La Razón (Madrid) - Especiales

Investigar para el progreso social

- POR ELENA GAZAPO Elena Gazapo Rectora de la Universida­d Europea

LasLas sociedades que investigan son las que van más allá, aquellas capaces de generar progreso social porque, entre otras cosas, avanzan con la mirada puesta en el futuro y con la vocación de contribuir a mejorar la sociedad en la que vivimos. Bajo esta perspectiv­a a la que todos debemos aspirar, la ciencia y la investigac­ión constituye­n dos pilar es que irremediab­lemente se vinculan a este fin y es innegable que, en este sentido, las universida­des juegan un papel relevante en nuestro país.

Casi un siglo después, siguen vigentes las tres grandes misiones de la universida­d enunciadas por Ortega y Gas set: la enseñanza para la formación de los profesiona­les, la investigac­ión, científica y humanístic­a, y la difusión de la cultura. Nuestra misión es enseñar a aprender, proporcion­ara nuestros estudiante­suna experienci­a global de aprendizaj­e que les ayude a ser más cultos, mejores profesiona­les y mejores ciudadanos, atendiendo­alas necesidade­s de la sociedad y del entorno laboral, pero la docencia queda huérfana sin la investigac­ión que la debe acompañar y que es clave en la universida­d para completar el círculo virtuoso de la transmisió­n del conocimien­to. La investigac­ión aporta una visión crítica, da la oportunida­d de formular preguntas y de aportar soluciones, garantiza el desarrollo y la continuida­d del conocimien­to y contribuye a nuestro desarrollo y crecimient­o económico como sociedad.

La universida­d se enfrenta actualment­e a grandes retos: la globalizac­ión y el sentido de la ciudadanía, la educación a lo largo de la vida, la tecnología y digitaliza­ción, la transforma­ciónde la educación desde la estandariz­a ción hacia enfoque s más personaliz­ados, y la necesidad, ya imperiosa, de abandonar una visión de las disciplina­s en silos. Junto a estos desafíos, la realizació­n de una investigac­ión de calidad, la obtención de fondos públicopri­vados y la atracción y retención del talento investigad­or no son cuestiones menores.

Un imperativo que se refleja en el Pacto por la Ciencia y la Innovación en el que España marca una dirección clara sobre los pilares sobre los que se deben articular nuestros avances. Bajo esta máxima, es importante seguir fortalecie­ndo de forma razonable la inversión pública necesaria tanto en ciencia (centros de investigac­ión, universida­des y otros actores del sistema) como en innovación, para alcanzar la media de inversión de la UE en I+D+I.

Objetivo de mínimos en el que convergen también la distribuci­ón de la inversión de I+D+I entre el sector público y el privado.

Pese a que la generación de conocimien­to es una herramient­a clave para el progreso, el ecosistema de la investigac­ión y la innovación presenta múltiples retos. Los más relevantes son los relacionad­os con la formación, con los vínculos ciencia-empresa y con la financiaci­ón. En una realidad global donde el capital humano marca la agenda del desarrollo, es importante facilitar las oportunida­des formativas y laborales de los científico­s, apostar firmemente por sus perfiles.

En esta línea, el reciente dosier Investigac­ión e innovación en España y Portugal, del Observator­io Social de la Fundación «la Caixa », analiza la participac­ión del sector privado en la investigac­ión y la necesidad de aunar esfuerzos para hacer incrementa­r las oportunida­des laboral es en el ámbito empresaria­l. Como reflejan las conclusion­es de este informe, la colaboraci­ón entre ciencia y empresa, y las asociacion­es público-privadas son cruciales para que España pueda absorber de forma eficiente los nuevos flujos de financiaci­ón europeos.

En el año 2020, España destinó el 1,4% de su Producto Interior Bruto a Investigac­ión. Pese a que la inversión ha aumentado respecto a los años precedente­s, nos queda mucho camino por recorrer, especialme­nte si nos fijamos en países con mayores niveles de desarrollo. En Europa, Alemania, Francia, Reino Unido o Italia superan el 2%. Estados Unidos y Japón dedican casi el 3%. No sólo estamos lejos de nuestros socios, sino también de nuestros propios objetivos, ya que el Plan Estatal de Investigac­ión Científica Técnica y de Innovación 2017-2020 fijaba una meta del 2%. Esta debilidad influye mucho en la escasa presencia de universida­des españolas entre las 500 mejores del mundo según el prestigios­o Ranking de Shanghái.

Las universida­des tenemos un papel esencial; desarrolla­r una investigac­ión aplicada y relevante de carácter multidisci­plinar, internacio­nal y con altos estándares de rigor. En torno al 80% de la producción científica se realiza en nuestros campus. Para nosotros es una prioridad que debe marcar nos un rumbo claro y que nos exige reformular coherentem­ente coherentem­ente nuestra actividad docente e investigad­ora desde la innovación. Un contexto en el que tenemos que estar todos y en el que la futura Ley Orgánica de Universida­des también tiene mucho que decir como marco para que todos sigamos la dirección correcta.

Continuemo­s contribuye­ndo ala investigac­ión que nos hace mejores y que impacta positivame­nte en la vida de todos nosotros. Aboguemos por descubrir cuáles son los beneficios del ejercicio físico en pacientes con cáncer o con patologías neuromuscu­lares, descubramo­s a través de la investigac­ión los nuevos sistemas avanzados para proyectar ciudades, meta ciudades, o cómo puede ser el desarrollo de sistemas inteligent­es de transporte­s. Sigamos en esa línea que nos permita consolidar­nos como referentes, que inspire a todos nuestros estudiante­s, impulse el perfil investigad­or de nuestro claustro, contribuya a que retengamos el talento y nos haga más competitiv­os. Es así como desde la universida­ddebemos fomentar una cultura investigad­or a que transciend­a al aula, impulse una actitud crítica hacia lo que nos rodea y contribuya a nuestro desarrollo como sociedad.

Es importante facilitar las oportunida­des de formativas y laborales a los científico­s

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EFE En 2001, España destinó el 1,4% de su Producto Interior Bruto a investigac­ión

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