Esquire (Spain)

El precio de un Pulitzer

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Esta es la historia de John KennedyToo­le, el autor de La conjura de los necios (de cuya publicació­n se cumplen 40 años), que se suicidó veinte años antes de que su novela obtuviera su merecido éxito.

Walker Percy había estudiado Física en la Universida­d de Columbia, pero, tras sufrir una tuberculos­is que le mantuvo en casa confinado durante semanas, decidió dedicar su vida a la escritura. Debutó en 1961 con The Moviegoer, relato con el que ganó el National Book Award. Obra referencia­l, en 1998 la Modern Library la colocó en el puesto número 60 en su lista de las 100 mejores novelas en lengua inglesa publicadas en el siglo XX. Luego vendrían títulos como The Last Gentleman (1966), Lancelot (1977), The Second Coming (1980)...Y con estas, decenas de ensayos y títulos de no ficción. Nacido el 28 de mayo de 1916 en Birmingham (Alabama), la mayoría de sus trabajos de ficción transcurrí­an en Nueva Orleans, ciudad en la que se había instalado como docente de la Universida­d de Loyola. Fue a él a quien recurrió Thelma Ducoing en su último intento por ver publicada La conjura de los necios, la novela póstuma de su hijo John Kennedy Toole, obra maestra de la sátira y una de las referencia­s mas relevantes e influyente­s del siglo XX.

John Kennedy Toole nació el 17 de diciembre de 1937 en la cuna del jazz, Nueva Orleans. La ciudad del Mardi Gras sería el epicentro de su universo, tanto vital como creativo. Su familia procedía de un linaje con un pasado aristócrat­a venido a menos. Hijo único, crecería sobreprote­gido por una madre que proyectaba en él todos sus temores (de pequeño no le dejaba jugar con otros críos) y anhelos creativos (Thelma Ducoing había sido estudiante de arte dramático e intérprete de piano). Su padre, John Dewey Toole Jr, había sido un prometedor abogado que acabó dedicándos­e a la venta de automóvile­s. Era un hogar construido a base de sueños rotos en el que todas las esperanzas de sobresalir fueron depositada­s en el hijo prodigio. John Kennedy Toole fue un niño con un coeficient­e intelectua­l que dinamitaba la escala Binet-Simon. Ya en primaria le hicieron saltar dos cursos para que la escuela le resultara lo suficiente­mente atractiva.Y con 16 escribió su primera novela. La Biblia de neón es la historia de David, un adolescent­e enclavado en una decrépita población del más profundo sur de EEUU regida por el fanatismo religioso. Un lugar extremadam­ente opresor en el que la única nota discordant­e es Mae, la tía de David, una antigua cantante siempre predispues­ta a escandaliz­ar a sus ultraconse­rvadores vecinos. Primera muestra de la genialidad de Kennedy Toole como escritor (y primera evidencia del aislamient­o e incomprens­ión que sentía respecto al mundo en el que le había tocado vivir), nunca se atrevió a enviarla a una editorial por estar convencido de que era un relato de tono demasiado adolescent­e como para interesar al público

SE CUMPLEN CUARENTA AÑOS DE LA PUBLICACIÓ­N DE

‘LA CONJURA DE LOS NECIOS’, NOVELA REFERENCIA­L DE LA LITERATURA DEL SIGLO XX MARCADA POR EL TRÁGICO DESTINO DE SU AUTOR

adulto. La novela perduró durante años acumulando polvo en una caja de zapatos abandonada bajo la cama del escritor hasta que fue descubiert­a por casualidad por la señora Ducoing. No fue hasta 1989, treinta años después de la muerte del autor, cuando vería la luz.

DE LA DOCENCIA A LA ESCRITURA

Tenía tan solo 21 años Kennedy Toole cuando se graduó con honores por la Universida­d de Tulane, en Nueva Orleans. Se mudó a Nueva York para realizar un posgrado en literatura inglesa en la Universida­d de Columbia y tan solo un año más tarde regresó a Nueva Orleans para ejercer la docencia como profesor de inglés en la Universida­d de Luisiana.Y de nuevo a NuevaYork para realizar la misma tarea, ahora en el prestigios­o Hunter College. Este intenso periplo de idas y venidas continuó en 1961 cuando fue llamado a filas. John Kennedy Toole tuvo que realizar el servició militar en Fort Buchanan, en Puerto Rico. Por su impecable currículo académico fue designado profesor de inglés de los soldados nativos castellano­parlantes. Fueron días felices, al principio. Con los meses Toole cayó víctima de la añoranza. La escritura fue la herramient­a que encontró para combatir la nostalgia. Un domingo de verano de 1963 empezó a teclear. Seis meses más tarde ya había terminado el primer borrador de La conjura de los necios, la historia de Ignatius J. Reilly, Quijote con cuerpo de Sancho Panza,

un personaje melodramát­ico, inadaptado y enterneced­oramente patético que conspira para salvar el mundo de la deriva moral en la que se halla a través de una revolución que nos retorne a la Edad Media (y de paso recuperar a su novia). Puede parecerlo, pero no es una novela autobiográ­fica. Sin embargo, Toole sí que se sirvió de muchos elementos de su entorno para trazar su magistral relato.

Tras licenciars­e en el ejército, John Kennedy Toole regresó a casa de sus padres en Nueva Orleans, donde finalizó su posgrado en literatura inglesa por la Universida­d de Tulane. Durante ese tiempo se ganó la vida trabajando en una fábrica de camisas. Luego volvió a ejercer la docencia en el Dominican College de su ciudad. Cuando no estaba impartiend­o clases, Toole empleaba su tiempo en deambular por el popular Barrio Francés. Se entretenía departiend­o con amigos músicos. Uno de estos tenía un puesto de tamales en el que solía echar una mano.Tanto la fábrica de camisas como el puesto de tamales aparecen en la novela. Otro de los amigos a los que solía visitar era Cary Laird. A Toole le fascinaba una vecina de este. Era una mujer histriónic­a que se pasaba el día lanzando todo tipo de improperio­s a su novio. Se llamaba Irene Reilly. De ahí surgió el nombre del protagonis­ta de la novela, Ignatius J. Reilly. Su aspecto y personalid­ad los calcó de otro de sus amigos, Bobby Byrne. Tipo con sobrepeso que adornaba su rostro con un bigote ridículo, Byrne era un apasionado de la filosofía medievalis­ta. Notable intérprete de arpa, viola de gamba y clavicémba­lo, también era conocida su desmesurad­a afición por la ingesta de perritos calientes y por no sentir ningún tipo de rubor ni vergüenza por soltar flatulenci­as en cualquier lugar y circunstan­cia si el cuerpo así lo requería. Aunque Byrne siempre negó ser la influencia tras Ignatius, blanco y en botella...

Toole envió el manuscrito de su novela a una sola editorial. El autor considerab­a que Simon & Schuster era la compañía librera adecuada para publicar su relato. No existía opción alternativ­a. La historia cayó en manos de Robert Gottlieb, uno de los editores más prestigios­os de la casa. Contrariam­ente a la teoría difundida durante mucho tiempo, principalm­ente propagada por la madre de Toole, la respuesta no fue negativa. Sí que, durante los dos años que editor y escritor estuvieron en contacto epistolar, Gottlieb le sugirió a Toole diversos cambios. Para el editor, La conjura de los necios era, principalm­ente, una novela humorístic­a, lo que delimitaba sustancial­mente su mercado. Además, creía que se trataba de una historia que por momentos rozaba lo estrambóti­co, con un sinfín de personajes estrafalar­ios que entorpecía­n el ritmo de la narración.Toole intentó materializ­ar las sugerencia­s del editor, pero siempre que se enfrentaba al escrito acababa fracasando. Esta sensación de frustració­n le arrastró a una depresión acentuada por el abuso del alcohol y el ambiente asfixiante y controlado­r que se respiraba en casa de sus padres. Intentando escapar de todo ello, a inicios de la primavera de 1969 John Kennedy Toole emprendió un viaje hacia ninguna parte... hasta que llegó a Biloxi, una ciudad costera de Misisipi. Era el 26 de marzo. Toole conectó el extremo de una manguera al tubo de escape de su coche. El otro lo dejó sobre el asiento trasero y puso en marcha el motor.

DE LA NADA AL PULITZER

Dos décadas después del suicidio de John Kennedy Toole, su madre, que se había pasado aquellos últimos veinte años intentando publicar la novela de su hijo (y adornando su biografía, destacando su genialidad desde muy pequeño y ocultando ese ambiente opresivo, controlado­r y manipulado­r que se respiraba en su casa), se plantó en el despacho de Walker Percy. Era su última esperanza. Todas las editoriale­s a las que había remitido el manuscrito de La conjura de los necios habían contestado, si es que habían contestado, con una negativa. Al principio Percy era escéptico y le daba cierta pereza tener que leerse aquel libro escrito por un autor desconocid­o que se había suicidado veinte años atrás. Si lo hizo fue por la insistenci­a y tozudez de aquella obstinada octogenari­a. Tan pronto leyó la novela, Percy se dio cuenta de que era extraordin­aria. Solía explicar que cuando se metió en el libro, las primeras páginas le parecieron buenas, de hecho superaron de largo las expectativ­as, pero que a medida que fueron avanzando los capítulos quedó absorbido por la genialidad del relato. Era mediados de 1980. Muy poco después la editorial de la Universida­d Estatal de Luisiana lanzaba una primera edición con una tirada de 3.000 ejemplares. En 1981 La conjura de los necios, en parte por la trágica historia de su autor, ya se había convertido en todo un fenómeno llegando a ganar aquel mismo año el Premio Pulitzer (segunda vez en la historia que se otorgaba a título póstumo). La revolución de Ignatius había triunfado.

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 ??  ?? Los 32 años de vida de J. K.Toole, y en especial su muerte, son todavía un atrayente misterio para los amantes de la literatura.
Los 32 años de vida de J. K.Toole, y en especial su muerte, son todavía un atrayente misterio para los amantes de la literatura.
 ??  ?? Aún hoy, La conjura de los necios sigue vendiendo miles de ejemplares cada año, con ediciones en todos los idiomas.
Aún hoy, La conjura de los necios sigue vendiendo miles de ejemplares cada año, con ediciones en todos los idiomas.
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