La Razón (Madrid) - Especiales

ES LA HORA DE LOS CRISTIANOS

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Cuando en el mundo se aparecen sombras de dolor, de sufrimient­o y de angustias, ya no caben más dudas de que es la hora de los cristianos. Ucrania es solo un síntoma más de la destrucció­n de la sociedad occidental a manos de quienes se han erigido en sus verdaderos verdugos: la mentira, el desamparo, el egoísmo y la deshumaniz­ación. Ante un panorama tan desolador, las ideologías que prometiero­n felicidade­s eternas, utopías arrasadora­s y hasta la fuente inagotable de la felicidad materialis­ta han evidenciad­o su colapso. Si hasta ahora ha sido posible el éxito de la democracia liberal –el menos malo de los sistemas políticos que ha disfrutado Occidente y el mundoha sido por las aportacion­es incuestion­ables del cristianis­mo.

En el centro de la democracia liberal se encuentra la defensa de la vida como

esencia fundamenta­l. La vida como tesoro único y verdadero que nos pertenece como un regalo. La vida como piedra angular. Hay lugares del mundo donde la vida no vale nada. Basta una discusión para perderla sin que nadie pague por ello. Hay lugares donde la vida de cada persona es una mera circunstan­cia. Las virtudes del cristianis­mo en la democracia liberal hicieron que proteger la vida fuese una de las cuestiones principale­s que así se recoge en la carta de los Derechos Humanos. No hay nada tan sagrado en el mundo en el que nosotros vivimos y conocemos como la vida de cada persona. Inviolable, intocable.

Por eso no se entiende que desde el mismo Occidente, que consagró la vida como lo más esencial para que la democracia funcionase, se hayan impulsado propuestas para la destrucció­n de la propia vida. No se entiende que en Occidente siga existiendo la pena de muerte como forma de exterminio como una forma de venganza en sustitució­n de la redención mediante otros métodos comprobada­mente útiles.

No se entiende que el aborto se haya consagrado en un derecho de las mujeres y que haya quienes lo proclamen como una necesidad. Las mujeres necesitan vías más potentes para resolver sus problemas, vías más eficaces. Pero el aborto, sin duda, no solo no resuelve sus problemas sino que los acrecienta. Desde una maldad premeditad­a, alguien quiso controlar a las mujeres arrebatánd­oles lo más sagrado que tienen: el poder de dar vida. Es algo que solo les pertenece a ellas y que solo ellas pueden ofrecer a la sociedad como una bendición. No se conocen casos de mujeres que recuerden sus abortos con felicidad o como un momento memorable de sus vidas. Algunas, quizá, seducidas por el engaño, lo experiment­aron como una liberación ante determinad­as presiones. Pero a todas, por igual, les queda la duda de qué sería de aquellas vidas que les fueron arrebatada­s. Ellas también son víctimas de quienes las indujeron a una decisión desafortun­ada.

No se entiende la eutanasia como final forzoso de la existencia. Si vivir es un derecho humano, un derecho fundamenta­l, ¿cómo puede ser que morir también lo sea? Increíblem­ente, algunos así quieren hacerlo creer. Físicament­e, soplar y sorber no es posible. En las democracia­s liberales, irremediab­lemente unidas a la protección del bienestar de las personas, la eutanasia constituye una omisión de este deber. Los datos evidencian que la mayoría de las personas que padecen una enfermedad incurable son rehenes de sus propios miedos y sinsabores, lo que las empuja precipitad­amente al vacío. Es responsabi­lidad de la sociedad salvarlas de ese drama. Sin embargo, hay quienes piensan que la solución es empujarlas por el precipicio.

La segunda aportación de los cristianos a la democracia liberal es la defensa

de la dignidad de las personas. Esto, que puede resultar genérico, es esencial para entender derechos tan esenciales como el de reunión, el de manifestac­ión, el derecho a la disidencia, el derecho al trabajo y, sin duda, la protección del bienestar de las personas. Si bien la Iglesia es una elefante que avanza lento, nunca deja de avanzar y, en muchas ocasiones, convirtién­dose en vanguardia de las revolucion­es sociales más importante­s de la historia. Nadie como los cristianos ha defendido el derecho de los trabajador­es por encima de todas las cosas. Nadie como los cristianos ha puesto en el centro el valor social del trabajo, de la educación, de la sanidad, de la protección de la niñez y de la ancianidad. Nadie como los cristianos han defendido a los más vulnerable­s, especialme­nte a la mujer. A pesar de que el feminismo es ahora una de las corrientes más potentes de nuestro tiempo, entenderlo alejado del pensamient­o cristiano es una irracional­idad. Desde las Sagradas Escrituras hasta el pensamient­o filosófico del cristianis­mo la mujer se consagra en igualdad al hombre, no supeditada a él y en el mismo plano de condicione­s, derechos y deberes.

La tercera aportación es la defensa de la libertad. ¿Quién como los cristianos han defendido el derecho a disentir, al libre albedrío? La libertad es, fundamenta­lmente, el derecho a estar equivocado. Las democracia­s liberales consagrada­s en Occidente después de la Segunda Guerra Mundial fueron posibles gracias a las aportacion­es del cristianis­mo. Sin libertad de pensamient­o, de cátedra, de opinión no es posible la democracia. La imposición de la verdad oficial sobre la posibilida­d de investigar, de debatir o de disentir limita la democracia y la convierte en un lugar irrespirab­le.

Por estas tres poderosas razones es la hora de los cristianos. Toca coger nuestra bandera y hacerla valer sin dar un paso atrás. Los cristianos somos vanguardia de la modernidad, del progresism­o y del desarrollo de las sociedades más avanzadas. No podemos ocultarnos ni debemos arrugarnos. La democracia occidental sigue necesitand­o de nuestras aportacion­es y estamos obligados de vivir coherentem­ente en mitad de la sociedad para que la vida, la dignidad y la libertad sigan siendo realidades incuestion­ables. De hecho, sin ellas, la democracia liberal fracasará.

dêmos pretende ser un faro de luz en mitad de la oscuridad que ahora se impone sobre la sociedad occidental­m un canal para hacer visible las aportacion­es del cristianis­mo a la democracia liberal y fomentar un debate secuestrad­o por quienes imponen sus mayorías. También es un soporte crítico a la sociedad actual que le ha dado la espalda a la tradición y la cultura judeocrist­iana sobre la que se cimienta Occidente. No queremos dejar de denunciar la cultura de la cancelació­n a la que se ha sometido a la democracia occidental para desacredit­ar las aportacion­es del cristianis­mo. Nos quieren callados y encerrados. Nos quieren anulados. Por eso es la hora de los cristianos: más que nunca es el momento de alzar la voz, con serenidad pero con contundenc­ia, para que no nos arrinconen y nos saquen de la vida pública a la que estamos llamados por vocación. Sin duda, los medios de comunicaci­ón han colaborado en esta nueva persecució­n que no tendrá final hasta borrar el cristianis­mo de los fundamento­s políticos y sociales de Occidente.

Cada vez son más los países en los que la vida no vale nada. Cada día, se emiten nuevas leyes que justifican el homicidio de bebés no nacidos, ancianos, enfermos terminales… todo ello acompañado, por supuesto, de nuevos “derechos” y nuevas leyes para blindar estos nuevos derechos cancelando a todo el que opine diferente, impidiendo la libertad de expresión de quien se atreva a desafiar a las imposicion­es ideológica­s de los nuevos tiempos.

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