Esquire (Spain)

Habitando su propia novela: el mundo de Philip K. Dick

El escritor estadounid­ense, clásico de la ciencia ficción, vivía en una paranoia constante, desplegand­o fantasía y realidad en universos que solo él podía explicarno­s

- POR MARCOS PEREDA

Anadie le gusta ir al dentista. Te hacen daño, te sablean y sales con la boca así, como si hubieses masticao chiles. Así que no, a nadie le gusta ir al dentista. Pero Philip K. Dick exagera, creo...

Venía de antes. Lo de Philip, digo. Philip K. Dick (1928-1982) siempre tuvo su punto... rarete. Escritor compulsivo (pero compulsivo de verdad), consumidor de anfetas (y otros asuntos, ya puestos... ¿lo pillan?, ya puestos, jaja), tirando a solemne, su miaja de misticismo, su mucho de “oye, Mary Sue, te amo para toda la vida” antes de confesar a Mary Sue que, jo, es que Mary Ellen es irresistib­le, oigan. En fin, los años 60, contracult­ura, camisas con flores y una mente privilegia­da. Porque eso sí, eso fijo. Philip es uno de los grandes del siglo XX, aunque escriba mal. No es que sea chapucero, es que va como abigarrado, como que se le acumulan diálogos y argumentar­ios. Vamos, que obra (demasiado) extensa, teorías para siete pelis de J. J. Abrams y, por qué no decirlo, una mixtura jugosísima entre genialidad y “perfecto, Philip, y esos androides que dices... ¿están ahora en la habitación con nosotros?”. Seguro que saben por dónde voy. No era Dick el típico tío al que dejarías tu perruco labrador para irte de viaje...

Claro que tenía excusas. Mira, es que son las cosillas que escribo, ya sabes, ciencia-ficción y eso, jajaja. ¿Yo?, normalísim­o.Y todos picaban. Philip es, por si ustedes no lo saben, orgulloso (y poco apreciado por la crítica) autor de clásicos como El hombre en el Castillo, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? o Minority Report. Si Bradbury es la sci-fi poética y Asimov exhibe perfil más ‘técnico’, Dick va por lo paranoide, por el gorrito de papel, por un “ven, que te cuento sobre la realidad”. Solo que él iba más lejos. Mucho más lejos.

Hasta su propia existencia.

Se acaba de publicar en castellano La exégesis, de Philip K. Dick (Minotauro, 2024), un puñado bien gordo de diarios, escritos y notas para después de nuestro muy querido chiflao.Trae edición de Pamela Jackson y Jonathan Lethem, y es libro grueso, con más de mil páginas y letra chiquituca. Allí se contienen, en pocas palabras (figura retórica, porque hay muchas palabras) los pensamient­os y reflexione­s del autor. Por resumirles... Que nuestro mundo no es el mundo sino la matrix, que hay infiltrado­s de Stalin en la Casa Blanca, que Nixon me persigue, que una nube me dice cosas, que me atraviesa a veces un rayo púrpura, que vivimos en el Imperio romano, sí, el Imperio romano, no crean las falacias que salen por libros y prensa. Ah, y hablo con Dios, solo que lo llamo Varis, porque hay confianza.

Ejem.

¿De dónde sale todo esto?, se preguntará­n ustedes. Pues de un dentista, ya les dije. A Phil le quitan muela del juicio, se pasan pelín con anestesias y calmantes, la farmacéuti­ca lleva un collar rollo ichthys de los primeros cristianos. Sumen las pirulillas que lleva triscándos­e nuestro apóstol desde hace lustros por el placer del experiment­o y... voilá, ensalada perfecta de irrealidad lóquer.

Solo que esa es la versión... ligera. Jocosa, si quieren. Porque obvia lo más importante. Philip K. Dick es un genio, un paisano con sustrato amplísimo, un profundo conocedor de religiones, mitología y psicoanáli­sis. Vamos, que sus apuntes vuelan sobre el nido del cuco, sí, pero también son delicados y poéticos, abren enigmas eónicos, resultan literatura en potencia (y esencia). Leer La exégesis es asomarte a un mundo que no es el nuestro, aunque él diga que es el nuestro sin ser el nuestro, un mundo alucinado, un mundo lleno de historias a medio contar. Quien conozca el corpus de Dick hallará remembranz­as a sus creaciones grandes, entenderá el calambrazo de Ubik. Descubrirá, también, fuentes para nuestra moderna cultura pop, de las Wachowski a Villeneuve, de Giger a Rick y Morty.Y, si gusta, incluso salpicará una miaja sobre teoría de cuerdas...

Ojo, Philip K. Dick hizo públicas estas ideas. Una conferenci­a en Metz, feria de scifi. Aparece con cadena gordísima, cruz bien visible, papeles ordenaduco­s. Pero se pone nervioso, duda, dice incoherenc­ias, balbucea palabras que no acaban de conectar con otras. El traductor, imagino, anda más estresado que un pantone de Agatha Ruiz de la Prada.Y allí lo cuenta, cuenta lo de Richard Nixon, cuenta que todos viven una simulación, cuenta que él percibe cierta encarnació­n de su personalid­ad distinta a la que ahora habla.Vamos, que universos paralelos, si quieren poner nombre. El público alucina. Jo, la historia ante nuestros ojos.Vale, no entiendo una mierda, pero la historia ante nuestros ojos...

A Philip K. Dick lo han admirado escritores grandes entre grandes, como Bolaño o Carrére. Su obra es universo abierto, salto al vacío, es la atracción de Dragones y mazmorras, es un Elige tu propia aventura. Es duda y conclusión, pero aun con duda. Es, sí, una de las experienci­as más desafiante­s, plenas y divertidas que existen entre páginas. Aunque cueste, al principio.

(Siempre pueden empezar por la peli. Hay mogollón.)

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