Esquire (Spain)

UN GUÍA TRANSPAREN­TE DEL CAMBIO

JAVIER PIJOAN ES EL DIRECTOR GENERAL DEL GRUPO BACARDÍ EN ESPAÑA Y SE HA MARCADO COMO RETO APOSTAR POR LOS PRODUCTOS PRÉMIUM PARA GENERAR VALOR. SABE QUE SU PROYECTO REQUIERE CONSTANCIA PARA AJUSTAR EL RUMBO

- Texto RAFA MINGORANCE Fotografía CÈSAR NÚÑEZ

Desde hace dos años, Javier Pijoan dirige el grupo Bacardí en España y con su equipo ha trazado un plan para convertir a la empresa en la más innovadora del sector en los próximos años. Una muestra de ello es el Bacardí Innovation Lab, un taller de creativida­d dedicado a los cócteles y que será capitanead­o por Albert Adrià. “Cuando leo la palabra Bacardí me viene a la mente el apellido de una familia emprendedo­ra, valiente, capaz de asumir riesgos para hacer algo distinto”, manifesta con voz reposada. Hoy, Grupo Bacardí sigue siendo una compañía familiar privada poseedora de más de 200 marcas que abarcan una amplia variedad de bebidas alcohólica­s en todo el mundo.

LIBERTAD DE ACCIÓN

La compañía que fundó Facundo Bacardí en 1862, en Santiago de Cuba, es hoy una multinacio­nal singular, porque concede mucha autonomía de acción a sus directivos repartidos por todo el mundo. Esa libertad es la que está permitiend­o a Javier alinear a toda la organizaci­ón detrás de una estrategia bien defnida que permita generar una actitud y una cultura ganadora capaz de impregnar cada decisión.

Javier Pijoan tiene 50 años y lleva trabajando 27. En su época como estudiante le gustaba salir mucho y estudiar poco. “No te puedes imaginar lo difícil que eras”, le han recordado sus padres en más de una ocasión. Cuando estudió COU (el antiguo curso de acceso de la universida­d) suspendió seis asignatura­s en junio. En septiembre las aprobó y también superó la selectivid­ad. El inicio de sus estudios universita­rios marcó un punto de infexión en su vida. Hizo la carrera de Empresaria­les, le siguió un MBA y después se marchó a Harvard. Tiene mujer y tres hijas y ahora su prin- cipal afción consiste en viajar con ellas para disfrutar y aprender juntos. Considera que ha tenido buenos jefes en todas las empresas donde ha estado: “Pagaría la mitad de mi sueldo por volver a trabajar con todos ellos. Me viene a la mente ahora Javier Campo, presidente de Cortefel, un líder nato, cercano, humilde y siempre al servicio de la compañía”, explica. Pijoan se considera un profesiona­l preparado para desenvolve­rse en entornos complejos. “Recuerdo cuando vivía en Viena. Cualquier día laborable podía signifcar desayunar en París, por ejemplo, almorzar en Moscú y terminar la jornada en Atenas. Llevar ese ritmo un día tras otro requiere mucho esfuerzo y energía”, reconoce.

Antes de aterrizar en Bacardí, Pijoan trabajó en Heineken durante 18 años, donde le atrajo la cultura empresaria­l holandesa: abierta y poco jerárquica. La ofcina central que Bacardí tiene ahora en la Plaza de Cataluña (Barcelona) responde a esa flosofía. Es un espacio diáfano que facilita la comunicaci­ón y el trabajo en equipo. La mesa de Javier es una más de toda la estructura y a él le gusta llevar ropa informal y no le motiva el poder jerárquico. “En el siglo XXI, los empleados siguen a aquellas personas en las que creen, que merecen la pena más allá del cargo que ocupen. A mí no me interesa el cargo: solo me motiva el trabajo bien hecho”, dice. Cuando surge un problema que requiere adoptar una decisión difícil, Javier transmite serenidad y adopta cierta distancia. Escucha a todos los miembros de su equipo y ejecuta las medidas ranja. Pijoan se levanta cada día a las 6:45 y durante el desayuno aprovecha para mirar las ventas del día anterior. Es su tiempo de refexión para leer sobre aquello que afecta a los principale­s indicadore­s económicos. No olvida llamar a su mujer y a sus hijas, que van camino del colegio en el coche. Ya en la ofcina prefere la conversaci­ón informal y si se encuentre en un taxi o en un avión aprovecha esos minutos para trabajar. “Con el equipo baso mi relación en la confanza y saber adónde vamos”, señala. Cree que en el sector se dibuja un futuro donde el cliente consumirá menos pero exigirá más calidad y las bebidas serán de menor graduación debido al interés creciente por la salud, y los cócteles serán cada vez más protagonis­tas. Curiosamen­te, Pijoan se está formando como coctelero porque encuentra divertido todo el ritual que incluye preparar un trago bien elaborado. ¿Alguna recomendac­ión? Ir a la Casa-museo Bacardí en Sitges (Barcelona): “Preparan un mojito espectacul­ar”.

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El Edificio Telefónica, sede de la compañía en la Gran Vía de Madrid, fue en su momento el mayor

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con 89,30 metros de altura. Hoy con esa altura apenas eres un chalé pareado en Benidorm. Desde el Edificio Telefónica se efectuó la primera llamada transoceán­ica de España. Fue en 1928, y la hizo el rey Alfonso XIII desde un teléfono de oro para hablar con el presidente de EEUU, Calvin Coolidge, que estaba en Washington. Fue la primera vez en la historia que un presidente americano hablaba por teléfono con un líder europeo. Telefónica tiene actualment­e 343 millones de clientes en todo el mundo, como si toda la población de EEUU tuviera contrato con ella. Quizá de esta forma alguien habría visto la serie La zona. Si has nacido a partir del año 2000 nunca sabrás lo que es echar una moneda de veinte duros en una cabina, hablar 22 segundos y que no te devuelvan cambio. Nunca. Aún quedan 18.300 cabinas telefónica­s en España, de las que 12.000 no son rentables. Y eso que se siguen quedando con tu dinero.

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López Vázquez protagoniz­ó una campaña publicitar­ia en 1967 sobre las acciones de Telefónica al grito de: “¡Matilde, Matilde, que he comprado telefónica­s!”. Así, las acciones comenzaron a conocerse como ‘matildes’. Hoy se conocerían como ‘lucías’, pero, al menos, escapamos de las ‘vanessas’ o las ‘jessicas’.

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La última operadora manual prestó servicio en el pueblo de Polopos (Granada), en 1988. Se llamaba Magdalena Martín y el día que cesaba en su trabajo fueron a despedirla el ministro de Transporte y Comunicaci­ones, José Barrionuev­o, y el presidente de Telefónica, Luis Solana. La última llamada desde aquella centralita la hizo el alcalde del pueblo al presidente del Gobierno, Felipe González, que estaba en La Moncloa. “Por consiguien­te, le cuelgo”, dijo González para terminar.

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Nuestro cariño siempre será para el teléfono Góndola, pero Domo fue el primer aparato ‘inteligent­e’, del que se vendieron nueve millones de unidades. Lo que seguro que no sabías es que lo diseñó Alberto Corazón. Sin saberlo, tenías una auténtica obra de arte en el salón.

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