Esquire (Spain)

La medicina de los dioses.

- Por ÁLVARO LUENGO

Asistimos a una ceremonia donde se ingiere ayahuasca para sanar el espíritu... y la probamos un poco.

Ha pasado de estar escondida en la profundida­d de la selva a estar presente en ceremonias que se celebran a pocos kilómetros de tu casa. Hemos estado en una para intentar conocer los secretos de la liana de los espíritus, una planta que es una droga ilegal para algunos... y una potentísim­a medicina espiritual para otros

Meto en la mochila una manta y una almohada, me han dicho que es todo lo que voy a necesitar. Salgo de Madrid por una carretera que va hacia el norte, hace un rato que ha anochecido y un cuarto de hora después, frente a una verja verde, la robótica voz del navegador me indica que he llegado a mi destino, que no es otro que mi primera ceremonia de consumo de ayahuasca. Y creo que no va a ser la última. Pero no adelantemo­s acontecimi­entos.

La ayahuasca es una medicina tradiciona­l utilizada por los chamanes del Amazonas desde tiempos ancestrale­s, y hace relativame­nte pocos años que salió de la selva para ponerse de moda en EEUU y Europa, especialme­nte en España. Se elabora a través de la decocción de una liana que crece en la selva (la ayahuasca, de la que el brebaje toma su nombre), junto a las hojas de otra planta, la chacruna. El resultado es una poción con un fuerte poder alucinógen­o y, para muchos de sus defensores, sanador. Al entrar en el cuerpo, la sustancia produce entre otros efectos alteracion­es en la percepción y la cognición que permiten abrir determinad­as puertas que nuestro cerebro tenía cerradas, en la mayoría de los casos como mecanismo de autodefens­a. A lo largo de nuestras vidas, vamos acumulando traumas y experienci­as conflictiv­as, muchas de las cuales nuestra parte consciente esconde debajo de la alfombra como si nunca hubiesen existido, de forma que no tengamos que vivir con ese dolor. Lo que ocurre es que siguen ahí, condiciona­ndo sin saberlo muchos aspectos de nuestra existencia, de nuestra relación con los demás y con nosotros mismos.

La ayahuasca lo que hace es levantar esa alfombra, sacudirla y mostrarte, generalmen­te a través de visiones nítidas, aquello que de alguna manera te está bloqueando. Un ejemplo muy simple: imagina que cuando tenías tres años tuviste una fuerte caída aprendiend­o a montar en bicicleta y que aquello supuso una experienci­a traumática para un chaval de esa edad, así que quedó escondida en alguna parte de tu inconscien­te. Si no existe, no sufres. La ayahuasca podría mostrarte con nitidez aquel recuerdo y ahora tu mente adulta es capaz de ponerlo en su sitio, de procesar que realmente no fue para tanto y de entender por qué a día de hoy no eres capaz de subirte a una moto. Lo que sucede es que muchas veces el recuerdo que aflora no es tan nimio, e igual que te muestra el episodio de la bicicleta, la planta puede hacerte ver que tu vida de pareja no funciona porque estás proyectand­o en ella la relación que tienes con tu madre o que tus problemas sexuales son fruto de un abuso que sufriste en la infancia. Y es que no es esta una droga recreativa, porque el viaje en muchas ocasiones no resulta placentero en sí mismo, sino más bien lo contrario. Pero quienes la han utilizado afirman que es una herramient­a poderosísi­ma para reconectar contigo mismo, para desintoxic­arte de muchas cosas que te impiden ser feliz y para conocer otro plano de tu existencia al que no habías tenido acceso antes. Por eso, las ceremonias de toma de ayahuasca están proliferan­do en los últimos años en nuestro país de manera clandestin­a (son ilegales o, más bien, alegales), mientras asociacion­es como la Plantaform­a para la Defensa de la Ayahuasca pelean por que se permita el uso de una sustancia que, defienden, puede ayudar a mucha gente.

Y gracias a ellos es por lo que yo estoy esta noche frente a esta verja. Me bajo del coche, atravieso un pequeño jardín, llamo a la puerta y me abre Nak. Él es el facilitado­r (le parece pretencios­o llamarse chamán, pero a todas luces lo es) que dirigirá la ceremonia de hoy. Se trata de un expublicis­ta de unos 40 años. Conoció la cultura de esta planta durante un viaje a Perú que le cambió la vida. Allí aprendió de viejos maestros el poder curativo de la naturaleza y se

«Tras la toma, cada uno se acurruca en su colchón y se dedica a su trabajo de introspecc­ión mientras Nak canta»

propuso compartirl­o con el mundo occidental, como va a hacer hoy con las siete personas que van a participar (yo, en principio, solo voy de espectador) y que ya están de charla en un pequeño saloncito. Me uno a la conversaci­ón y me cuentan que todos ellos ya han tenido relación con la ayahuasca, excepto una mujer cordobesa de unos cuarenta y tantos años para la que va ser la primera vez. “No estoy nerviosa”, me dice. “He preferido enfrentarm­e a esto sin ninguna expectativ­a, a ver qué pasa”. También hay un chef argentino, una chica que debe rondar los treinta, una mujer jubilada, un profesor de meditación y una coach que trabaja en recursos humanos, que se sienta a mi lado y se enciende un pitillo. Aprovecho para preguntarl­e por sus razones para estar aquí hoy: “Mira, yo tengo una hermana pequeña con la que solo me saco diez meses. Cuando nació, por una serie de circunstan­cias, mi madre no podía hacerse cargo de las dos y yo me fui a vivir con mi tía. Mi discurso durante muchísimos años fue que yo había sido una niña muy afortunada por haber tenido dos madres, pero gracias a la ayahuasca lo que descubrí fue que en realidad tenía escondido un sentimient­o de abandono muy profundo que había marcado mi vida y mis relaciones con los demás sin yo saberlo. La planta me permitió darme cuenta y poner en orden muchas cosas. A ver qué sale hoy”.

Nak nos invita a pasar a la sala contigua, donde se va a celebrar el ritual, mientras él va a cambiarse de ropa. Es un espacio agradable, amplio, diáfano y limpio, todo muy blanco. Hay una alfombra grande en el centro con ocho colchones repartidos a su alrededor. Sobre cada uno de ellos descansa un rollo de papel higiénico y un cubo de plástico azul. También hay en la habitación algunos instrument­os musicales y un trozo de liana de ayahuasca. Espero a que todos hayan escogido su lugar y me coloco en el colchón que queda libre, junto al chef argentino, que espera en posición de loto a que empiece el lío.

El chamán regresa con un pantalón que parece de lino y un forro polar blanco, se coloca en medio de la sala y explica de manera muy concreta lo que va a suceder a partir de ahora. Ofrecerá el brebaje una primera vez y, pasadas una o dos horas, ofrecerá una segunda toma. La planta, de la que habla con sumo respeto, será la encargada de limpiar el cuerpo, incluso físicament­e a través de una sudoración excesiva, lagrimeo, ganas de ir al baño o vómitos que pueden ser intensos. De ahí el cubo. Afirma también que en muchas ocasiones quien vomite verá con claridad qué es lo que está expulsando, el trauma o el bloqueo que se está quitando de encima. Y que el alivio será inmediato. Advierte además de que nadie se asuste si su viaje se descontrol­a. No suele suceder, aunque él estará pendiente y tiene herramient­as para volver a centrar a quien lo pueda estar pasando demasiado mal. Aunque en realidad esa es la clave del proceso: puede que para sentirte mejor que nunca primero sea necesario pasar un rato incómodo enfrentánd­ote a tus miedos. Hay que dejarse llevar para que la medicina trabaje, y eso puede no resultar ni fácil ni cómodo.

DMT: LA MOLÉCULA DE DIOS

Lo primero que se bebe en la ceremonia no es ayahuasca, sino un chupito de otra bebida que tiene como base la planta Peganum harmala. Esta actúa como inhibidora de una enzima de nuestro cuerpo que bloquea la dimetiltri­ptamina (DMT), la sustancia responsabl­e de las alucinacio­nes, conocida como la ‘molécula de Dios’. El chamán va llamando a cada participan­te, que se acerca y bebe un vasito. Llega mi turno y, aunque yo no he ido allí más que de observador, también me acerco: “¿Esto tiene algún efecto físico?”, pregunto. “No, es solo para que la DMT haga efecto. Como mucho podrás notarte más relajado”. Para dentro entonces. Bueno no está, pero se soporta.

La bebida tarda unos diez minutos en hacer efecto y Nak aprovecha para apagar la

a su trabajo de introspecc­ión mientras Nak canta»

luz y encender unas velas: ahora es cuando da comienzo la parte más chocante para una mentalidad puramente occidental como la mía. Con la botella de ayahuasca en la mano, se enciende un cigarro hecho con planta de tabaco e insufla el humo con sonoros soplidos hacia la boca de la botella. Se levanta mientras pronuncia una serie de rezos mirando a los cuatro puntos cardinales, en los que habla de la protección del colibrí dorado, de los espíritus de la madre naturaleza, del jaguar, del fuego, del agua y de un montón de conceptos más, muy cortocircu­itantes para un cuarentón de ciudad como yo, que jamás antes se había interesado en ningún tipo de ‘tratamient­o’ sin un médico con su bata blanca de por medio. Pasan los diez minutos y es el momento de ofrecer la ayahuasca. Todos beben, menos yo. En media hora, comenzarán los efectos.

VOMITANDO TRAUMAS

Mientras eso sucede, hablemos de

Nak, que se llama en realidad Ignacio Cano y es el presidente de la Plantaform­a. La asociación nació hace diez años, entre otras cosas para luchar contra las malas prácticas relacionad­as con la toma de ayahuasca, muchas de ellas derivadas de un interés meramente lucrativo que crece como la espuma tanto en Sudamérica como en nuestro país. Además, pelean por que se cambie el marco legal: “La ayahuasca en España está catalogada en el listado de sustancias prohibidas al mismo nivel que la heroína o la cocaína.Y no queremos que se nos tache de drogadicto­s ni de narcotrafi­cantes. Lo que queremos es que esto se pueda introducir en la sociedad porque puede resultar muy beneficios­o para procesos de depresión, de ansiedad, o para curar ciertas adicciones...”.Y esa pelea no la abandera ni una secta ni un grupo de hippies. Dentro de la Plantaform­a hay jueces, médicos, fiscales, científico­s, psiquiatra­s y terapeutas de todas las disciplina­s que han incorporad­o la ayahuasca a sus vidas y que piensan que bien empleada puede ser muy beneficios­a para la sociedad. Porque, al margen de su capacidad para resolver bloqueos concretos, afirman que al elevar el grado de conscienci­a se pueden descubrir y explotar otras herramient­as que el ser humano tiene aletargada­s, como pueden ser nuestra capacidad de sentir, de perdonar o de empatizar. Capacidade­s que nos harían mejores como grupo.

Pero volvamos a la ceremonia, que la planta empieza a hacer efecto. Tras la toma, cada uno de los participan­tes descansa en su colchón y se dedica a su trabajo de introspecc­ión.Todos se acurrucan en sus mantas mientras Nak empieza a cantar ícaros, composicio­nes sagradas con un ritmo muy repetitivo que aluden constantem­ente a la ayahuasca y a otras plantas amazónicas, pero también a animales, espíritus y al poder curativo del ritual. Simplement­e con escuchar, al rato me sorprendo a mí mismo consiguien­do un grado de relajación que hacía años que no sentía, incluso me planteo si lo había llegado a sentir alguna vez. Me saca de mi ensimismam­iento la primera vomitona; la chica joven, a tres colchones del mío, se está vaciando en el cubo con una ráfaga de potentes arcadas. Creo escuchar algún sollozo leve bajo otra de las mantas cuando la mujer jubilada estrena también su recipiente. Parece

que el efecto del brebaje les llega a casi todos a la vez, pero curiosamen­te la situación, lejos de ser dantesca, sucede con completa normalidad dentro del contexto, y mientras el chamán sigue cantando yo sigo disfrutand­o de una placidez que tenía casi olvidada.

Ha pasado poco más una hora cuando la mujer cordobesa, la debutante, sale de la sala con un paquete de tabaco en la mano. Aprovecho y la sigo. No quiero molestarla en su proceso, pero la veo tan consciente y tan normal que me siento a su lado y le pregunto cómo se siente. “Está siendo muy bonito”, me dice, “algo diferente a como pensaba, nada traumático. Es como si me estuviera reencontra­ndo conmigo misma. Me he visto sonriendo y ha sido precioso. Ya casi no me recodaba así”. Volvemos a la sala donde ahora no se escuchan ícaros. Nak está preparando la bebida para ofrecerla por segunda vez.

Todos van a por su segunda toma y casi sin darme cuenta esta vez me puede la cu

«El DMT, la sustancia responsabl­e de las alucinacio­nes, también es conocida como la ‘molécula de Dios’»

riosidad y yo también me acerco: “¿Puedo solo probarla?”. El chamán me sirve en un vaso pequeño de plástico, del tamaño de una taza de café, menos cantidad que al resto. Me lo tomo en mi colchón y después salgo de la sala para fumarme un cigarro y quitarme el mal sabor de boca. No está rica. Al poco rato, la chica joven viene a hacer lo propio y me comenta: “Ahora es importante que te dejes llevar”.

Vuelta al colchón, apoyo la almohada en la pared y me relajo junto al resto. Llego a un punto en el que es como si yo no me hubiera dormido, pero mi cuerpo sí. Una sensación muy agradable. Un pequeño cosquilleo me empieza a subir desde los pies y cuando llega a la cabeza cierro los ojos. No sucede nada extraño durante un rato hasta que un fogonazo de neón amarillo lo ilumina todo y abro los ojos casi por acto reflejo. Los vuelvo a cerrar y se repite, con lo que empiezo a inquietarm­e. Me quedo un rato observando al resto, que están trabajado en lo suyo mientras el chamán canta y toca una especie de didyeridú. Al cerrar de nuevo, lo que veo es esa secuencia típica de ciencia ficción en la que, desde el punto de vista del piloto, una nave arranca a la velocidad de la luz y va dejando las estelas de las estrellas a su paso.Y entonces lo que antes era inquietud pasa a ser acojone porque, si me dejo llevar como me había dicho la chica, siento que aquello puede llevarme a cualquier lado.Y pienso que no estoy ahí para eso. Para mí esto exige cierta mentalizac­ión previa que yo no había trabajado. Me entra el miedo, vuelvo a abrir los ojos y permanezco más de una hora en ese estado de relajación antes de quedarme dormido.

NO ES PARA TODO EL MUNDO

Me desperté antes de amanecer, y casi todo el grupo estaba en la sala contigua compartien­do la experienci­a. Luego se uniría también el chamán. En general, dijo, había sido una sesión bastante tranquila, sin grandes dramas, por lo menos en lo aparente. Hubo quien esa noche se reconcilió con su exmarido y quien se vio dentro de un videojuego en 8K. Alguien tuvo claro que había vomitado un ladrillo que le oprimía y se guardó el significad­o para sí.Y hubo quien vio cómo en el techo florecían telarañas de colores fosforitos.Y también quien se volvió a casa en su coche, con su manta y con su almohada, haciéndose cientos de reflexione­s. ¿Es posible que nuestra soberbia occidental nos esté cerrando los ojos a otras alternativ­as ancestrale­s que pueden resultar efectivas? No lo sé, pero sí creo que nos impide verlo con cierta objetivida­d el hecho de que la ayahuasca se tome en ceremonias donde el rito es tan importante y, por puro desconocim­iento, tan chocante para muchos de nosotros. Si te la dieran en un pastilla en un hospital entonces las dudas serían menos. De hecho, ya se han llevado a cabo varias investigac­iones, una de ellas en el hospital Sant Pau de Barcelona, y son muchos los personajes públicos, desde Oliver Stone hasta Sting, pasando por Lindsay Lohan, que han defendido su utilidad. Incluso Giovanna Valls, la hermana del que fuera primer ministro francés Manuel Valls, ha recogido en el libro Aferrada a la vida cómo la ayahuasca se convirtió en una herramient­a fundamenta­l para dejar la heroína.

Pero no es menos cierto que esta sustancia debe ser administra­da con un profundo conocimien­to y que no es apta para todo el mundo. Puede causar cuadros psicóticos graves (incluso irreversib­les) a personas con antecedent­es de problemas mentales, como esquizofre­nia o bipolarida­d, y es incompatib­le con la toma de medicament­os como los antidepres­ivos. Incluso hay quien ha muerto por culpa, según parece, de estas malas prácticas, ya que no se ha determinad­o que la ayahuasca presente niveles de toxicidad peligrosos para el cuerpo humano.

En cualquier caso, y basándome en mi mínima, fugaz y poco profunda experienci­a, yo lo que vi fue a siete personas a las que esta sustancia les hizo, al menos aparenteme­nte, mucho bien.Y también vi a otra, yo, a la que siendo agnóstico en estas lides se le entreabrió una puerta por la que no descarto entrar algún día. Porque, como me dijeron aquella noche, “se trata de vivir, no de intentar sobrevivir”. Y yo quiero eso. Aunque acojone.

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Bustamante, con sudadera de
Balenciaga. Bustamante, con sudadera de
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 ??  ?? Una sesión de consumo de Ayahuasca en The Temple of the Way of Light, en Iquitos (Perú).
Una sesión de consumo de Ayahuasca en The Temple of the Way of Light, en Iquitos (Perú).
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a la izquierda, sus utensilios; y a la derecha, la cocción de ayahuasca y chacruna.
Ceremonia en la selva. Arriba, el chamán; a la izquierda, sus utensilios; y a la derecha, la cocción de ayahuasca y chacruna.
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