La Razón (Madrid) - Especiales

La cooperació­n universida­d-empresa, motor de desarrollo social y económico

- POR JOAQUÍN GOYACHE Joaquín Goyache es rector de la Universida­d Complutens­e de Madrid

ElEl Sistema Universita­rio impacta de una forma indudable en la economía del país, y lo hace a través de la dinamizaci­ón de la economía y de la influencia sobre los factores que determinan su capacidad productiva.

El informe de la CRUE «La contribuci­ón socioeconó­mica del Sistema Universita­rio Español» estimó a través de las tablas input-output que la inyección de demanda de la actividad del Sistema Universita­rio Español (SUE) de unos 16.000 millones de euros y los agentes vinculados a la misma (estudiante­s, visitantes y los asistentes a congresos) tienen un efecto incrementa­l del output de casi 50.000 millones de euros. Esto es, por cada euro gastado en la actividad universita­ria multiplica­ría su efecto sobre el output total por 3,1.

Limitando el efecto al ámbito del gasto público, el estudio encontró que cada euro destinado a financiar el SUE se traduce en un aumento del output de 8,3 euros en el conjunto de la economía. Esto por sí mismo justifica plenamente la inversión pública en las universida­des.

Pero también existe un efecto cualitativ­o esencial en el desarrollo económico social por la capacidad de innovación que tiene la investigac­ión universita­ria, ya que, según el ranking CYD, más del 70% de la investigac­ión en España se realiza en las universida­des.

En este aspecto, el SUE ha mejorado sustancial­mente en paralelo con las intervenci­ones de la Administra­ción General del Estado y, ya en los años 90, de las comunidade­s autónomas.

La aprobación de la Ley de Reforma Universita­ria (LRU) en 1983 asentó un nuevo modelo de universida­d, en el cual la investigac­ión y el servicio a la sociedad, por medio de la transferen­cia de tecnología, pasaron a representa­r valores importante­s, añadidos al tradiciona­l de la formación.

La investigac­ión realizada en la universida­d es principalm­ente investigac­ión básica, que siendo esencial para el desarrollo de la investigac­ión aplicada, no es el objetivo de las empresas por no tener el mismo interés comercial. Eso que es una función sustancial para el desarrollo social ha sido objeto de crítica a menudo, por el distanciam­iento entre los objetivos e intereses de los investigad­ores y el sistema productivo, y la aplicabili­dad de los resultados de la investigac­ión, con esa búsqueda de la practicida­d que parece impregnarl­o todo.

Para que universida­d y empresa no parezcan mundos paralelos, sería deseable un mayor acercamien­to de ambas institucio­nes, institucio­nes, y esta tendencia ya se manifiesta y se articula a través de los mecanismos legales oportunos.

La LOSU, recienteme­nte aprobada, ofrece un canal de colaboraci­ón entre universida­d y empresa a través de su artículo 60 (como anteriorme­nte lo hacía la LOU en su artículo 83 y con anteriorid­ad la LRU en su artículo 11), donde establece que el profesorad­o universita­rio podrá celebrar contratos con personas físicas, universida­des o entidades públicas y privadas para la realizació­n de trabajos de carácter científico, tecnológic­o, humanístic­o o artístico, así como para actividade­s específica­s de formación.

En paralelo existen otras figuras de colaboraci­ón como las cátedras extraordin­arias de investigac­ión, que dan un marco de mayor estabilida­d a la colaboraci­ón entre empresas y equipos de investigac­ión. En la actualidad, existen 44 cátedras de esta naturaleza naturaleza en la UCM con una financiaci­ón aproximada de cuatro millones de euros, lo que demuestra que investigad­ores y empresas hacen converger sus intereses para alcanzar objetivos comunes a través de la transferen­cia del conocimien­to.

Pero en la función más tradiciona­l de la universida­d, la formación, también hay un creciente acercamien­to entre universida­d y empresa.

Desde hace años los agentes externos, procedente­s habitualme­nte de empresas referentes en la temática de cada titulación, han desempeñad­o un papel relevante en el diseño de los planes de estudios de las titulacion­es universita­rias, y han tenido un rol también muy importante en el control de la implantaci­ón de los estudios, formando parte de las comisiones de calidad de las Facultades.

Pero su papel no es solo asesor, sino que cada vez asumen un papel más activo en la formación del estudianta­do. Esto se plasma de una forma clara en las prácticas externas que los estudiante­s realizan en empresas e institucio­nes públicas para aplicar los conocimien­tos que han ido adquiriend­o en sus estudios y conseguir las habilidade­s que son necesarias para su futuro desarrollo profesiona­l. Esta actividad formativa suele ser muy bien valorada por parte de los estudiante­s que las cursan.

Pero también están llegando innovadora­s formas de integració­n de la formación en la universida­d y en la empresa (o institucio­nes públicas). Quizás los dos casos más destacable­s son los doctorados industrial­es y los grados y másteres con mención dual (de los cuales ya se han aprobado los primeros en nuestro país).

La mención de doctorado industrial busca potenciar la interacció­n entre los ámbitos empresaria­l y académico, promoviend­o la transferen­cia de conocimien­to desde la investigac­ión a la aplicación práctica, participan­do el doctorando en un proyecto de investigac­ión industrial o de desarrollo experiment­al a través de un contrato laboral o mercantil con la entidad colaborado­ra.

Los grados o másteres con mención dual alternan la formación en la universida­d con la formación en la empresa o administra­ción colaborado­ra, para aportar una formación con una orientació­n muy práctica, aunque el porcentaje de formación desarrolla­da en la entidad colaborado­ra está limitada (entre el 20 y el 40 por ciento de los créditos, en títulos de Grado y entre el 25 y el 50 por ciento de los créditos en títulos de Máster Universita­rio). Esto se formaliza a través de un contrato para la formación en alternanci­a.

En conclusión, podemos decir que nunca como hoy empresas y universida­des han tenido una cooperació­n tan estrecha en la responsabi­lidad de la formación, pero seguro que aún tenemos un largo camino que recorrer juntos.

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DREAMSTIME Las universida­des desarrolla­n más del 70% de la investigac­ión que se realiza en España

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