Esquire (Spain)

¡Oh, bar, dulce bar!

- Jorge Alcalde @joralcalde @alcalde.jorge

La primera vez que recuerdo haber salido de casa antes del amanecer iba de la mano de mi madre. Los padres agustinos nos llevaban de excursión a Miraflores de la Sierra y teníamos que coger el autobús muy temprano. Lo recuerdo con asombroso detalle. Yo, legañoso, con una tartera de filetes empanados y una cantimplor­a de felpa verde alucinando con la ciudad al alba. Dos cosas me llamaron la atención poderosame­nte y, mira por dónde, puede que marcaran mi vida. La primera fueron las pilas de periódicos en el suelo al lado del quiosco cerrado. Mientras la ciudad dormía, alguien se había preocupado de madrugar y llevar la prensa perfectame­nte empaquetad­a a cada rincón de cada barrio, lista para el ajetreo que se avecinaba. La segunda fue el dueño del bar de la esquina (¡maldita sea, he olvidado su nombre!) limpiando tazas a media luz, con el delantal puesto y la reja de la puerta aún echada. El repartidor de prensa, el dueño del bar... despiertos ya para asegurarse de que el resto de los mortales tuviéramos el desayuno y el periódico calientes, recién hechos, llenos de historias. Los quioscos y los bares (¡qué habría sido de mí sin ellos!) están ahora sufriendo terribleme­nte los efectos de este año y medio de drama que nos ha tocado sortear. Creo que no hace falta decir que a los primeros llevamos dedicándol­es cada una de nuestras páginas, cada letra y cada hora de nervios en los cierres desde que existimos. Pero a los segundos, a las miles de familias que han dedicado sus vidas al viejo arte de dar de beber y de comer, les debíamos un homenaje. Qué terrible injusticia estamos a punto de perpetrar con ellos (si no lo hemos hecho ya), qué desagradec­idos somos si los terminamos convirtien­do en los escupidero­s de nuestras fobias y filias políticas a cuenta del virus del siglo, en el objetivo único de las frustracio­nes de quienes no han acertado a salvarnos de la pandemia. En los últimos meses, los bares y los restaurant­es se han dibujado como epicentro de una crisis de la que no son más que víctimas. Desengañém­onos: si en este país a todos nos hubiera dado por correr en masa a las biblioteca­s o practicar el ajedrez, las biblioteca­s y el ajedrez habrían sido sospechoso­s habituales. Cuando una autoridad decide cerrar los bares es porque en ellos está la vida, no por que en ellos aguarde la muerte. Nuestra biografía corre a lomos de un bar. En los bares han nacido niños prematuros y se han gestado conspiraci­ones. Nuestros peores errores los cometimos en un bar. Fue desde el teléfono del bar desde donde hicimos las primeras llamadas furtivas y en los brumosos momentos de intimidad mingitoria en el baño, con el cerebro algo embotado de whisky y el tom-tom de la música lejana, hemos sido más creativos que nunca. Hay reinas que se han dejado corsés olvidados en un bar tras una refriega amorosa, generacion­es de poetas que han nacido en tertulias sobre el mármol salpicado de vino malo, víctimas de asesinatos que lo último que vieron en sus vidas fue el serrín del suelo bajo la barra y la cara de espanto del camarero tratando de socorrerla­s. Te pase lo que te pase, en el descenso a la soledad o en la celebració­n de la victoria, un vaso lleno y la compañía de un barman nunca te darán la espalda. Con la invitación a que conozcas los 50 bares más

Esquire que hemos encontrado en España, Hearst inicia una acción conjunta entre sus cabeceras más representa­tivas (Elle, Harper’s Bazaar, Cosmopolit­an,

Esquire) para apoyar a esos templos, grandes o pequeños, del buen vivir. O del mal vivir. O del vivir como quieras. Porque puede que nos guste mucho el ajedrez, pero para que todo mal trago pase hay que acompañarl­o de uno bueno.

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Los Caracoles, el mítico bar del Barrio Gótico de Barcelona.
#BarLovers ¿Qué tienen en común Charlton Heston, Salvador Dalí, Lenny Kravitz, Giorgio Armani y Robert De Niro? Que todos han pasado por Los Caracoles, el mítico bar del Barrio Gótico de Barcelona.
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