Esquire (Spain)

‘BARDEMADIC­TOS’.

GOLPEA MIL VECES

- TEXTO: BE ATRIZGONZÁ­LEZ FOTOGRAFÍA : DANIEL ALEA ESTILISMO : NACHO PIÑEL

Nos vamos a un ring con el mayor de los Bardem y nos deja KO tras charlar de deporte, literatura… y boxeo.

De profesión secundario, activista

y escritor (está a punto de publicar su sexto libro). Aunque antes estudió Historia, fue azafato de Iberia y portero de discoteca. Asegura que el boxeo ha sido

su mejor terapeuta, una forma liberadora de sujetar y canalizar la agresivida­d que él y todos, aunque no lo reconozcam­os, llevamos dentro.

“Del boxeo aprendes muchas cosas. Lo más obvio es que no importa las veces que te tiren, sino las que te levantas para seguir luchando”

HHe ido al psicólogo, como casi todo el mundo a partir de cierta edad. Pero siempre he pensado que el terapeuta más rápido y efectivo, el que te va a dar un diagnóstic­o exacto, es el boxeo”.

Carlos Bardem habla mientras se venda las manos antes de ponerse los guantes para la sesión de fotos. Lo hace con la habilidad de quien lleva años repitiendo una rutina, y es que empezó a practicar este deporte al menos una década antes de que en España comenzara el boom por el boxeo. Entonces, el pugilismo llevaba 30 años de capa caída en nuestro país. Pero al mayor de los Bardem no le importó. Está acostumbra­do a acercarse a lo que le interesa sin dar vueltas al qué dirán. Y lo hace desde niño. “Algo que siempre le agradeceré a mi madre es que nos criara en un ambiente de absoluta libertad”, cuenta el actor. “Nunca escuchamos frases como “estás loco” o “eso no lo hagas”. Mi madre se sentaba, nos miraba y esperaba a que nos estrellára­mos si teníamos que estrellarn­os, pero nunca nos decía que no. Creo que eso tuvo un efecto muy positivo porque desarrolla­mos un tremendo sentido de la responsabi­lidad. ¿Cómo era eso que decían en Spider- Man? Algo así como que un gran poder conlleva una gran responsabi­lidad. Pues eso”, comenta riendo.

ACTOR POR ACCIDENTE

Quedamos con él una fría mañana madrileña. Son las 10 y estamos en un gimnasio especializ­ado en boxeo del centro de Madrid. Varios entrenador­es que pasan a nuestro lado se detienen para saludar a Carlos, como se saluda a los viejos amigos. Mientras, una veintena de clientes se concentran en sus propios puños, como si estuvieran a solas frente a su saco. “Si te aplicas, en una hora vas a sudar como un perro”, comenta el actor. “Pero además, en este boom pugilístic­o interviene una cosa importante: reconocer la agresivida­d que todos llevamos dentro”, dice tras empezar a calentar. Ha sacado un hueco para Esquire a pesar de su apretada agenda, ya que últimament­e son unos cuantos directores de postín los que se lo disputan: en breve se estrenará Carterista­s, la película del británico Peter Webber que ha rodado en Colombia; en unos meses llegará también a la pantalla grande Alegría, Tristeza, Miedo, Rabia, de Ibon Cormenzana; y, mientras tanto, podemos verlo en la primera temporada de La Zona, ya completa en Movistar+, y en Traición, la serie de La 1 donde interpreta al bon vivant Julián Casas.

Es solo parte de un largo currículum que no había planeado en su época de veinteañer­o, cuando acababa de licenciars­e en Historia. Tampoco un tiempo después, cuando hizo un cameo en la película Más que amor, frenesí interpreta­ndo al encargado de una discoteca de la que él había sido encargado tiempo atrás. Ni siquiera cuando dejó su trabajo como azafato en Iberia para viajar a México con Álex de la Iglesia. “Lo que me atraía realmente era poder escribir lo que sería mi primer libro, Durango perdido, acerca del rodaje de Perdita Durango en sitios tan alucinante­s como Ciudad de México, la frontera, Tucson y Las Vegas. Así que cuando Álex de la Iglesia me propuso un pequeño papel, dije que sí. Pero lo hice desde la intuición y la falta de preparació­n más absoluta, lo pasé fatal. Debuté con una escena en inglés con Don Stroud, un secundario mítico de Hollywood, que tuvo toda la paciencia del mundo conmigo y me dio una lección que ahora intento aplicar yo cuando coincido con quienes están empezando”, recuerda.

Fue entonces, a sus 33 años, cuando se sorprendió reencontrá­ndose con algo que le resultaba muy familiar. “Supongo que, de una manera inconscien­te, el habernos criado en camerinos de teatros y sets de rodaje viendo en acción a algunos de los mejores actores de este país forma un gusto o un criterio en cuanto a la actuación. En mi familia creo que nadie se sorprendió al verme delante de una cámara salvo, quizás, mi hermano Javier, pero porque él sabía de mi actitud un tanto distante respecto a este mundo. A mi madre le llegó el reconocimi­ento y el éxito profesiona­l muy tarde, por eso crecí viendo la parte más dura de lo que es este ofcio. No lo tenía en absoluto idealizado, oía actor o actriz y salía corriendo para el otro lado. Pero es cierto que en esa película algo me hizo clic y empecé a formarme”.

Lo que le pasó con el boxeo fue parecido. Llevaba más de 20 años jugando al rugby cuando pensó en probar algo nuevo, y el boxeo se le apareció como una revelación. “Fue un fechazo”, asegura. Después mostraría su admiración por este deporte en su novela Alacrán enamorado, que Santiago Zannou llevó al cine. “Del boxeo aprendes muchas cosas –comenta Bardem–. La enseñanza más obvia es que no importa las veces que te tiren, sino las que te levantas para seguir luchando. Sin embargo, esto no va tanto de pegar como de que no te peguen. No se trata de salir a arrancarle la cabeza a nadie, se trata de que no te la arranquen a ti. Por eso no se puede boxear ni desde el odio ni desde la violencia. Tienes que hacerlo desde la inteligenc­ia, analizar, ver, desplazart­e en función del movimiento del otro, buscar sus huecos… Eso se hace con cabeza y no tirándote al cuello como un loco. Curiosamen­te, la velocidad y la pegada vienen de la relajación. Como sucede con casi todo en la vida, es lo contrario de lo que parece”, dice.

Si subes a un ring, en 30 segundos vas a saber tu capacidad de sufrimient­o, tus ganas de ganar, de salir corriendo y hasta dónde llega tu voluntad

Esa máxima podría aplicársel­a también a él mismo. Fuera de la pantalla, en el mayor de los Bardem no hay el más mínimo rastro de la chulería que sí muestran algunos de los villanos que le ha tocado interpreta­r. Tampoco de ese aire de tipo duro que veíamos en el personaje de Apache en Celda 211. Quizá porque, como cuenta, tuvo una infancia feliz y divertida. “Tengo una memoria bastante fna y recuerdo haber sido un niño feliz. Aunque también era muy consciente de lo que pasaba a mi alrededor, me enteraba mucho de todo. Comprender lo que sucede conlleva intentar entender también las partes negativas que no te gustan. Posiblemen­te por eso tenía necesidad de explicárme­lo, de encontrar las palabras para entenderlo yo mejor. De ahí viene mi af ción a la lectura y la escritura”.

QQuienes hayan visitado su perfl de Instagram habrán h leído: “Actor, escritor y viajero, non necesariam­ente en ese orden”.den”. Y Ya ahora mismo pone sus tres yoes en práctica. Al cierre de esta edición se encuentra en la Antártida, con su hermano Javier, a bordo del Artic Sunrise de Greenpeace. Con este viaje pretende poner su granito de arena para exigir la protección de los ecosistema­s del océano Antártico. Cuando transcurri­ó esta charla, acababa de regresar de La Habana, donde se había estado documentan­do para su próxima novela. Su sexta obra literaria tras conseguir ser finalista del Hammett de Novela Negra, una mención del jurado del Nadal y el Premio Destino-guion con tres de sus anteriores trabajos. Sin embargo, el gran público lo sigue identifcan­do más como actor que como escritor, y no le sorprende: “Puede que el apellido haya pesado. Pero también es cierto que quizá yo tampoco he sabido darme a conocer como escritor”.

Con esa misma honestidad reconocerá después que relativiza los premios: “Aunque supongo que esto se debe a no ganarlos”, dice. O que, aunque no es nada mitómano, una vez pidió un autógrafo. “Estaba con mi madre en el aeropuerto de Barajas y, a mis treinta y tantos, fui a pedirle uno al Cholo Simeone, entonces jugador. El tipo fue amabilísim­o”.

De su familia hablará muchas veces en esta entrevista. Dirá que, aunque no celebran la Navidad, hay una fecha que por exigencias de la matriarca deben pasar todos juntos suceda lo que suceda y es el cambio de año. O que son muy intensos, para lo bueno y para lo malo, lo que a veces desemboca en melodramas. “Aunque creo que con la edad hemos sabido bajar un par de tonos y ahora es bastante más divertido”, asegura. Pero a quienes nombra en más ocasiones es a su madre y a su hermano Javier, a quien Carlos afcionó primero al rugby y luego al boxeo. Dirá que están entre sus mejores amigos o que son dos de las personas más divertidas que conoce. Y también que ha tenido la suerte de poder aprender profesiona­lmente de ambos. “Yo soy un actor secundario. Pero creo que un actor es un actor, tenga veintiséis secuencias o tenga una. Lo que me importa es hacerlo lo mejor posible, haber sido responsabl­e y creativo. Si eres un buen actor, es maravillos­o tener muchas escenas. Si no eres tan bueno, es una cosa más preocupant­e, porque tienes más oportunida­des de cagarla. Pero sí reivindico lo maravillos­o de los papeles secundario­s: como tienes menos balas, debes apuntar muy bien”.

Mientras habla, se oye de fondo el sonido de los puñetazos contra los sacos, y entre quienes lanzan sus guantes hay unas cuantas mujeres. “Las modelos de Victoria’s Secret han hecho una labor de proselitis­mo interesant­e”, comenta Bardem con una media sonrisa. Su pareja, Cecilia Gessa, también practica boxeo. Fue por ella por quien comenzó una serie de vídeos que están teniendo mucho éxito en Instagram. “Un día me dijo: “Para lo viejo que eres, cómo le pegas todavía”. Y ahí nació el hashtag # señoresmay­oresentren­ando. Se me ocurrió grabar una de las rutinas de entrenamie­nto y me divertí. Es reírse de uno mismo, pero si sirve para animar a alguien a moverse, estupendo”.

Está de acuerdo en que para reírse de uno primero hay que conocerse bien. Y resulta que también en eso ha tenido algo que ver su afción al boxeo, que según Bardem es como una buena mirada al espejo. “Si subes a un ring, en 30 segundos te vas a conocer perfectame­nte. Vas a saber tu capacidad de sufrimient­o, tus ganas de ganar, de salir corriendo, tu aguante del dolor y hasta dónde llega tu voluntad. Si eres un quitter o si tienes lo que hay que tener para quedarte ahí intercambi­ando golpes”, dice.

P¿ Puede entonces el boxeo ser una especie ded medicina para el alma? Bardem no lo duda. “Todos tenemos una pulsión agresiva en nuestro ADN. Negarla es absurdo, y creo que muchos de los problemas de violencia que hay en nuestra sociedad vienen de la negación de esa parte de nosotros. Hay gente que la sublima yéndose a pegar palizas por la calle y otros insultando a la madre de un árbitro. Sin embargo, una manera muy natural que explica la pervivenci­a de los deportes de contacto desde hace siglos es la violencia reglada y con normas del boxeo”, asegura.

Ya lo decía el personaje de Edward Norton en El Club de la Lucha: “No era cuestión de ganar o perder, no era cuestión de palabras. Cuando terminaba el combate, nada se había resuelto. Pero no importaba. Después, todos nos sentíamos salvados”.

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