LA ISLA MISTERIOSA
DE GEOGRAFÍA ACCIDENTADA Y BELLEZA SUBLIME, MADEIRA ES UN ENCLAVE TROPICAL PERFECTO PARA SATISFACER TU SED DE ADRENALINA
Aterrizar en el aeropuerto de Funchal –quizá en un vuelo de Tap Air Portugal tras un stopover en Lisboa– sube el ritmo cardiaco: su pista de aterrizaje es una de las más complejas del globo.
A partir de ese momento, solo te esperan sensaciones igual de excitantes.
POR LAS NUBES
La caprichosa orografía de Madeira, con montañas de origen volcánico cubiertas por un eterno manto verde, hará las delicias de los amantes del trekking. Aunque hay senderos más extremos en la isla, el que conecta los picos más altos, Ruivo (1.862 m), De lasTorres (1.851 m) y Do Arieiro (1.817 m), es el más deseado. En sus siete kilómetros se atraviesan túneles, se descubren paisajes que quitan el aliento y se pueden tocar las nubes. No hay que olvidar las famosas Levadas, un impresionante sistema de más de dos mil kilómetros de canales excavados en la roca que han servido durante siglos para distribuir el agua en la isla y que ahora es una grandiosa red de rutas de singular belleza.
A TODO GAS
Para descubrir el precioso y denso bosque de laurisilva, declarado Patrimonio Natural Mundial, no hacen falta las botas de trekking: basta con subirse a un todoterreno. Una buena opción es acercarse hasta la Vereda dos Balcões, pasando por caminos estrechos y cuestas imposibles, y recorrer andando los 1,5 kilómetros de la Levada da Serra do Faial hasta el impresionante mirador desde el que divisar el escarpado relieve de Madeira. La travesía continúa cuesta abajo, con vistas alucinantes, hasta el pintoresco pueblo de Câmara de Lobos –de esencia marinera y donde Churchill pasó unas vacaciones– para hacer parada en Cabo Girão, uno de los acantilados más altos de Europa, con una plataforma de cristal que parece flotar en el aire.
DESCENSO
La localidad de Monte se encuentra a 550 metros de altitud y conviene subir hasta ella en teleférico, disfrutando de una singular perspectiva de Funchal. En medio del trayecto cabe hacer una parada en el jardín botánico para respirar aire puro y desconectar entre sus más de dos mil plantas exóticas, originarias de los cinco continentes. El subidón llega a manos de los famosos carreiros. Su tradición se remonta a hace 200 años y es bastante sencilla: conducir a los ocupantes en grandes cestos de mimbre, cuesta
abajo y a toda velocidad, hasta la parte más baja de Funchal. Los frenos son sus propios pies, ataviados en unos zapatos con suelas de goma de neumático.
CETÁCEOS Y MEROS
De esta singular isla en mitad del Atlántico no te puedes ir sin sumergirte en sus aguas cristalinas, repletas de especies migratorias como los curiosos peces limón, los imponentes meros o la foca monje, en grave peligro de extinción. Eso sí, los reyes de estas aguas son los cetáceos y los delfines. Fajã dos Padres, una angosta franja de tierra fértil junto al mar a la que se accede descendiendo por un empinado ascensor incrustado en la roca o por un zigzagueante teleférico, es un lugar ideal.
GASTRONOMÍA
En el casco antiguo de Funchal el corazón se acelera a golpe de poncha, una bebida a base de ron, azúcar y zumo de limón que en A Mercadora preparan al momento. El safari culinario sigue en el tradicional Mercado dos Lavradores, en el que se pueden degustar todo tipo de frutas tropicales y conocer el aspecto del sable negro –manjar local– antes de que lo cocinen. También por Blandy’s Wine, porque el vino de Madeira lo merece, y poner rumbo al rooftop del Allegro Madeira (un only adults de Barceló Hotel Group) para culminar la noche con buenas vistas y un cóctel de maracuyá.