La Razón (Madrid) - Especiales
Una nueva sociedad necesita cuanto antes una nueva Universidad
LaLa Fundación CYD publicó hace unos días su Barómetro sobre la valoración de la sociedad de la calidad del sistema universitario. En él se puede ver una imagen fiel de cuál es la opinión de los ciudadanos sobre la Universidad española y qué esperan de ella. La primera conclusión es que creen que nuestras instituciones de educación superior hacen un buen trabajo; ocho de cada diez españoles encuestados tienen una opinión positiva sobre su papel en nuestra sociedad. Además, un 78% opina que las depauperadas arcas de los campus universitarios necesitarían de más cariño por parte de las administraciones financiadoras.
El 86% de los encuestados creen que la Universidadsuponeungranbeneficioeldesarrollo profesional de las personas y que juegan un papel importante en la modernización tecnológicadelasociedad.Trescuartaspartes de la muestra tienen una imagen positiva de su papel como instrumento de cambio social y cultural junto al desarrollo de un país más democrático, participativo y equitativo, siendo
siendo aquellos que han pisado las aulas los que mejor valoran este impacto.
En este contexto cabría pensar que la nueva ley de universidades, la LOSU (Ley Orgánica del sistema universitario) habría tenido suficiente con no hacer nada: un par de retoques ideológicos a los que es tan aficionado este Gobierno y ya está. Sin embargo, como todas las visiones simplistas, esta percepción es errónea, la nueva ley nos aleja de las tendencias internacionales y nos condena a un provincialismo decimonónico, lejos de las demandas de la sociedad.
Como los profesores Levine y Van Pelt señalan, en su libro «La Gran Conmoción», la transformación que se está produciendo en la educación superior es profunda y no tiene parangón en los últimos siglos. Para los autores los responsables son, en primer lugar, el cambio demográfico. Las proyecciones que ha realizado el INE para los años 20222072 muestran que a partir de la década de los años 40 de este siglo habrá una pérdida de casi un 25% de población de 18 años. Dicho de otra forma, nos vamos a quedar sin clientes en la Universidad. Por otro lado, la Universidad está inmersa en la transformación vinculada al desarrollo de la sociedad del conocimiento, lo que, en muchos casos, y como ha quedado patente durante la pandemia, supone un reto para el que no está preparada.
Finalmente, argumentan Le vine y Van Pelt, el tipo de conocimientos y competencias cuya creación e innovación son la razón misma de ser de la Universidad ha cambiado, y sigue cambiando, muy deprisa. La dinámica transformacional de la sociedad hace imposible plantear una evolución del conocimiento de forma lineal, tal y como se venía produciendo desde los siglos XIX y XX. Se presenta una dicotomía entre la Universidad como centro investigador capaz de generar el conocimiento que facilita el cambio tecnológico frente al efecto más puramente docente, donde no ha tomado el impulso necesario para ser el adalid de la metamorfosis. En otras palabras, simplemente, no ofrece lo que la sociedad y la industria demandan.
Este planteamiento es consistente con los resultados del barómetro de la Fundación CYD para España. Por ejemplo, un tercio de los encuestados cree que existe una parte importante de titulados sobrecualificados para el empleo que desempeñan y, aproximadamente, la mitad de los entrevistados está convencida de que las universidades enseñan competencias que tienen poco o nada que ver con las demandas del mercado. Es interesante ver que son aquellos con más experiencia en el mundo laboral son los que más dudan de la capacidad de formación de nuestras instituciones de educación superior, mientras que las personas con menos estudios son las que tienen una opinión más favorable sobre la rentabilidad que proporcionan las aulas.
Tambiénescuriosoadvertirelescepticismo que caracteriza las respuestas de los jóvenes en edad universitaria sobre la institución. Por ejemplo, es el único grupo de edad que no cree, de forma mayoritaria, que nuestros académicos sean capaces de ayudar a resolver el reto del cambio climático o resolver los principales problemas de la sociedad.
Pero, ¿qué Universidad creen los españoles que necesitan? Curiosamente los españoles entrevistados buscan, como Levine y Van Pelt, una Universidad dinámica cuya oferta formativa se adecue a las necesidades de la sociedad (82%), con un alto grado de intensidad tecnológica (81%) y especializada (78%), en una enmienda a la totalidad a la LOSU. Para ello mayoritariamente entienden que debe tener una mayor autonomía funcional, una creciente financiación pública mientras que, simultáneamente, se incrementan los controles y la transparencia en la gestión financiera. Los encuestados creen que los estudiantes que quieran asistir a las aulas de educación superior no deberían preocuparse del precio de la matrícula, debería existir un mejor sistema de becas, mientras que a la vez entienden que se debería incrementar la exigencia para poder acceder y continuar los estudios.
Menos de la mitad de los españoles cree que las universidades españolas se pueden considerar líderes a nivel internacional. Puede ser que parte de la culpa la tengamos los académicos, que no hemos convencido a la sociedad de la autoridad de nuestras aportaciones. Pero es nuestra responsabilidad arremangarnos si queremos que nuestros conciudadanos crean en nosotros.
«La transformación que vive la educación superior es profunda y no tiene parangón en los últimos siglos»