La Razón (Madrid) - Especiales
Soñar el año 2024
MeMe pide mi querida compañera del suplemento, y magnífica profesional, Raquel Bonilla, un artículo para el Anuario, o despedida de 2023. Añade: «Puede ser un resumen de lo mejor del año que se va o una previsión para el que llega, como prefieras». Como ustedes saben, yo no soy ni médica ni experta en salud, aunque cierto es que me apasiona el tema, soy solo una dramaturga que observa, escribe teatro, dirige teatro y sueña a todas horas. Así que, con su permiso, me voy a permitir soñar lo que yo quisiera que pasase en el año nuevo en relación a la salud, que, en definitiva, es por lo primero que brindamos y sin lo cual no hay nada.
Lo voy a hacer sin orden, guiada por los impulsos y el instinto, que es lo que más me funciona últimamente. Pensaré también en todos con los que me une cercanía o referencia. Porque todos, seguramente, queremos lo mismo o muy parecido. Sueño:
Salud: me haría feliz que el mundo, los humanos y animales del mundo, también la naturaleza, entrara en una empatía cósmica que nos empujase imparablemente a ponernos en el lugar de los otros; del que tenemos al lado y del diferente y lejano en lengua y cultura. Una compasión que acabara con las guerras, las desigualdades, los egoísmos, las pandemias y delirios climáticos provocados por la sinrazón de los humanos. Que nos hiciera buenos, en una palabra.
Dinero: Desearía de corazón que los hombres y mujeres de toda la galaxia, llevados por un movimiento orgánico irrefrenable, adquiriésemos el don eterno de la honradez. Que supiésemos repartirnos el poder y el territorio sin violencia. Que entendiésemos que la tierra y el cielo son de todos y, sobre todo, de la propia tierra y del cielo. Que no sucumbiésemos a la corrupción. Que el dinero, el maldito dinero, dejase de ser lo que manda en el mundo y en nuestros propósitos; que solo fuese para evitarnos el peso físico en los intercambios de cosas.
Amor: Con mis deseos anteriores el amor sería más fácil de practicar y mucho más fluido, ¿no? Porque si la compasión, la honradez y la justicia nos guiaran, el cariño estaría garantizado. Sí nos escuchásemos y acompañásemos con gusto unos a otros no existiría la tremenda soledad que inunda nuestras ciudades. Los niños gozarían de los padres más tiempo, los mayores serían los más respetados y no tendrían que mendigar compañía a los hijos; los adolescentes aprenderían a adolecer
«La salud es lo primero por lo que brindamos y sin lo cual no hay nada»
(crecer) sin lanzarse a lo peor de las calles. Asimismo, los trabajadores con sueldo podrían elegir dónde poner su vocación y no andarían en estreses y desesperaciones. La gente, en general, con una verdadera educación humanista, tendría más campos donde ejercer su labor sin dejarse la piel en la desidia. Y del amor galante, qué decir, que ojalá, transportados por el entendimiento de la libertad, dejásemos que cada cual se amase con quien quisiera, sin trabas, sin prejuicios, sin exclusiones.
Que mandara el amor. Siempre.