La Razón (Madrid) - Especiales
El adiós de una pionera
ElEl 31 de agosto, como a media tarde, un escalofrío. La Policía anunció que Blanca Fernández Ochoa había desaparecido y que la última vez que se la había visto era el 23 del mismo mes. «Máxima difusión», añadían. Y el 4 de septiembre se confirmó lo peor: el fallecimiento de una pionera del deporte español, en circunstancias todavía extrañas.
En medio, la ola de solidaridad para buscarla por las montañas de la sierra de Madrid, por los alrededores de Cercedilla, donde tanto ella como su hermano Paquito eran muy queridos. Miles de voluntarios acudieron sin pensarlo para las batidas sobre el terreno, en un dispositivo pocas veces visto, por tierra, agua y aire, hasta que la perra Xena, una pastora alemana, encontró su cuerpo sin vida en el Pico de la Peñota. En la montaña que tanto amaba y que le servía casi siempre de refugio, se quedó. Como en la montaña, pero con nieve, se convirtió Blanca en leyenda del deporte nacional. Eran otros tiempos, cuando el movimiento social de las mujeres que se vive en la actualidad ni se soñaba y cuando ser mujer y deportista era una rareza en España. Pero ella siguió, por obligación, los pasos de su hermano Paquito, el campeón olímpico en Sapporo 72. Pensaron que con los mismos genes se podía tener el mismo resultado, mandaron a Blanca a un internado al Valle de Arán en el que lloró mucho, pero se hizo esquiadora. Y cuando pareció que sí, en Calgary 1988, fue que no: se cayó. Después, las lesiones la machacaron. Y cuando parecía que ya no, fue que sí: en Albertville 1992 se colgó el bronce y fue la primera medallista olímpica española de la historia. Poco después vendrían los Juegos de Verano de Barcelona.