Arturo Pérez-Reverte
Un caballero andante, un espadachín, un gladiador, un guerrillero y un pirata bravucón. “Básicamente, soy un tipo que juega desde niño”
¿Y lo que más detesto? La estupidez humana, ´Leer, navegar y escribir, por ese orden, es lo que más me gusta hacer en esta vida. incluida la propia, porque yo también soy estúpido muy a menudo. Cuando era joven pensaba que era la maldad lo que más asco me daba, pero ahora sé que es la estupidez. Es más peligroso un estúpido que un malvado. Juntas a un malo y a mil tontos y tienes 1.001 malvados.
Tengo historias que contar y las cuento. Y soy prolífico porque soy disciplinado. Para
´Soy un escritor feliz. No tengo angustias creativas.
mí la escritura es un trabajo, no es un arte: a mí no me llegan las musas. Por la mañana me levanto a las ocho y trabajo ocho horas, aunque no tenga gana. Pero reconozco que me hace inmensamente feliz. Durante el año que más o menos tardo en escribir una novela, me documento, leo, viajo, como y observo todo ese mundo que voy a retratar. Y cuando termino, busco otra historia que llene el vacío de ese punto final.
¿En qué invierto lo que gano? No voy a hablar de dinero. Si lo hiciera, mi padre se levantaría de su tumba. En mi casa nunca se ha
´
hablado de dinero. Estaba prohibido y mantengo esa buena costumbre. Solo diré que mi primer sueldo fue de 28.000 pesetas en el diario
Pueblo . Como era soltero y entonces tenía una vida disoluta, seguro que me lo gasté en una buena juerga con amigos y amigas.
Revolución, mi nueva novela, es un homenaje a México. Se lo debía por varias razones. Una es que mantengo una relación muy estrecha
´ con el país – La Reina del Sur es una novela muy importante para mí– y otra muy íntima y familiar es que la trama arranca en mi infancia. Uno de mis bisabuelos paternos, ingeniero de minas que dirigía unas explotaciones primero en Linares y luego en La Unión y en Cartagena, tenía un amigo, compañero en la Escuela de Minas, que fue a trabajar a México en esa época. Desde allí le escribía cartas a mi bisabuelo contándole que habían llegado Pancho Villa y Zapata, y todo lo que allí veía. Esas cartas siempre estuvieron en casa, mi abuela me hablaba mucho de ello y se quedó en mi cabeza. Y así es como el protagonista de Revolución, Martín Garret Ortiz, también es un joven ingeniero de minas español.
haters. Para mí las redes sociales tienen tres funciones: son un medio de comunicación ´Ni me gusta ni me entretiene provocar a mis muy potente con mis lectores [en Twitter tiene 2,4 millones de seguidores]; dos, me permite observar los procesos y aprender lo que no sé o lo que creía saber, pero nunca debato. Yo planteo un tema y me retiro. Alguna vez he entrado al trapo, pero pocas. Y tres, son una válvula de desahogo ante la estupidez, la violencia o mi propio mal humor. Si algo me amarga, una patada al hormiguero me alivia.
No hay nada más peligroso ´Cuando un hombre se acerca a una mujer y la mira de verdad, se queda fascinado y a veces aterrado. que una mujer herida o dispuesta a pelear por lo que cree u odia. Las mujeres son más valientes, más inteligentes, más decididas. Cuando toman una decisión, su consecuencia es asombrosamente coherente. Tengo una teoría: la mujer ha pasado tantos siglos callada y observando, mientras el hombre salía a cazar mamuts, a hacer la guerra o al fútbol, y ellas en casa pariendo hijos para la guerra, siendo motín del vencedor o moneda de cambio, que ha ido adquiriendo unos conocimientos sobre el hombre y la vida de los que el hombre carece. Lo llevan en su código genético. Yo he aprendido más de las mujeres que de los hombres. Y de tanto mirarlas, sobre todo cuando uno es joven, descubrí su superioridad intelectual y moral. No hay más que comparar a un niño y a una niña de la misma edad para darse cuenta. Por eso en mis novelas siempre hay mujeres fuertes, listas y valientes. En Revolución también.
Se lo escuché decir a uno de sus muchos ´“Era un hombre honrado y un caballero”, es lo que se dijo de mi padre en su entierro. amigos que nos acompañaron ese día, justo en el momento en que estaban bajando el féretro al foso de la tumba familiar. Me pareció un epitafio extraordinario... Mi padre era un hombre tranquilo, elegante, silencioso, que trabajaba en una empresa de petróleos. Me gustaba mucho su forma de ser. Físicamente me parezco a él, y más con los años. Y en carácter también, aunque era menos nómada que yo.
Tiene historia, tiene mar, tiene latín, tiene aroma, tiene mi infancia… Si uno bucea ´Mi palabra favorita del diccionario es ‘ultramarinos’. en ella, da para leer, para viajar, para mirar, para recordar… Es una palabra fascinante. Aún recuerdo de niño una tienda cuyo nombre era Ultramarinos y Coloniales. Si cierro los ojos incluso puedo olerla.
Yo era buen periodista. En el ´Me he dicho a mí mismo “de esta no salgo” muchas veces... ¿Cuántas? No sé, cien o ciento y pico. mundo en el que me movía [fue reportero de guerra desde 1973 a 1994] había que serlo para sobrevivir. Había trucos nobles para ejercer el oficio, pero lo que nunca me falló fue entender e interiorizar los códigos de mi interlocutor: observar, aprender y apelar con humildad: “Si me matas, te comprendo. Pero si no lo haces, te estarás portando como un hombre de honor”. Todo ser humano quiere sentirse en algún momento caballeroso, digno, leal, noble… hasta los infames. Y no es hipocresía, ojo, porque si finges lo notan. El error del occidental es funcionar con sus propios códigos. Esto que aprendí en la guerra, y otras muchas cosas más, se lo presto al personaje de Revolución.
´Yo era buen periodista. En el mundo en el que me movía había que serlo para sobrevivir”