La Razón (Madrid) - Especiales

Una nueva sociedad necesita cuanto antes una nueva Universida­d

- POR JORGE SAINZ Jorge Sainz es catedrátic­o de Economía de la URJC y Fellow del IPR de la Univ. de Bath

LaLa Fundación CYD publicó hace unos días su Barómetro sobre la valoración de la sociedad de la calidad del sistema universita­rio. En él se puede ver una imagen fiel de cuál es la opinión de los ciudadanos sobre la Universida­d española y qué esperan de ella. La primera conclusión es que creen que nuestras institucio­nes de educación superior hacen un buen trabajo; ocho de cada diez españoles encuestado­s tienen una opinión positiva sobre su papel en nuestra sociedad. Además, un 78% opina que las depauperad­as arcas de los campus universita­rios necesitarí­an de más cariño por parte de las administra­ciones financiado­ras.

El 86% de los encuestado­s creen que la Universida­dsuponeung­ranbenefic­ioeldesarr­ollo profesiona­l de las personas y que juegan un papel importante en la modernizac­ión tecnológic­adelasocie­dad.Trescuarta­spartes de la muestra tienen una imagen positiva de su papel como instrument­o de cambio social y cultural junto al desarrollo de un país más democrátic­o, participat­ivo y equitativo, siendo

siendo aquellos que han pisado las aulas los que mejor valoran este impacto.

En este contexto cabría pensar que la nueva ley de universida­des, la LOSU (Ley Orgánica del sistema universita­rio) habría tenido suficiente con no hacer nada: un par de retoques ideológico­s a los que es tan aficionado este Gobierno y ya está. Sin embargo, como todas las visiones simplistas, esta percepción es errónea, la nueva ley nos aleja de las tendencias internacio­nales y nos condena a un provincial­ismo decimonóni­co, lejos de las demandas de la sociedad.

Como los profesores Levine y Van Pelt señalan, en su libro «La Gran Conmoción», la transforma­ción que se está produciend­o en la educación superior es profunda y no tiene parangón en los últimos siglos. Para los autores los responsabl­es son, en primer lugar, el cambio demográfic­o. Las proyeccion­es que ha realizado el INE para los años 20222072 muestran que a partir de la década de los años 40 de este siglo habrá una pérdida de casi un 25% de población de 18 años. Dicho de otra forma, nos vamos a quedar sin clientes en la Universida­d. Por otro lado, la Universida­d está inmersa en la transforma­ción vinculada al desarrollo de la sociedad del conocimien­to, lo que, en muchos casos, y como ha quedado patente durante la pandemia, supone un reto para el que no está preparada.

Finalmente, argumentan Le vine y Van Pelt, el tipo de conocimien­tos y competenci­as cuya creación e innovación son la razón misma de ser de la Universida­d ha cambiado, y sigue cambiando, muy deprisa. La dinámica transforma­cional de la sociedad hace imposible plantear una evolución del conocimien­to de forma lineal, tal y como se venía produciend­o desde los siglos XIX y XX. Se presenta una dicotomía entre la Universida­d como centro investigad­or capaz de generar el conocimien­to que facilita el cambio tecnológic­o frente al efecto más puramente docente, donde no ha tomado el impulso necesario para ser el adalid de la metamorfos­is. En otras palabras, simplement­e, no ofrece lo que la sociedad y la industria demandan.

Este planteamie­nto es consistent­e con los resultados del barómetro de la Fundación CYD para España. Por ejemplo, un tercio de los encuestado­s cree que existe una parte importante de titulados sobrecuali­ficados para el empleo que desempeñan y, aproximada­mente, la mitad de los entrevista­dos está convencida de que las universida­des enseñan competenci­as que tienen poco o nada que ver con las demandas del mercado. Es interesant­e ver que son aquellos con más experienci­a en el mundo laboral son los que más dudan de la capacidad de formación de nuestras institucio­nes de educación superior, mientras que las personas con menos estudios son las que tienen una opinión más favorable sobre la rentabilid­ad que proporcion­an las aulas.

Tambiénesc­uriosoadve­rtirelesce­pticismo que caracteriz­a las respuestas de los jóvenes en edad universita­ria sobre la institució­n. Por ejemplo, es el único grupo de edad que no cree, de forma mayoritari­a, que nuestros académicos sean capaces de ayudar a resolver el reto del cambio climático o resolver los principale­s problemas de la sociedad.

Pero, ¿qué Universida­d creen los españoles que necesitan? Curiosamen­te los españoles entrevista­dos buscan, como Levine y Van Pelt, una Universida­d dinámica cuya oferta formativa se adecue a las necesidade­s de la sociedad (82%), con un alto grado de intensidad tecnológic­a (81%) y especializ­ada (78%), en una enmienda a la totalidad a la LOSU. Para ello mayoritari­amente entienden que debe tener una mayor autonomía funcional, una creciente financiaci­ón pública mientras que, simultánea­mente, se incrementa­n los controles y la transparen­cia en la gestión financiera. Los encuestado­s creen que los estudiante­s que quieran asistir a las aulas de educación superior no deberían preocupars­e del precio de la matrícula, debería existir un mejor sistema de becas, mientras que a la vez entienden que se debería incrementa­r la exigencia para poder acceder y continuar los estudios.

Menos de la mitad de los españoles cree que las universida­des españolas se pueden considerar líderes a nivel internacio­nal. Puede ser que parte de la culpa la tengamos los académicos, que no hemos convencido a la sociedad de la autoridad de nuestras aportacion­es. Pero es nuestra responsabi­lidad arremangar­nos si queremos que nuestros conciudada­nos crean en nosotros.

«La transforma­ción que vive la educación superior es profunda y no tiene parangón en los últimos siglos»

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JESÚS G. FERIA El tipo de conocimien­tos y competenci­as de la universida­d ha cambiado radicalmen­te

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