A punto de dar el salto
Visitamos a Rafa Macarrón semanas antes de convertirse en uno de los mejores pintores del panorama internacional. Ya lo era, pero no lo supimos hasta que empezó a codearse con Bill Viola, KAWS o Keith Haring. La Nave Salinas de Ibiza es su trampolín
Rafa (Madrid, 1981) era artista desde niño, pero no lo sabía. Cuando creció se hizo ciclista profesional. Seguía pintando compulsivamente todo lo que pillaba, pero dedicaba su tiempo a la bici. Hasta que a los 25 alguien le dijo que debía estudiar Bellas Artes. En los 15 años que han pasado desde entonces ha creado un universo de personajes deformados y tiernos que parece que se asoman desde un cómic, pero que podrían haber sido hijos de Picasso. O de Dalí. O de Dubuffet. Unos seres que a veces se asoman en soledad a un cuadro de cinco metros de alto como el que ves en la imagen, pero que otras veces se arremolinan por docenas en un lienzo también gigante que representa una playa mediterránea. Y entonces te recuerdan a las escenas de El Bosco.
Le visitamos unas semanas antes de convertirse en uno de los favoritos de los coleccionistas internacionales y de que su caché alcance las cifras de los grandes. Es el primer español que consigue exponer en La Nave Salinas de Ibiza, una sala que dura lo que dura el verano e invita cada año a un artista de primera fila a colonizarla con sus obras. Bill Viola, KAWS o Keith Haring han vivido ya esa aventura de trasladar sus gigantescas obras a esta nave de piedra frente al mar. La ocasión lo merece: Ibiza es en verano el epicentro de los negocios del mundo entero y esta fundación es uno de los grandes trampolines del arte internacional. ESQUIRE: Te consideras un grafitero, pero vienes de una saga de artistas. Tu tío abuelo fue retratista de la monarquía y la aristocracia de los años 80. RAFA MACARRÓN: Mi bisabuelo fundó la Casa Macarrón, una tienda de bellas artes y espacio de exposiciones donde se reunían grandes como Zuloaga, Picasso, Dalí... Él se encargó de organizar sus primeras exposiciones fuera de España, en NuevaYork, en la Bienal de Venecia...
ESQ: Tus personajes tienen alma y por eso quizás muchos fans, sobre todo entre los millonarios jóvenes de Asia.
RM: Sí. Son ellos quienes están marcando las tendencias del mercado en estos momentos. Mis cuadros hablan de los pequeños placeres. Intento recuperar el asombro, ese momento que despierta tu sensibilidad y te centra en un amanecer o un atardecer, en el olor del agua de piscina en tu piel de niño o en el del césped recién cortado.
ESQ: Eres un trabajador incansable y muy perfeccionista. Creo que dibujas hasta diez horas al día.
RM: Sí. Siempre he sido un dibujante compulsivo, aunque posteriormente estudié el espacio, el color, las técnicas... No soy capaz, si tengo un rotulador en la mano, de no pintar.
ESQ: ¿Eras de esos de clase que llenaban los libros, las puertas del baño y el pupitre de dibujos?
RM: Uf... y el cuaderno, la carpeta, el listín telefónico de mi casa, la mochila, el pupitre, la camiseta... Números, letras, caras... Tengo pintada toda mi ropa, las gafas, y hasta el coche. Es mi rutina de trabajo: hago igual 50 dibujos cada día. Ese automatismo es lo que consigue que cuando pinto un cuadro de gran formato el resultado sea muy fresco. De hecho, intento que no haya ni siquiera un boceto previo.Tiene que salir solo, en ese estado de flow que te enajena del exterior y te hace perder el sentido del tiempo.