Esquire (Spain)

Esteban es un volc‡n

- JOSÉ TRONCOSO *

Me llamo Esteban. Mi padre se llamaba Esteban.Y el padre de mi padre se llamaba Esteban. Al igual que el padre del padre de mi padre se llamaba Esteban.Y así es como debe ser, ¿no?Y claro que soy ferretero, igual que mi padre.Y el padre de mi padre.Y el padre del padre de mi padre.

Me llamo Esteban, soy ferretero y no me hago grandes preguntas. Trabajo, como, duermo, y vuelvo a trabajar.

–Y así es como debe ser, ¿no? Sí, así es como debe ser. También estoy casado, claro, con una buena mujer, por supuesto. Una mujer que es la viva imagen de su madre y de la mía.Y todo está en su sitio, y todo es como debe ser.

Me llamo Esteban, soy ferretero, estoy casado, trabajo, como, duermo y no me hago grandes preguntas.

Si algún día tuviera un crío, me gustaría que se llamase como yo y que siguiese la tradición, que aprendiese a llevar el negocio. Que se casara, comiese, durmiese y que no se hiciera grandes preguntas. Los hombres de verdad no están en las ilusiones. Si algún día tuviese un crío...

Necesito repetirme todo esto, decirme a mí mismo todo esto por dentro, bien fuerte, una y otra vez, hasta que se me quede grabado a fuego. Fuego. Digo fuego y el calor de sus llamaradas tiñe de rojo y naranja el sudor que cae por mi frente y empieza a meterse en mis ojos. Escuece. Me los froto con las palmas de la manos y sacudo fuerte la cabeza. –Concéntrat­e, Esteban.

El Cristo de madera y bronce oscuro que cuelga de la pared de la casa que heredé de mis padres me guiña un ojo.Y el papel de flores de las paredes, que me acompaña desde que tengo uso de razón, ahora dibuja sirenas azules y verdes y doradas, que lloran y sonríen a la vez, tendiéndom­e la mano, invitándom­e a yacer con ellas.

–Concéntrat­e, Esteban, cierra bien los ojos. Más fuerte. Nunca debí salir de casa. La culpa es suya. Ella también es una sirena. Nunca debí aceptar su invitación aquella noche de verano. El calor de aquellos focos era demasiado, y el sonido que emergía firme y potente de aquellas máquinas demoniacas se me ha quedado metido por dentro, cambiándom­e los órganos de lugar. He de aceptar la conmoción de lo nunca visto.Y ahora solo tengo ganas de borrarme y cantar.

Nunca debí traspasar las puertas de lo diferente.

Maldita noche. Bendita noche.

Tengo ganas de cantar, de cantar mi nueva y flamante desgracia. No cantes, Esteban. No abras la boca más que para comer, roncar o desearle un buen día a ese cliente que te hace desordenar el almacén entero, y que ojalá algún día ardiese en las llamas del más profundo y burbujeant­e infierno. ¡Calma, Esteban!, no puedes perder pie. Escúchame bien, escucha la voz de todos los Estébanes que vivieron y aún viven en ti. Concéntrat­e.

Si algún día tuviese un crío...

Mi mujer se pondrá muy contenta cuando lo desenvuelv­a, piensa en eso. Le encantará tu gran regalo. Le encantará conocerlo a él.

Ella es buena. Mi mujer es una buena mujer, la mujer más buena del mundo. No debes dudar de eso, Esteban, eso no. Ella haría cualquier cosa por ti ahora mismo, en este mismo instante, lo que fuese, hoy y siempre. Hasta que la muerte nos separe. Hasta que la muerte nos separe...

¿Por qué conformarm­e con esta sola vida de comer, dormir, roncar, trabajar y volver a dormir? Este nuevo dios me ofrece la eternidad a cambio de un solo salto. Solo tengo que saltar. Saltar... y arder. Solo tengo que elegirle como nuevo y único Dios verdadero, encomendar­me a él y seguir su fulgurante mandato. Solo tengo que saltar.

Estoy cantando. No debería cantar. En cualquier caso nadie debería oírme cantar. Nadie.

Este pueblo es tan pequeño como las malditas cabezas que lo habitan. ¡¿Qué miras?! No debería haberle gritado a la mujer de Joaquín. La he asustado. Me da la risa. Ahora estoy en la calle, pero no sé bien dónde estoy. No reconozco las calles de mi vida. El rojo reflejo de los ríos de lava, que han empezado a conquistar­las, cambia por completo el aspecto de sus anodinas fachadas.

Salto los charcos de lava cantando, atravieso la casa del terror y la rutina diaria y, al salir, saludo alegre con la mano a unos vecinos que ya han empezado a derretirse. Canto y canto, y aligero un poco el paso pensando en lo contenta que se pondrá mi querida esposa al desenvolve­r el presente.Y sí, estoy cantando. Voy cantando hacia la que fue mi casita, portando con cuidado la felicidad de mi mujer envuelta en papel de regalo.

Alguien debería haberme dicho antes que existía esta otra realidad, esta realidad de peligro y magma. No pienso volver a dormir. No pienso volver a comer. Las ondas interestel­ares serán mi único alimento.Y no, no pienso volver a dar los buenos días a ningún cliente. Claro que, a estas alturas, deben de haberse derretido ya todos. El olor de la carne humana tostada me recuerda un poco al olor del pollo, qué curioso.

“Te llamas Esteban y eres ferretero”. Quizá debería repetirme eso. Pero también quizá sea ya demasiado tarde para repetirme cualquier cosa, demasiado tarde para repetir nada en absoluto. He dejado de entender que los días puedan parecerse los unos a los otros, y abrazo la incandesce­nte aleatoried­ad de mi nuevo destino.

¡Adiós, ferretería, adiós! ¡Adiós, pueblo querido, adiós! Estoy volando. Sobrevuelo el desastre de las cenizas. A estas alturas me he convertido ya en un ser invencible.Tantos años portándome bien, siguiendo el camino marcado, me han servido para construir este dorado trampolín desde el que ahora me impulso para dejarlo todo bien atrás.Y saltar, saltar, saltar.

Si algún día tuviese un crío... Si algún día tuviese un crío, le pondría un nombre imposible de pronunciar, distinto al mío, por supuesto. Nadie en el mundo conocido sería capaz de articular su nombre, rebautizán­dolo así nuevamente en cada llamada de atención.

Si algún día tuviese un crío...

¡No te preocupes, mi amor! Yo te daré un heredero, aquí lo traigo, envuelto en celeste celofán. Es de vital importanci­a que juntos alcancemos la cumbre. ¿Has visto al nuevo dios que nos mira? Es majo, ¿verdad?

Claro que no. No todos los deseos serán los míos, oh, amor mío, esposa mía. He conservado una pequeña porción de tarta de cordura para realizar los tuyos también.

Cierra la boca y abre el paquete.Tiemblo de ilusión como debí haberlo hecho en nuestro primer beso. Eso es, ¡ábrelo!, ¡vamos, rompe el papel, rómpelo todo!

No me mires así, di algo. ¿Te gusta? Es nuestro, tuyo y mío. Y del que es y será ya para siempre nuestro nuevo dios, claro está: ¡Vulcano!

No me mires así. ¿No estás contenta? No es un muñeco, amor mío, ¿por qué dices ingratas tonterías? No te lo tendré en cuenta, es la voz de tus ancestros hablando por ti, no hagas caso, míralo bien. Es nuestro heredero. Solo él heredará el gran trono de la nada absoluta. No me mires así. Bueno, mírame como quieras, porque aún hay algo más...

Siempre dijiste que querías viajar, ver otras cosas, ¿verdad? Oh, mi amor, me arrancaría los ojos para que pudieras mirar por ellos y ver todo lo que soy capaz de ver en este preciso instante. Me ahogo de la emoción. Por el poder que el impredecib­le dios del fuego me ha otorgado, yo renuevo nuestros votos y te invito a hacer tus sueños realidad: ¡iremos juntos a Canarias! ¡Los tres! Tú, yo... y él.

¿Por qué me miras así? No me mires así, tú no eres ellos, no seas ellos. ¡No seas gente!

Juntos volaremos, subiremos a la cima del Teide y, desde allí, saltaremos sin red, arrojándon­os de cabeza al gran misterio.

No me llames Esteban.Ya no me llamo Esteban. Por favor, mi amor, no me llames Esteban. ¡Esteban ardió!

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