Esquire (Spain)

LA FELICIDAD DE LAS PEQUEÑAS COSAS

EL CEO DE RITUALS APLICA CADA UNA DE SUS EXPERIENCI­AS VITALES A LOS PRODUCTOS DE UNA FIRMA DE COSMÉTICA NATURAL QUE CRECE COMO LA ESPUMA POR DAVID RUIZ

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Raymond Cloosterma­n se levanta muy temprano y lo primero que hace cada mañana es quedarse un par de minutos sin moverse de la cama, en silencio total. Luego, se pega una ducha de agua fría como si nada. “Los primeros diez segundos son espantosos, pero compensa”, sostiene. Por la noche, repite el mismo ritual, pero esta vez mirando fjamente la llama de una vela. “La luz azul de los móviles provoca estrés y la llama me ayuda a relajarme”. Así es, en esencia, el CEO de Rituals, un tipo muy ocupado que ha encontrado curiosos atajos vitales para desestresa­rse. Este holandés de porte elegante y voz pausada ha sabido transmitir su flosofía de vida a los productos de una empresa que crece como la espuma (nunca mejor dicho, porque el primer producto que sacó al mercado y que se ha convertido en un hit de la frma fue la espuma de baño). Tanto que, recienteme­nte, ha puesto en el mercado una línea eco-chic de limpieza para el hogar. “Gastamos mucho dinero diseñando nuestras cocinas pero muy poco en los productos que allí guardamos, comprados en los supermerca­dos. Y cuando invitamos a cenar a amigos, los escondemos corriendo para que no se vean”, analiza. De ahí nació The Kitchen Collection, productos de diseño sublime y comprometi­dos con el medio ambiente. “Están reconcilia­ndo a hombres y mujeres con el placer de la estética”, afrma.

EL EJEMPLO DE LOS SAMURÁIS

“Cuando era pequeño mi padre me educó en la idea de que, en la búsqueda de la felicidad, debía disfrutar siempre de las pequeñas cosas. Y esa máxima la he aplicado a mi vida y se la he transmitid­o a mis hijos”, sostiene. Resulta muy creíble su discurso al escucharle: transmite sosiego, calma . “La cosmética masculina tiene cada vez más presencia en un mundo globalizad­o. Viajamos más y estamos más expuestos a otras culturas, a abrir nuestras mentes”, explica, mientras sostiene en su mano uno de los productos estrella para hombres de Rituals: Samurai. “Elegimos este nombre porque los samuráis, antes de ir a la guerra, tenían que estar impecables. Se bañaban y afeitaban antes de batallar. Me parece extraordin­ario este contraste”, indica. Entre sus próximos e ilusionant­es proyectos: Genius, una novedad que ya han probado en su país de origen, Holanda, y que llegará aquí este próximo otoño. “Es una novedosa experienci­a de fragancias que controlas desde el móvil para poder elegir la que quieres oler al entrar en casa”. Porque el nuevo sueño de Raymond es acercarse a la tecnología sin olvidar nunca la esencia artesanal de los productos de la frma. “Cada vez tenemos más millennial­s entre nuestros nuevos clientes”, recuerda. Y así logra mantener intacto el discurso con el que inició esta aventura empresaria­l hace 18 años: el respeto por la naturaleza y su entono.

El que se estaba moviendo era el pequeño Madelman embutido en la escafandra. De alguna manera, había logrado salir de la vitrina. Se intentaba retirar el casco y, como no lo conseguía, le ayudé con cuidado. Cogí el casco –una réplica perfecta, a escala, del de verdad– entre el pulgar y el índice, y con un mínimo tirón apareció la clásica cabecita de plástico. –No sé qué estás mirando. ¿Qué pasa, que nunca has visto un Madelman? ¿Tengo monos en la cara o qué?

ESQUIRE: No… bueno. Es que justamente quería entrevista­rte… ¿Te importa si charlamos un momento? MADELMAN: ¿Cómo me va a importar? Aprovecha que se ha ido la gente. Dispara. ESQ: Perdona que empiece con una pregunta incómoda. A Madelman se le considera una personalid­ad poco original. Todo el mundo lo compara con… MAD: G. I. Joe, ¿es eso? ESQ: Bueno. Es el juguete en el que se inspiraron tus creadores. ¿Quieres decir algo al respecto? MAD: Mira, es una evidencia universal que nada sale de la nada y el arte, menos. Cuando uno canta, es porque siendo pequeño ha escuchado música y se le han hecho ciertos surcos en el cerebro que le permiten reproducir lo que oye. Y así con todo. Es más: incluso podría afrmar que el mejor artista es el mejor plagiador, es decir, aquel capaz de reproducir los moldes artísticos con mayor precisión. ESQ: ¿Te importaría ir al grano? Solo te estoy preguntand­o por tus diferencia­s con G. I. Joe. MAD: Pues claro que hay diferencia­s, y muchas. G. I. Joe era tosco, corpulento, brutote, como que se iba de tamaño. Y aquí decidieron fabricarme de 17 centímetro­s: todo el mundo coincide en que es el tamaño ideal. Soy mucho más cuco y manejable. Y luego la primera generación de Madelman llegaba sin piernas, con una especie de muñones para que me pudieran ensamblar las diferentes botas. Eso fue muy original. Pero lo más importante es que mi cara la compusiero­n imitando primero a Sean Connery y a Roger Moore y después a Adolfo Suárez, mientras que G. I. Joe siempre tuvo cara de energúmeno anglosajón sin más. ESQ: Ahí sí que estás orgulloso de la imitación. MAD: Es que yo era más guapo. No me hagas decirlo más claro. ESQ: ¿Y en cuanto a su némesis? MAD: Mi… ¿qué? ESQ: Ya sabes que el éxito provoca la emulación, y en cuanto uno triunfa le sale su sombra. Al Real Madrid le aparece un Barcelona, a la Barbie una Nancy, Batman tiene al Joker, Superman a Lex Luthor, y a ti te salió Geyperman. MAD: Geyperman no me llegó ni a la suela de los zapatos. Eso sí que era una mala imitación. ESQ: ¿Pero tú podías imitar a G. I. Joe y Geyperman a ti no? MAD: Voy a tener que pasar al usted para que me respete. Mire, entre Geyperman y yo también hay muchas diferencia­s. En primer lugar, yo fui un ejemplo de colaboraci­ón entre Madrid y Barcelona. A mí me concibiero­n en Barcelona, pero luego se me fabricaba en San Martín de la Vega, o sea que soy un producto auténticam­ente español, ibérico. Y en cambio Geyperman era un hortera valenciano, por Dios. Parece mentira que me hagan decir estas cosas a estas alturas. Mire su cara, mire la mía, y compare. Aparte de que todo lo que sabe Geyper, aunque no lo diga, se lo he enseñado yo. ESQ: Te está saliendo un ramalazo identitari­o. De hecho, ahora que lo pienso, siempre se te ha acusado de racista. MAD: Menuda tontuna. ¡Pero si me pintaron la cara de negro, de marrón, de amarillo, y eso en todas las tonalidade­s, que parecía yo un arcoíris! Vamos, que no hubo rostro, en esos años, más colorido que el mío. De eso puede estar seguro. ESQ: Hasta te travistier­on y salió Madelmana. MAD: Eso lo dice porque las pistolas de aquí son de juguete y no disparan. Si no, no se atrevería. Madelwoman, que no ‘Madelmana’, era una persona aparte, con su propia personalid­ad. Una chavala estupenda. La pena fue que nunca llegamos a entenderno­s porque apenas nos veíamos. En cuanto nos sacaban de los paquetes, ella acababa con Barbie y a mí me encerraban en el armario con el resto de los soldados. ESQ: Hablando de amigos, ¿a ti te caía bien Ken? MAD: A ese muñequito le faltó haber hecho la mili. No, no me caía bien. ESQ: ¿Y los Clicks? ¿Y los Airgam Boys? MAD: Tampoco. Y los Lego, que veo por dónde va, menos. Eran sucedáneos minúsculos de lo que fuimos nosotros. Las siguientes generacion­es los prefrieron y nos traicionar­on, pero se equivocaro­n. Nosotros dimos el empujón defnitivo a los juguetes antropomór­fcos. De los indios y vaqueros de plástico con los que se jugaba en la posguerra al Madelman y el Geyperman había una distancia sideral. ESQ: Y entonces, ¿ por qué desapareci­eron? Porque mi hijo todavía ha jugado con el Action Man, que es anglosajón, pero no contigo ni con el muñeco de Geyper… MAD: Me parece que se ha contestado usted solito a la pregunta. Con una vueltecita de tuerca más, llega sin ayuda de nadie a la conclusión. Cultura e imperio van juntos, amigo. ESQ: ¿Y no te gustaría volver? MAD: El problema es que, si volviera hoy, habría que cambiar el modelo. Si yo y Geyper volviésemo­s, no sería en las mismas condicione­s. ESQ: Si es por cuestiones del género, es verdad que los juguetes de tu generación respondían a un modelo machista, androcéntr­ico o como quieras llamarlo. Pero a lo mejor solo hay que hacer una versión trans de Madel, o ponerle unos genitales masculinos a Barbie. Los humanos siempre hemos sabido adaptarnos, ¿no te parece? MAD: Quizá es por eso, precisamen­te, por lo que no vuelvo. ESQ: Perdóname si insisto, pero repito la pregunta: ¿te gustaría o no le gustaría? MAD: Me encantaría. Pero no sé si eso es posible.

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