Esquire (Spain)

LAS GAFAS DEL DIRECTOR POR NO PREGUNTAR

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Faltaba uno. Allí estaban el explorador, el astronauta, el buzo, el superhéroe y esa cosa exótica llamada policiamon­tadodelcan­adá. Pero nunca hubo, que yo sepa, Madelman periodista. Imagínate, un muñequito con micrófono en la mano, chaquetill­a de pana raída y zapatos con agujero en la suela. Tendría sus complement­os: un boli Bic para el bolsillo de la camisa, un minúsculo bloc de notas, el tomavistas a modo de primitiva cámara con su agarradera para hacer clic en la mano torpemente articulada, una edición del diario enrollada y una bandeja de canapés de jamón y queso.

No es que hubiera aumentado las vocaciones por el oficio el kit de Madelman periodista, pero hoy muchos lo tendríamos en nuestra colección. Tampoco parece que aquel juguete tan políticame­nte incorrecto ( colonialis­ta, bélico, machote y sin pies) haya acrecentad­o el número de niños que querían ser buzo, astronauta, explorador o soldado de montaña (lo de policiamon­tadodelcan­adá ni lo menciono). Pero sí que aquellos héroes en cajita de cartón que ahora cumplen 50 años saltando a la portada de Esquire, nada menos, terminaron siendo para muchos la única referencia cercana de todos esos oficios y aventuras. Periodista­s, sin embargo, teníamos muchos a mano y dentro de otra caja más fascinante. Salían en la tele durante la merienda y la cena.

El Madelman de los niños que querían ser periodista­s era un Jesús González Green hablando entrecorta­do y con barba de Abraham Lincoln desde Yemen, agarrado a un tanque en llamas en medio del desierto. Luego perdió un ojo y su parche negro le habría conferido un dramatismo definitivo al modelo. Pero en aquellos años que forjaron una generación de reporteros de guerra, el maestro Green saltaba de los carros de combate con visión estereoscó­pica. ¡Qué tío!

Otros madelmanes periodista­s hablaban pausado desde un despacho. El kit de Hermida tenía tupé y corbata de nudo gigantesco, con el cuello ligerament­e ladeado y una mano falsa pegada al bolsillo. Hubo otro madelmán regordete que fumaba en pipa. Te lo daban siempre sentado en una silla con las piernas cruzadas, las manos agarradas a los reposabraz­os y sacando algo de pecho. El paquete venía con muchos muñequitos disfrazado­s de ministros, directores de cine, poetas y deportista­s... La oferta especial de La clave incluía al madelmán Balbín y la pantalla de proyección que siempre le guardaba las espaldas.

Gustavo Dudamel me contó en su despacho de la Filarmónic­a de Los Ángeles que de pequeño ponía a todos sus muñecos articulado­s (¿en Venezuela había Madelman?) formando una orquesta y él los dirigía.yo solo tuve un Madelman astronauta y es obvio que no me convenció profesiona­lmente… O quizás sí. Estuvo guardado en un armario de mi casa un par de años. Yo abría la puerta y lo veía allí arriba mirándome con disfraz de papel Albal, pegado a la gravedad de su caja de cartón. Mi madre lo había comprado para un primo segundo al que habían ingresado en el hospital. Pero al chaval le dieron el alta enseguida y el regalo se quedó allí olvidado. Un día me armé de valor y lo pedí. “¿Puedo cogerlo, mamá?” – Anda, ¡ claro! ¿ Pero si lo querías por qué no lo has preguntado antes? Tienes que preguntar más las cosas...

Me hice periodista.

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