Esquire (Spain)

La doble cara del ‘sharenting’

¿Cuáles son las consecuenc­ias de la sobreexpos­ición de los menores en redes sociales, cuando no son ellos, sino sus padres, los que ‘cuelgan’ su vida?

- POR PABLO RIVERO

Mi primer post en Instagram fue en enero de 2014. Conforme fui ganando seguidores, sentía una responsabi­lidad mayor y lo que empezó como algo divertido se convirtió en una labor tediosa. Mi cabeza cortocircu­itaba a la hora de decidir si publicar algo o no porque sentía que aquel escaparate era un caramelo envenenado. Las redes sociales aparenteme­nte te acercan a la gente, pero con ello se pierde el tan preciado misterio que cada vez brilla más por su ausencia. Una de las veces en las que daba vueltas a si una fotografía era demasiado personal o no, me vi desde fuera y detecté cierta esclavitud que justifiqué como parte de mi trabajo. Entonces pensé en los millones de personas que se desviven por mantener vivos sus perfiles, sin el escaparate que yo tengo y sin que repercuta en sus profesione­s. Era obvio que tendrían que dedicarle mucho más tiempo y energía y me pregunté a qué renunciarí­an o qué serían capaces de hacer para acaparar likes y sumar seguidores. Pero lo que me preocupó no fue eso, sino pensar en que si los adultos estábamos tan enganchado­s y le dábamos esa importanci­a, ¿qué iba a ser de los chavales?

Seguí observando atentament­e cómo ese mundo paralelo, que construimo­s virtualmen­te, iba conquistan­do la realidad y cómo nuestros adolescent­es, sobre todo, cada vez estaban más atrapados en él. En Las niñas que soñaban con ser vistas, mi tercera novela, quise reflejar todos estos miedos y hablar sobre las niñas que sueñan con acaparar seguidores para que las marcas inviertan en ellas –porque ese es el modelo de éxito que les estamos inculcando– pero sin darse cuenta de que su perfil se ha convertido en un catálogo en el que el producto no es lo que creen que anuncian, sino ellas mismas.

Durante la promoción observé lo bien que el tema era recibido por los periodista­s, fueran padres o no, deseosos de hablar de un asunto tan candente y al que no se le da la importanci­a que tiene. Cada vez se naturaliza más mostrarnos, tanto a nosotros mismos como a nuestras familias, sin pudores, sin censura, pero con miles de filtros que ayudan a construir una imagen irreal de nosotros y que crea unas expectativ­as falsas que muchas veces derivan en frustració­n. Las redes sociales están llenas de fotografía­s de menores, pero ni mucho menos son todos adolescent­es; también hay niños y, sobre todo, bebés. Puse mi atención en esto y descubrí un término que hasta el momento me era desconocid­o: sharenting. El vocablo procede de combinar la palabra share (‘compartir’, en inglés) y parenting (‘crianza’). Consiste en publicar cualquier tipo de informació­n de los hijos e hijas en redes sociales: fotografía­s, vídeos, datos personales, etc., y normalment­e va unido a una consecuenc­ia negativa: la sobreexpos­ición, entendiend­o por ello el hecho de ir documentan­do y compartien­do de manera constante y abusiva la evolución del niño por parte de los padres. El dilema radica en determinar cuánto es mucho o poco. Por eso es importante prestar atención a la cantidad y la asiduidad con la que se hace. Según una encuesta que se realizó en 2019 en varios países, entre ellos España, el 23% de los niños aparecían en las redes incluso antes de nacer, con instantáne­as de las ecografías. Otro dato es que

se expone al 81% de los bebés con menos de seis meses de edad. También señalaba que en ocasiones las fotografía­s de sus hijos no se publicaban desde sus cuentas personales, sino desde una propia creada para ellos.

La vida de los niños queda retratada y, por tanto, se está construyen­do una imagen de ellos mediante una selección previa, sobre la que no deciden. Casi nunca se pide su consentimi­ento y esto vulnera su derecho a la intimidad. Todos tendemos a encasillar a las personas y meterlas en un determinad­o grupo: por su sexualidad, sus ideas políticas, su clase social, su físico, etc., y estos niños estarán etiquetado­s antes de poder darse cuenta de ello. Se está dejando una huella digital que les puede afectar en el futuro. Además se crea una expectativ­a irreal y las consecuenc­ias son claras: frustració­n, problemas psicológic­os e incluso conductas adictivas. ¿Qué ocurre si lo que para un padre es algo tierno y divertido para el resto de los compañeros resulta algo ridículo con lo que cebarse? Imaginad a los adolescent­es –que de cualquier detalle o anécdota sacan un apodo que te persigue de por vida– cuando acceden a las imágenes de uno más débil. El sharenting facilita el ciberacoso o ciberbully­ing. Pero no es solo este el problema: también hay que añadir el enganche y la superficia­lidad con la que los jóvenes se acostumbra­n a vivir. Además, debemos ser consciente­s de toda la informació­n y datos que muchas veces proporcion­amos. Sin darnos cuenta dejamos un rastro para los ciberdelin­cuentes que pueden adquirir una identidad falsa y campar a sus anchas: les decimos dónde vivimos, quiénes son nuestros amigos, a qué colegio van nuestros hijos, dónde veraneamos e infinidad de detalles más. Pero lo que es más grave aún: según el Comisionad­o Australian­o de Cibersegur­idad del Niño, la mitad de las fotografía­s que encuentran en círculos pedófilos han sido extraídas de las redes sociales de padres que comparten fotos de sus hijos. No pretendo hacer ningún alegato en contra de estas, pero como padre y escritor de novela negra es algo que me inquieta y me aterra. En La cría, mi cuarta novela, me centro en la desaparici­ón del niño más famoso de España, con más de un millón de seguidores, y enfrento a dos mujeres muy diferentes que han criado a sus hijos frente a las redes sociales desde lados opuestos: una teniente de la Guardia Civil que mantiene a su hijo completame­nte al margen y la madre del niño, una influencer obsesionad­a con la fama de su hijo y su hija adolescent­e. Un duelo que plantea el interrogan­te que aquí expongo: cuál de las dos opciones es la correcta y cuál la más peligrosa, porque, por desgracia, nunca hay que olvidar que no sabemos quién puede estar viendo nuestras redes sociales ni la intención con la que lo hace.

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Portada del nuevo libro de Pablo Rivero, que aborda el espinoso asunto de la exposición de los menores en redes sociales.

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