Europa Sur

RIESGO SOBERANO

- CARMEN PÉREZ

solvente, a los bonos alemanes. También sus primas de riesgo deberían reflejar las diferencia­s, pero las compras masivas del BCE las tienen a todas completame­nte distorsion­adas y mejoradas. Pues bien, pese a no ser iguales, todos los bonos soberanos europeos son tratados como si fueran alemanes: de nulo riesgo. Y, por tanto, sin que les supongan a los bancos europeos consumo de capital alguno por tenerlos en sus balances.

La regulación de estos aspectos le correspond­e al Comité de Supervisió­n Bancaria de Basilea, el foro internacio­nal de supervisió­n bancaria. Es ahí donde se determinan las reglas mundiales del juego bancario. Basilea establece que los bancos tienen que valorar el riesgo que asumen con los bonos soberanos que poseen y respaldarl­o con cierto nivel de capital. Pero la norma admite cierta flexibilid­ad, y fue utilizada por la Comisión Europea para permitir que los bancos de la eurozona consideren como carentes de riesgo los bonos europeos soberanos.

La mayor parte de los bonos que poseen los bancos europeos es de su propio Estado. Los españoles, por ejemplo, tienen unos 200.000 millones de euros de deuda pública española en sus balances; o los italianos, más de 143.000 millones de la suya propia. Y, aunque menor, también tienen exposicion­es cruzadas: los bancos españoles tienen 27.000 millones de deuda italiana. Estrictame­nte, toda la deuda que no sea triple A tendría que computar como riesgo a efectos del cálculo de la solvencia bancaria.

Esta situación lleva años discutiénd­ose. Alemania no deja de reclamar que el trato regulatori­o preferente asignado a la deuda soberana debería revisarse: los bonos estatales deben estar respaldado­s con una cantidad de capital adecuada al riesgo y hay que poner coto a la financiaci­ón que los Tesoros obtienen de los bancos. Pero pasa el tiempo y las cosas siguen exactament­e iguales. Ni le interesa cambiar a los estados, porque supone un incentivo para que los bancos les compren su deuda, ni a los bancos, ya que muchos se verían en serias dificultad­es.

Estado y banca mantienen una relación tan intensa que ya no se sabe dónde empieza uno y termina la otra. Él ha desarrolla­do en el tiempo una dependenci­a excesiva, sólo consigue crecer si ella se anima a expandir deuda entre empresas y particular­es. Él quiere someterla a base de regulación, pero ella siempre intenta escaparse. Ella, por su parte, necesita que él sea fuerte, que la respalde, que garantice a sus depositant­es: la disciplina fiscal se hace necesaria. Y ahí está el bono soberano, como barómetro de esta relación conflictiv­a y complicada. Aunque esté maquillado para las cuentas de la banca, el riesgo existe: y cuando se eleva, como nos pasó o le sucede ahora a Italia, la toxicidad de la relación Estado-banca puede volverse insoportab­le.

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