El poder de la Historia

ElEl Palacio de Liria era como esas casas encantadas y rodeadas de misterio que existen en los estados interiores de los Estados Unidos. Un edificio rodeado de leyendas, que se mira a los que nadie se acerca y a los que los niños tienen prohibido ir por si acaso sucede algo. Siempre se ha hablado de los tesoros que conservaba, de la colección de maravillas que alberduque gaba en su interior, como si más que una vivienda fuera una cornucopia de riquezas. Todo se comentaba además con ese tono que los marineros empleaban para hablar de la ballena blanca o los calamares gigantes. Pero lo que hasta hoy no había conseguido la modernidad que han traído los tiempos recientes, lo ha logrado la necesidad de adquirir liquidez, porque el patrimonio, quién lo iba a decir, también cuesta un tirón de pasta. Así, el actual de Alba, no sin alguna discrepancia y disensión familiar, ha decidido abrir al público las estancias más íntimas de sus diversos inmuebles y herencias. Aquí de lo que se trata es de obtener algo de ingresos y, de paso, resolver esa fascinación doble que todavía pervive, porque coincidirán dos públicos: el que acuda atraído por ese folclore avivado por la televisión amarillista, por el morbo de ver cómo vive la familia con más títulos de España y los que aprovechen la ocasión para admirar los cuadros que cuelgan de sus muros, las cartas de Colón, el lienzo de la duquesa firmado por Goya, el último testamento de Fernando el Católico, la biblioteca que se ha ido formando por la decantación de siglos. Lo que se ignora es que el secreto de la supervivencia siempre ha sido la adaptación. Y los Alba han entendido que hoy el misterio es sospechoso.