La Razón (Madrid) - Especiales
La ira de las clases medias
YlaYla ira se transformó en revolución. El detonante, una vez más, fue una leve subida de impuestos al diésel. Macron abrió la espita «ecológica» sin haberse dignado a bajar a las calles. Y los miles de hombres y mujeres que transitan por ellas a diario para ir al trabajo y ganarse el cada vez más ajustado sueldo con el que pagar su piso, sus impuestos y velar por el futuro de sus hijos, dijeron basta. El prepotente presidente francés no tardaría en darse cuenta que gobernaba un polvorín y había encendido la mecha. El 17 de noviembre de 2018 ardió París y las llamas se propagaron a medio país, todavía hoy en combustión más de un año después. Cada sábado miles de personas han recordado al Gobierno su indignación, su hastío, su ira, en un movimiento transversal y espontáneo que ha demostrado, entre otras cosas, que las clases medias ya no se sienten identificadas ni representadas por partidos, gobiernos ni sindicatos. Los «chalecos amarillos» han desnudado a unas instituciones adocenadas cuando los deshererados de la globalización, los hijos de la sociedad del bienestar que se las prometían tan felices, ven mermar sus condiciones de vida y sienten el vértigo de la incertidumbre. Macron dio marcha atrás, quizá un poco tarde, y ofreció 17.000 millones y un debate nacional para repensar, «juntos», el futuro. Eso, junto a la violencia –más de 3.100 condenados y 4.000 heridos– y el tiempo les han restado fuerza, pero su carga simbólica sigue presente como aviso a políticos ciegos.