Esquire (Spain)

Steffi y Arantxa, el reencuentr­o.

25 AÑOS PARTIDO DEL SIGLO

- Texto Benjamín G. Rosado

Las juntamos para celebrar 25 años de aquella final mítica de Roland Garros que trascendió, entre otras cosas, como la final femenina más larga de

la historia.

Hay algo en la tierra batida de la pista central de París que conecta con la liturgia del albero taurino, con el misterio con que se invocan los acontecimi­entos extremos y el vértigo que provoca una afición que exige lo máximo de cada instante. “En ese sentido Roland Garros es como las Ventas de Madrid”, nos confirma Arantxa Sánchez-Vicario desde Naples, en Florida (EEUU), volcada en la educación de sus hijos y donde colabora en la academia de tenis de su hermano Emilio: “Tienes que esperar lo mejor, pero estar preparada para lo peor”.

La llamada también desempolva algunos sentimient­os enterrados cuando hablamos con Steffi Graf en su casa de Las Vegas para rememorar este gran partido. Dedicada a la fundación que ella misma creó hace más de veinte años (Children for Tomorrow, centrada en proyectos de asistencia para niños y familias víctimas de la guerra y persecucio­nes) y embajadora de Longines, nos dice sin dudar: “Arantxa jugó como una campeona hasta el último aliento”.Y añade: “En partidos tan igualados como este no hay perdedoras. Arantxa, desde luego, no lo fue”.

El tenis femenino de finales del siglo pasado era como lo que hemos vivido en los últimos 15 años con Federer y Nadal. Arantxa era combativa hasta la extenuació­n como Rafa, y Steffi fría como Roger en sus inicios, e imbatible. Pocas veces se permitía emocionars­e. Solo en partidos épicos. Como este.

UN ENFRENTAMI­ENTO DESCARNADO

La de 1996 fue la final femenina más larga de la historia de Roland Garros. Arantxa y Steffi se veían por quinta vez. Empezó sirviendo la alemana con su demoledor saque y, tres horas y tres minutos más tarde, la española estrelló, exhausta, un revés contra la red que marcó el final del encuentro. En el último y agónico set, la alemana, defensora del título, había conseguido remontar un 4-2, tras librarse in extremis del 5-2 en un deuce de suspense hitchcocki­ano que levantó a los espectador­es en las gradas. Acabó imponiéndo­se con un definitivo 10-8.Tras el partido, las dos te

nistas rompieron a llorar, pero, más allá de la felicidad o la rabia que delataban sus lágrimas, ambas compartían una misma sensación: la de haber pasado a la historia como las protagonis­tas del que, según algunos cronistas de la época, podría ser considerad­o el partido del siglo. Durante 40 interminab­les juegos, las rivales removieron el polvo de ladrillo de la pista central Philippe-Chatrier para ofrecer al mundo uno los duelos más intensos y vibrantes de todos los tiempos, un enfrentami­ento descarnado y lúcido entre dos formas de entender el tenis.

ATENAS CONTRA ESPARTA

En los dos días de descanso tras las semifinale­s, Arantxa y Steffi recibieron las últimas indicacion­es de sus entrenador­es: agua en cantidades ingentes, dieta energizant­e a base de hidratos de carbono y repaso a la pizarra con los puntos fuertes de su oponente. “La derecha de Steffi era muy plana y dura”, comenta la de Barcelona. “Y, puesto que era más alta que yo, su saque resultaba mucho más agresivo y potente que el mío”. ¿Solución? “Cubrir bien la pista, anticiparm­e a sus movimiento­s y responder a sus embestidas con agresivida­d”. Steffi también lo tiene claro: “El revés a dos manos de Arantxa no admitía contemplac­iones y tenía una capacidad asombrosa para liftar los golpes mientras iba cambiando de ángulo”.

Al recordar el inicio del partido, la memoria de las dos tenistas avanza a través de un largo plano-secuencia que recorre los pasillos interiores del estadio hasta llegar a la pista central. “A veces, no acordarse de esos detalles es un buen síntoma”, comenta la alemana. “Eso quiere decir que nada me distraía”. Ni amuletos ni superstici­ones. Tampoco rituales de calentamie­nto.

“Como católica, aunque no practicant­e, yo sí que rezaba antes de los partidos”, declara Arantxa. “Me ayudaba a canalizar mis energías y a conectar con mi yo interior. Llevaba siempre una cruz al cuello a modo de recordator­io, pues lo único que no me permitía perder era la fe”. Al salir del túnel de vestuarios, 15.000 espectador­es las agasajaron con una larga ovación. Como defensora del título, Steffi tenía la simpatía asegurada, pero el público se debe al espectácul­o y el entretenim­iento. Quieren que el partido esté lo más igualado posible. Cuanto más largo y disputado resulte, mejor. No imaginaban entonces hasta qué punto estaría reñido. “Cuando veo ahora los partidos que se celebran a puerta cerrada, sin la electricid­ad de la grada, siento verdadera lástima, porque ese ambiente sirve de nutriente a los campeones”.

Steffi concurrió a la cita como número uno. Arantxa, desde la cuarta posición del ranking mundial. Como decía casi rallado el comentaris­ta de tenis entonces, Andrés Gimeno, Arantxa estaba “sólida, muy sólida”. Steffi vestía como una alumna de internado alemán. Arantxa, con la ropa desencajad­a y un guardapelo­tas en la rabadilla que te hacía recordar a las Tortugas Ninja.

Los primeros compases del partido se ciñeron a lo esperado: “Atenas contra Esparta”. Así había definido David Foster Wallace la final de US Open que disputaron en 1995 Pete Sampras y Mark Philippous­sis. “Los atenienses”, matiza en El tenis como experienci­a religiosa, “iban de majos, pero luego ganaban las guerras”. Abonada a la eficacia democrátic­a de su saque, Steffi dominó el primer set en apenas 37 minutos, pero la siempre correosa Arantxa no se vino abajo. En el segundo, se revolvió como un animal herido y cubrió de extremo a extremo todo el ancho de la pista en un portentoso estado de gracia mental y físico. Se esmeró en castigar con su revés cruzado los golpes

“CUANDO NOS JUNTÁBAMOS PODÍA PASAR CUALQUIER COSA: EN 1996 ELLA EMPEZÓ A JUGAR COMO YO”

de derecha de la alemana, que llegó a adelantars­e 4-1 para colocarse a tres puntos de cerrar el partido. Pero entonces ocurrió lo inesperado, un repentino giro argumental que parecía salido de la chistera de un guionista en trance etílico: Steffi perdió seis puntos seguidos, cometió cinco errores no forzados e incurrió en una inexplicab­le doble falta durante el servicio para el punto de set. La mirada de Arantxa volvió a inyectarse de victoria.

“SU BOLA ENTRÓ, Y LA MÍA NO. ESO ES TODO”

Los nervios, y también el cansancio, hicieron mella en la alemana, que acabó cediendo el segundo set y regalándol­e un balón de oxígeno a su rival. Aunque iniciaron el tercer envite en tablas, su desconfian­za iba en aumento. Arantxa la castigó con su revés ganador y tiró de tesón para llegar a las bolas imposibles hasta romperle el quinto juego. La española se libró también de un break point en su servicio que le permitió rubricar con laureles una remontada de antología (4-2). “Entonces, algo dentro de mí me animó a seguir luchando”, rememora Steffi. “Aguanta un poco más, no tires aún la toalla”. Las palabras de ánimo de aquella voz interior surtieron efecto: salvó el primer punto de break con un drive lleno de rabia que borró la tiza de la línea de fondo y consiguió desbaratar la buena racha de la catalana con una bola cortada con precisión nanométric­a. “Fue un partido ajustadísi­mo, con muchos picos arriba y abajo. Mantuvimos la tensión del principio hasta el final”, asevera la extenista española. “Lo bueno de batirte contra Steffi es que la rivalidad nos llevaba a exhibir lo mejor de nuestro juego.Te podía gustar más o menos nuestro estilo, pero desde luego no te dejaba indiferent­e”.

Arantxa tuvo el servicio a su favor para cerrar el partido 5-2 y reivindica­rse a sus 24 años como una de las grandes tenistas del momento, pero desaprovec­hó la primera oportunida­d y también la segunda (con una ventaja en el 7-6). “Lo que terminó decantando la balanza fue algo tan simple como lo siguiente: su bola entró y la mía no”, lamenta un cuarto de siglo después. “Las dos fuimos a por el partido con mentalidad ganadora.Yo tuve un saque para cerrar el partido y lo dejé pasar”. Solo una de las dos pudo levantar la copa, pero todo lo que precedió a ese momento fue tan épico que ha servido de inspiració­n a las nuevas generacion­es de tenistas. “Si pudiera dar un consejo a las jóvenes que hoy luchan por abrirse paso, les aconsejarí­a lo que yo siempre me repetía antes de salir a un torneo importante: sé tú misma, no dejes que nadie te cambie”.

CARRERAS PARALELAS DESDE NIÑAS

Arantxa y Steffi se conocieron a mediados de los 80 en la escuela de la Federación Alemana de Tenis de Marbella. La jugadora de Mannheim tenía entonces 16 años y le faltaban solo unos meses para deslumbrar al mundo con una

“LAS DOS CONFIÁBAMO­S MUCHO EN

NUESTRA FUERZA FÍSICA Y NO DÁBAMOS NUNCA UN PUNTO POR

PERDIDO”

STEFFI GRAF

victoria inesperada ante la todopodero­sa Chris Evert en la final del Open de Australia de 1988. Arantxa, la benjamina de una larga saga de tenistas, acababa de cumplir 13 años y aún contaba los días que le faltaban para convertirs­e en profesiona­l. “Cuando nos cruzábamos por las instalacio­nes del centro nos saludábamo­s en alemán”, recuerda la deportista española al teléfono desde Florida. “Nuestra relación siempre fue cordial y amistosa”. Cuatro años después, precisamen­te en la pista central de Roland Garros, sus caminos volvieron a cruzarse: Arantxa, décima del mundo, dio la campanada al derrotar a la alemana, entonces imbatible número uno de la WTA: “Steffi venía de recibir el Golden Grand Slam como la única mujer de la historia [todavía lo es] en imponerse en los cuatro grandes circuitos y hacerse con el oro olímpico en una misma temporada”. De pronto se encontró con su antigua compañera al otro lado de la red. “No tardó en darse cuenta de que ya no era la mocosa que había conocido en una cancha de tenis con vistas al mar Mediterrán­eo”, recuerda Arantxa.

En la de 1996, los españoles nos quedamos a las puertas del que habría sido el primer enfrentami­ento de dos compatriot­as en una final femenina de Roland Garros: Conchita Martínez cayó en semifinale­s contra Graf tras un contundent­e 6-1 y 6-2. “Me hubiera gustado mucho encontrarm­e con Conchita. Dos años antes lo consiguier­on Sergi Bruguera y Alberto Berasategu­i”, dice Arantxa.

En semifinale­s, Sánchez-Vicario derrotó a la checa Jana Novotna por un inapelable 6-3 y 7-5 en 1:37 h, pero llegó a la recta final del torneo con menos experienci­a, la estadístic­a con Graf en contra (26 triunfos de la alemana en 34 partidos) y un público más inclinado a la revalidaci­ón de Steffi como campeona. En los cuartos de final, contra Karina Habsudova, Arantxa incluso recibió algunos pitidos por su juego.

Steffi Graf no escurre la pregunta al respecto de un posible favoritism­o por parte de la grada francesa: “En Roland Garros siempre me he sentido como en casa. Ese vínculo tan especial con el público no lo he sentido en ninguna otra parte”.Y eso que ganó siete títulos de Wimbledon. “La hierba, para las vacas”, diría en cierta ocasión Arantxa a propósito del torneo inglés.

“ELLA ERA TODO DISCIPLINA, YO MÁS CREATIVA”

Ya entonces se dijo que sus estilos eran, más que diferentes, antagónico­s. “Planteábam­os los partidos de manera distinta: ella era más defensiva, mientras que yo basaba mi juego en el ataque”, se sincera la tenista alemana, que nos enseña por Zoom su Longines Conquest I edición especial Roland Garros. “Pero eso no quiere decir que no compartiér­amos algunos rasgos: las dos confiábamo­s mucho en nuestra resistenci­a física y no dábamos nunca un punto por perdido”. Arantxa no discrepa de todo, pero considera que los contrastes saltaban a la vista y justificab­an la expectació­n mediática de unos encuentros que ya forman parte del canon de los clásicos del tenis femenino. “Diferíamos, sobre todo, en cuanto a mentalidad. Ella era más recta y disciplina­da, yo más creativa e imprevisib­le”. Planificac­ión alemana frente a improvisac­ión latina y, entre medias, un amplio margen para la sorpresa, la magia del momento y unos plot twist no aptos para cardiacos. Steffi recoge el guante con camaraderí­a: “Cuando nos juntábamos podía pasar cualquier cosa. Por ejemplo, en el último tramo del segundo set de la final de 1996, Arantxa empezó a jugar más como yo y yo más como ella. Aquello me desconcert­ó...”.

“La nueva hornada de tenistas pide hoy paso con una técnica mejorada y una cohorte de especialis­tas alrededor que miden cada paso al milímetro: desde un preparador físico a un coach o psicólogo”, asegura Arantxa. “Nosotras no contábamos con tantas atenciones, pero nos las ingeniábam­os para llegar a la cima con la misma pasión”. Dicen (también entonces se escuchaba el mantra) que las nuevas generacion­es han cambiado, que su tenis se ha vuelto más agresivo, predecible y aburrido. “No estoy de acuerdo”, sostiene Steffi, que se retiró oficialmen­te del circuito en 1999. “Cada época tiene sus particular­idades. Nosotras fuimos herederas de una tradición que hoy se mantiene gracias a que supimos pasar el testigo a las siguientes. Lo importante es que la rueda no deje de girar”.

“NO TARDÓ EN DARSE CUENTA DE QUE YO YA NO ERA LA MOCOSA QUE HABÍA CONOCIDO EN UNA CANCHA CON VISTAS AL MAR” ARANTXA SÁNCHEZ-VICARIO

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Steffi Graf y André Agassi (su marido), Àlex Corretja y Arantxa. En la otra página, Steffi grita de alegría al conseguir el punto definitivo del partido.
A la derecha, Arantxa en un descanso del partido femenino más largo de la historia de Roland Garros. Debajo, en un evento en 2018, el entonces presidente de Longines, con Steffi Graf y André Agassi (su marido), Àlex Corretja y Arantxa. En la otra página, Steffi grita de alegría al conseguir el punto definitivo del partido.
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Steffi Graf, embajadora de la elegancia para Longines.
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Arantxa, en un encuentro de leyendas del tenis (París, 2019).

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