Europa Sur

SOCIEDADES INSTRUMENT­ALES

- EDUARDO JORDÁ

TIENE usted una sociedad instrument­al? ¿No? Entonces sépalo ya de una vez: es usted un pringao. Cualquier persona que se precie, cualquier persona que haya hecho algo positivo en la vida tiene una sociedad así, a la que le pone nombres muy bonitos –Martín Pescador, Karl&Marx– para luego poder desgravar a Hacienda y pagar mucho menos de lo que pagan los pobres pringaos como usted (y como yo, dicho sea de paso). Por poco que se escarbe un poco en el patrimonio de alguien

que tiene eso mismo –patrimonio–, enseguida aparece la sociedad instrument­al o la telaraña financiera que permite eludir los tributos que los pringaos no podemos eludir jamás. Y si hiciéramos un repaso de personajes televisivo­s, deportista­s, cantantes, banqueros y artistas más o menos conocidos –y bien pagados–, el único rasgo común a todos ellos sería que todos (y todas, por supuesto) disponen de su sociedad instrument­al para escamotear dinero a Hacienda. Y quizá los que más las usan sean los que más alardean de ideas izquierdis­tas y de odio a toda forma de corrupción y de injusticia. Sería muy divertido, por ejemplo, que un día se supiera cómo tributan a Hacienda esos personajes que se han hecho famosos persiguien­do corruptos (del PP, eh,

sólo del PP) con la misma furia con que los hurones persiguen conejos por una madriguera.

Por supuesto que hay que pagar impuestos. Por supuesto que la educación y la sanidad públicas se pagan con impuestos. Eso no lo discute nadie. Pero lo que nos molesta a los pringaos es que haya gente que consiga pagar, en proporción, mucho menos de lo que pagamos los demás. Si eres autónomo –es decir, el más pringao entre todos los pringaos–, olvídate un mes de pagar la cuota porque no has tenido prácticame­nte ingresos, o haz mal tu declaració­n porque no puedes pagarte una asesoría fiscal: al instante caerán sobre ti los sabuesos pertinente­s que te devorarán y te harán pedazos. Pero si tienes una sociedad instrument­al y puedes hacer malabarism­os fiscales, entonces las cosas cambian. Cuántos ministros no hemos visto que tenían sus sociedades instrument­ales y sus bicocas bien protegidas, y ahí siguen todos, tan anchos, tan solidarios, tan preocupado­s por la justicia y por el bienestar de la humanidad. Y en cambio los pringaos, pobrecitos, ni siquiera pueden alardear de lo buenas personas que son.

Sería divertido saber cómo tributan esos personajes que se han hecho famosos persiguien­do corruptos

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