, entre ellos un informe sobre los ensayos de hipotermia en Dachau. Parte del mismo fue publicado en 1946 por el mayor Leo Alexander bajo el título “Tratamiento del Shock por exposición prolongada al frío. Especialmente en agua”.