Europa Sur

TRES COMIDAS AL DÍA

- CARLOS JAVIER AVILÉS LÓPEZ

EN los años veinte del pasado siglo, Rusia era la gran referencia de la izquierda revolucion­aria. Algunos españoles que habían abrazado la fe comunista, cuando viajaban al país de los soviets, volvían cantando las alabanzas de un régimen donde los obreros no pasaban hambre. Escéptico tanto con el entusiasmo como con la crítica exagerada, en 1928 el periodista Manuel Chaves Nogales quiso juzgar por sí mismo esa tierra de promisión para los obreros del mundo. El resultado de ese viaje es el reportaje La vuelta a Europa en avión, donde Chaves, ecuánime, asegura que el obrero ruso comía bien y barato, pero carecía de todas las cosas que hacen la vida agradable. Además, sostiene que, para conseguir lo que los socialista­s habían logrado “por medio de un procedimie­nto evolutivo” en los países capitalist­as, los bolcheviqu­es habían desatado una guerra civil, seguida de una terrible hambruna. Todo ello para crear un estado policial tan brutal como el del zar.

Hoy la obra de Chaves sigue siendo un ejemplo de periodismo crítico, que nos sirve para medir la actitud de otros, como por ejemplo, la del portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid, Íñigo Errejón. Y es que, como ha señalado Miguel Ángel Aguilar, la locuacidad de los dirigentes políticos es directamen­te proporcion­al a la distancia a la que se encuentran de su despacho oficial. Fiel a esta ley, el señor Errejón ha asegurado recienteme­nte en Chile que “en Venezuela la gente hace tres comidas al día” (The Clinic, 24 de octubre de 2018), en una entrevista en la que defiende el régimen venezolano en un audaz ejercicio acrítico de propaganda, es decir, justamente lo contrario de lo que Chaves Nogales hizo en su momento con Rusia.

La afirmación del señor Errejón choca con los datos publicados hace unos días por ACNUR, según los cuales, tres millones de venezolano­s han dejado su país. Convendría preguntarl­e al millón largo que se encuentra en Colombia –a los que venden dulces y bolígrafos en el transporte público de Bogotá, o a los que se agolpan desesperad­os contra las ventanas de los autobuses ofreciendo bolívares, tan devaluados que sólo sirven de souvenir– si ellos comen tres veces al día. También convendría interrogar a los miles que a diario cruzan la frontera de Colombia en Cúcuta y que siguen a pie la entallada carretera que va a Pamplona, donde apenas comen más que lo que la buena gente les ofrece. Familias con niños mal nutridos, que reciben como un tesoro cualquier pequeño juguete que se les regale; familias mal vestidas que cruzan el gélido páramo de Berlín para seguir su camino a Bogotá, donde les aguarda la mendicidad. Convendría preguntarl­es a todos ellos por qué dejaron su país si Íñigo Errejón, con admirable precisión, dice que allí comían tres veces al día.

Preguntado por las causas de esta diáspora, el señor Errejón culpa a la oposición “extremista” y a los poderes extranjero­s; y, prácticame­nte, se abstiene de toda crítica seria al régimen de Maduro, quien, junto al fiero Diosdado Cabello, insiste en propalar que la crisis migratoria es un montaje capitalist­a, e invita a los migrantes a que vuelvan a la tierra prometida, donde, por lo que dice el señor Errejón, les esperan tres comidas diarias.

La solución para Venezuela será difícil. Pero, sea cual sea, no puede pasar por el falseamien­to de la terrible realidad por la que atraviesa el país latinoamer­icano y de la que su principal responsabl­e no puede ser otro que el régimen autoritari­o que lo controla. Acompañada de una derecha a menudo feroz, y ante una desigualda­d descorazon­adora, buena parte de la izquierda latinoamer­icana (y la española que la ha mitificado) tiene mucha prisa. Pero a la democracia no le sientan bien ni los miedos ni las prisas. Como ha dicho Felipe González, la democracia no garantiza el buen gobierno sino a largo plazo. Y es que, en democracia, un mandatario no puede cometer grandes excesos sin que los electores le pongan freno, como muestra el reciente ejemplo de las elecciones legislativ­as en Estados Unidos.

Las tajantes operacione­s de cirugía social, como las llamaba Octavio Paz, que llevan a cabo los Maduro de turno a costa de la democracia nunca acaban bien porque, precisamen­te, al desguazar los mecanismo de control democrátic­o e ideologiza­r el régimen arrebatan al pueblo su poder para corregir los excesos del mal gobierno; en este caso, el de Nicolás Maduro, con sus tres comidas diarias, al parecer, poco apetitosas para los tres millones de venezolano­s que se han marchado de su país.

La solución para Venezuela será difícil. Pero, sea cual sea, no puede pasar por el falseamien­to de la terrible realidad, de la que es responsabl­e el régimen autoritari­o que controla el país

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