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17 DE NOVIEMBRE, DÍA NACIONAL DE DANNY DEVITO

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Entre su espalda y el respaldo de la silla de Danny Devito hay dos palmos de distancia. Así sus zuecos se apoyarán completame­nte en el suelo y puede darte ese apretón de manos firme, seguro. Con su aureola de pelos blancos en vuelo libre y su voz suave solo interrumpi­da por sonoras risotadas que llenan toda su cara, vamos a dedicar la próxima media hora a hablar de cuál es la mejor manera de celebrar que es un tipo grande. “¡No me hagas hablar en español!”, exclama antes de que le pregunte nada, y se le cierran los ojos al tiempo que llena la habitación con una sonora carcajada que recuerda a la de Vincent Benedict, el ‘gemelo desigual’ de Twins (1988).

Como ‘guinda’ de esta genial discusión, las autoridade­s del estado de Nueva Jersey, después de mucho elucubrar, acaban de declarar el 17 de noviembre, día de su cumpleaños, el Día de Danny Devito. “Me dieron a elegir entre poner mi nombre a una playa o a un banco en un paseo”, se explica, “pero no me apetecía que me cagaran las palomas encima. También tener un busto en un teatro, pero no me hacía ilusión. Así que elegí la playa, que para mí es un lugar muy especial”.

EL VIEJO Y EL MAR

El mar para este americano pequeño es ese lugar al que siempre quiere volver. Asbury Park (Nueva Jersey), donde creció, es “mi piedra de toque, el lugar que siempre me va a recordar mis orígenes. Vivía a unas 12 o 13 manzanas del mar. Iba todos los días, tanto en verano como en invierno. Siempre caminaba por el paseo marítimo para mirar el océano y sentir su energía”. El rostro de Danny se redondea aún más al recordar cuando se esforzaba en la escuela, cuando tonteaba con chicas para conseguir una cita o cuando, siendo un chaval, se puso a trabajar para contribuir a la economía familiar. “Mis primeros 18 años de vida en Asbury tienen un inmenso significad­o, y ¡aún conservo amigos de la época de la guardería!”. Finalmente, las leyes americanas no permitiero­n darle una playa, así que le dieron un día.

“Pero, Danny, y ¿cómo celebramos tu día?”, le pregunto. “Piensa en lo que más te gusta hacer, algo que te siente de maravilla, y hazlo”. Así de simple. Así de cierto. Apuntado queda. Desde Esquire España se lo recordarem­os, porque vamos a lanzar la iniciativa para que se apruebe también en nuestro país (búscala ese día en esquire.es). Pero, antes, repasemos sus mejores momentos, que en 50 años son unos cuantos...

LÁSTIMA DE PELUQUERO

Contra todo pronóstico Danny Devito se convirtió en actor. Al menos eso es lo que siempre afirma quien, encantado de la vida, daba forma a las pelambrera­s en el salón de belleza de su hermana mayor mientras escuchaba los cotilleos de las clientas. Dispuesto a formarse como maquillado­r profesiona­l en Nueva York, fue a parar a unos cursos de arte dramático donde conoció a Michael Douglas, cómplice de tantas travesuras cinematogr­áficas y quien le daría el empujón definitivo en la actuación cuando lo recomendó para Alguien voló sobre el nido del cuco (Miloš Forman, 1976), su primer gran papel. “Lo demás es historia”, concluye Devito en cada uno de los relatos que tienen que ver con su carrera. Aunque la génesis de su amor hacia el cine se remonta a sus primeros años en Nueva Jersey.

“De niño y adolescent­e vi tantas películas en el teatro Paramount de mi ciudad que era imposible que no me aficionara. El gran acontecimi­ento para mí era ir al cine todos los sábados y domingos. Era mi escape de todo lo que estaba pasando en mi vida, pero también era una vía para sumergirme en el mundo de fantasía del cine aferrándom­e a mis grandes favoritos, como Dean Martin y Jerry Lewis, Stan y Ollie, los hermanos Marx... Me encantaban las pelis de Bogie [ apodo de Humphrey Bogart], de Edward G. Robinson, y aunque no sabía muy bien lo que era el noir, me fascinaba”.

Pero fue antes de su despertar artístico cuando Danny Devito se dio un na- rizazo con la realidad y ocurrió su despertar a la madurez. El sueño americano terminaba. “Habíamos salido de la Segunda Guerra Mundial. Empezamos a engordar, nos sentimos mimados y hasta cierto punto blandengue­s, teníamos la sensación de que a la clase media le iba de maravilla”, relata. “A mi familia no le importaba la política ni estaba especialme­nte comprometi­da con nin-

“¿Poner mi nombre en un banco? Sí, ¡y que me caguen las palomas encima!”

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