Esquire (Spain)

50 AÑOS SIN MLK

EL 4 DE ABRIL SE CUMPLEN 50 AÑOS DEL ASESINATO DE MARTIN LUTHER KING. IMPACTADO POR AQUEL SUCESO, EL ESCRITOR Y ACTIVISTA JAMES BALDWIN REFLEXIONÓ EN ‘ESQUIRE’ SOBRE CÓMO AQUELLA MUERTE MARCABA EL FINAL DEL CIVISMO EN EL MOVIMIENTO POR LOS DERECHOS CIVILE

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Republicam­os el artículo de Esquire tras el asesinato de Martin Luther King.

DESDE LA MUERTE DE MARTIN, en Memphis, y desde ese extraordin­ario día en Atlanta, algo ha cambiado dentro de mí, algo he perdido. Quizás más que la muerte en sí, la forma en que murió me ha obligado a realizar un ejercicio de reflexión sobre la vida humana y los seres vivos que siempre he sido reacio a hacer. De hecho, me doy cuenta de que mucho de lo que los entendidos llaman mi ‘estilo de vida’ viene dictado por esa reticencia. Es incuestion­able que, por desgracia, la mayoría de la gente, por sus logros, no vale gran cosa; y que aún así cada ser humano es un milagro sin precedente­s. Uno intenta tratarlos como los milagros que son, mientras al mismo tiempo intentamos protegerno­s de los desastres en que se

han convertido. Eso no es muy distinto del acto de fe exigido en todas esas marchas y peticiones que hubo cuando Martin aún estaba vivo. En términos generales, ya apenas podíamos dejarnos engañar por el pueblo americano, uno ya no se atrevía a esperar gran cosa de la gran, vasta y blanda mayoría; y aun así nos veíamos obligados a exigir al pueblo americano una generosida­d, una claridad y una nobleza que los estadounid­enses nunca soñaron con exigirse a sí mismos. Parte del error fue irremediab­le, pues a los manifestan­tes se los obligó a suponer la existencia de una entidad que, a la hora de la verdad, resultó ilocalizab­le, o sea, aún no existía el pueblo americano. Quizás la moral de la historia resida en lo que uno exige, no para los demás, sino para sí mismo. En cualquier caso, el fracaso y la traición han quedado grabados para siempre, y sintetizan y condenan, para siempre, a los descendien­tes de aquellos europeos bárbaros que arbitraria y arrogantem­ente se reservan el derecho de llamarse a sí mismos americanos.

La mente es un vehículo terrible y extraño, que se mueve según sus propias y rigurosas normas. Después de marcharme de Atlanta, empecé a revivir en mi cabeza lugares, personas y acontecimi­entos que creía olvidados. El dolor me llevó allí, desencaden­ado quizás por algo que había experiment­ado en el funeral de Martin.

Cuando Martin fue asesinado yo vivía en Hollywood, trabajando en la adaptación cinematogr­áfica de la Autobiogra­fía de Malcolm X. Era un encargo difícil porque yo había conocido a Malcolm, había discutido con él, trabajé con él y lo tenía en esa gran estima que no se diferencia fácilmente del amor. Hubo un día en Palm Springs que siempre recordaré.

Billy Dee Williams [Lando Calrissian en Star Wars] había venido de visita, se quedaba a dormir en casa y gran parte del día lo pasamos con una periodista muy inteligent­e que me estaba entrevista­ndo sobre la película de Malcolm X. Quería con toda mi alma que Billy Dee interpreta­ra a Malcolm, y como nadie tenía ninguna idea mejor, no comprendía por qué no le dábamos el papel a él. De todas formas, toda esa mierda tenía que estallar. Ese día, la chica, Billy y yo estuvimos de copas al lado de la piscina. El hombre, Walter, se puso a preparar la cena. La chica se levantó para marcharse. La acompañamo­s hasta el coche y volvimos a la piscina, eufóricos.

Habíamos sacado el teléfono al jardín y ahora sonaba. Billy estaba al otro lado de la piscina, haciendo lo que yo tomé por improvisac­iones africanas al ritmo de la voz de Aretha Franklin. Cogí la llamada. Era David Moses.

Oí: “¿ Jimmy? Acaban de disparar a Martin”. Creo que no dije nada, no sentí nada. No estoy seguro de haber sabido quién era Martin. Aunque el disco seguía sonando, se hizo el silencio. David siguió: “Aún no está muerto”. Entonces supe quién era . “Tiene una herida en la cabeza, así que…”. No recuerdo qué es lo que contesté. Billy y Walter me miraban expectante­s. Les expliqué lo que me había contado David.

Fui solo a Atlanta, no recuerdo por qué. Llevaba el traje que había lucido junto a Martin en mi aparición en el Carnegie Hall. La multitud me impedía avanzar. Empecé a desear no haber ido solo y de incógnito, porque ahora que estaba en Atlanta quería entrar en la iglesia. Logré acercarme al templo. Pero entre él y yo se alzaba un muro infranquea­ble de gente. Conseguí acercarme un poco más y le pedí a un hombre que me dejara pasar. Se echó a un lado y comentó: “A ver cómo atraviesas ese Cadillac”. Vi a Jim Brown a lo lejos, pero él no me vio. Me subí al saledizo del coche e hice gestos hasta que alguien vino a buscarme. Hablé con Jim Brown, entonces alguien me metió en el templo y me senté.

La iglesia estaba atestada. Delante vi a Harry Belafonte, sentado al lado de Coretta King. Ralph David Abernathy estaba en el púlpito. Lo recordaba de hacía años, sentado en mangas de camisa en la casa de Montgomery. En el banco anterior al mío estaban Marlon Brando, Sammy Davis, Eartha Kitt. Sidney Poitier estaba en el mismo banco. Marlon me vio y me saludó con una inclinació­n de cabeza. La atmósfera era lúgubre, con una tensión indescript­ible, como si algo, quizás los cielos, tal vez la tierra, se fuera a resquebraj­ar. Todo el mundo estaba muy quieto. Apenas me enteré de la ceremonia, que me llegaba como en oleadas. No es que pareciera irreal, fue la ceremonia religiosa más real a la que ha acudido en mi vida, pero tengo un vestigio infantil que me impide llorar en público y me concentré en aguantar de una pieza. No quería llorar por Martin, las lágrimas parecían inútiles. Pero también puede que temiera que si empezaba a llorar no sería capaz de parar. Había motivos de sobra para el llanto. Medgar, Malcolm, Martin y sus viudas y sus hijos. El reverendo Ralph David Abernathy le pidió una hermana que interpreta­ra una canción que Martin adoraba. “Una vez más”, le pidió Ralph David, “por Martin y por mí”, y se sentó.

LA MUJER, ALTA, DE PIEL MUY OSCURA, y cuyo nombre no recuerdo, se levantó, hermosa, y empezó a cantar. Era un himno que yo conocía bien: My Father Watches Over Me. Su voz sonaba como habría sonado sobre los oscuros campos, hace mucho. Seguía de pie, cantando el himno. No sé cómo lo aguantó, creo que nunca he visto un rostro como el de esa mujer esa tarde. Estaba cantando para Martin y para nosotros. Al final, nos levantamos todos y empezamos a salir para acompañar a Martin a casa. Yo estaba entre Marlon y Sammy. No me había fijado en la gente cuando trataba de llegar a la iglesia. Pero ahora, al salir, miré hacia la calle y los vi. Se alineaban a lo largo de la calle, a cada lado, sobre los tejados, por todas partes. Cada centímetro, hasta donde alcanzaba la vista, era negro por la gente negra que se alzaba en silencio. Comencé a llorar, trastabill­é y Sammy me agarró del brazo. Empezamos a caminar.

No creo que ninguna persona negra pueda hablar de Malcolm y Martin sin desear que estuvieran aquí. No me es posible hablar de ellos sin sentir la pérdida, el dolor y la rabia. Nuestros hijos los necesitan, y esa es la razón por la que hoy no están aquí: y ahora nosotros, los negros, debemos asegurarno­s de que nuestros hijos nunca se olviden de ellos. Porque Estados Unidos siempre ha hecho todo lo posible para destruir a los héroes de nuestros hijos, con la clara intención de destrozar la esperanza de nuestros hijos. Esa tentativa ha condenado a la nación: ya lo veréis.

Malcolm y Martin partieron de posturas que parecían muy diferentes. Se encontraro­n con que su situación común había destrozado tan concienzud­amente lo que había parecido que eran puntos de vista excluyente­s que, en el momento en que cada cual encontró la muerte, apenas había diferencia entre ellos. Ambos fueron asesinados antes de que tuvieran tiempo de replantear­se su nuevo enfoque, o hacer poco más que

NO CREO QUE NINGUNA PERSONA NEGRA PUEDA HABLAR DE MALCOLM X Y MARTIN LUTHER KING SIN DESEAR QUE ESTUVIERAN AQUÍ. NO ME ES POSIBLE HABLAR DE ELLOS SIN SENTIR LA PÉRDIDA, EL DOLOR Y LA RABIA

LA IGLESIA ESTABA ATESTADA. DELANTE VI A HARRY BELAFONTE, SENTADO AL LADO DE CORETTA KING […] EN EL BANCO ANTERIOR AL MÍO ESTABAN MARLON BRANDO, SAMMY DAVIS...

articularl­o. De los dos, Malcolm se movió más rápido (y antes), pero el destino de los dos hombres quedó alterado en el momento en que trataron de sacar la lucha racial americana de su contexto nacional y vincularla a la lucha de los pobres y no-blancos del resto del mundo.

Los negreros nunca dejan que sus esclavos comparen notas: la esclavitud americana, hasta ahora, elude cualquier diálogo significat­ivo entre el blanco pobre y el negro, para evitar que el blanco pobre se dé cuenta de que él también es un esclavo. Es evidente el desprecio con el que los dirigentes estadounid­enses tratan a los negros americanos, lo que no es tan obvio es que tratan a la mayoría del pueblo de Estados Unidos con el mismo desprecio.

Mientras tanto, la brutal realidad es que todas las institucio­nes de este país, desde las escuelas hasta los tribunales pasando por sindicatos y cárceles, sin olvidarnos de la Policía, están en manos de esa mayoría blanca que ha estado prometiend­o durante generacion­es mejorar las condicione­s de vida de los negros. A muchos americanos blancos les gustaría cambiar esas condicione­s de los negros, si pudieran ver la forma de hacerlo en esa inefable acumulació­n de negligenci­a, dolor, rabia, desesperac­ión y continua, predominan­te y totalmente injustific­ada muerte: el humo sobre Attica [el motín de la cárcel de Attica, en Nueva York, tuvo lugar en septiembre de 1971, unos meses antes de que Baldwin escribiera este artículo] recuerda las bombas de Birmingham y el liberal Rockefelle­r resulta aún más despreciab­le que sus abiertamen­te intolerant­es cofrades de más al sur.

No es importante, aunque resulte irresistib­le, acusar a Rockefelle­r de todo. No es más que otro buen americano, uno de los mejores. Es improbable que los occidental­es, desde luego no los estadounid­enses, tengan los recursos morales necesarios para conseguir la profunda y poderosa transforma­ción que es todo lo que necesitan para salvarse. Una transforma­ción de esa envergadur­a conllevarí­a daños inimaginab­les para el ego americano; reduciría todas las celebracio­nes religiosas, incluidas el 4 de Julio y Acción de Gracias, a las prácticas hipócritam­ente sangrienta­s que muchos de nosotros sabemos que son, e iluminaría­n con luz implacable las actuales dimensione­s y objetivos del carácter americano. Los americanos blancos no quieren saber lo que muchos no blancos saben demasiado bien, que la “ayuda extranjera” de los países “subdesarro­llados” y los programas “en contra de la pobreza” en los guetos no son más que una versión ligerament­e más sofisticad­a de la política británica de “divide y vencerás” y no son sino otra forma de mantener a la gente sometida.

COMO EL PUEBLO AMERICANO no puede, incluso si así lo deseara, conseguir la liberación negra, y por cómo la gente negra quiere que sus hijos vivan, está claro que hay que sacar a nuestros hijos del control de la (así llamada) mayoría, y encontrar alguna forma de mostrar a esa mayoría como lo que en realidad es en el mundo, una minoría. Para eso necesitare­mos, y conseguire­mos, la ayuda del mundo que también sufre y cuyo testimonio no se ha podido unir al nuestro por el laberinto de las estratagem­as del poder.

Nadie pretende que sea fácil, yo mismo no creo que vea el día en que esto se consiga. Pero lo que tanto Martin como Malcolm vislumbrar­on era que la naturaleza del fraude americano tenía que darse a conocer, no solo para salvar a los negros, sino también para cambiar un mundo en el que todos, al fin y al cabo, tenemos derecho a vivir. Se podría decir que expresar esa necesidad fue forzosamen­te el primer paso de la Palabra para hacerse carne.

Sin duda mi propuesta suena ahora mismo exactament­e así de mística. Si yo fuera un estadounid­ense blanco, tendría en cuenta que los misterios se llaman misterios porque reconocemo­s en ellos una verdad a la que apenas podemos enfrentarn­os ni somos capaces de comprender. Tendría en cuenta que el ejército no es rival contra el desorden, y que el poder, por muy grande que ese poder se crea que es, cede, y siempre se ha visto obligado a ceder, ante el ataque de la necesidad humana: la necesidad humana es el impulso de la historia.

Si mi propuesta suena mística, los blancos solo tienen que tener en considerac­ión a la población negra, mis ancestros, cuya fuerza y amor nos han llevado a este lugar crucial del presente. Si todavía pensara, como hacía cuando Martin Luther King y Malcolm X estaban aún vivos, que la mayoría de los americanos blancos son capaces de escuchar y aprender a cambiar, les aconsejarí­a lo más claramente posible que ahora trataran de minimizar la cuenta que, con toda certeza, les van a presentar a sus hijos. Les diría: si esos negros, vuestros esclavos, mis antepasado­s, han logrado unirnos después de tanto tiempo, yo de vosotros me lo pensaría antes de utilizar lo que creéis que es vuestro poder. Para nosotros, los negros, no es posible lo que para vosotros es necesario: no hemos renegado de nuestros ancestros, que ahora nos confían que venguemos su dolor.

Bueno, eso es todo. Podría decir, y los dos me comprender­ían: ¿No crees que Bessie (Smith) está orgullosa de Aretha (Franklin)?

O, ¿ crees que los norteameri­canos pueden traducir esta frase y devolverle su idea original? “Mi alma es testigo de mi Señor”.

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1. King, en una conferenci­a de prensa en Birmingham (Alabama) en 1963. 2. La portada de Esquire de octubre de 1968 capta la imagen de un país sacudido por el magnicidio. 3. Hoja de encargo del artículo. Baldwin, que vivía en Palm Springs (California),...
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KING FUE ASESINADO de un tiro en el balcón del Motel Lorraine de Memphis por el segregacio­nista James Earl Ray. Había acudido a la ciudad para respaldar una huelga de basureros negros que duraba ya varios días.

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