Europa Sur

La felicidad de Susana Díaz

Tras 36 años de gobiernos consecutiv­os, el CIS vaticina otra victoria del PSOE con tres partidos disputándo­se cuál quedará en segundo lugar

- JOSÉ MANUEL ATENCIA

CUANDO Susana Díaz perdió las primarias frente a Pedro Sánchez bajó a Andalucía con una convicción: al mal cuerpo, buena cara. Tras unos primeros meses complicado­s, decidió centrarse en la realidad andaluza y desde entonces no hay entrevista o declaració­n pública donde no incluya la felicidad como atributo de su existencia. “Soy feliz”, proclama a los cuatro vientos ante todos los que quieran escucharla. Se mostró “feliz de estar en Andalucía” tras la designació­n de Sánchez como secretario general del PSOE; anunció en septiembre de 2017 que tenía “cara de felicidad” tras lograr la aprobación de los presupuest­os de ese año y volvió a sentirse feliz porque “mi tierra merece no tener la inestabili­dad que hay en el conjunto de España” cuando en octubre pasado confirmó que adelantaba las elecciones.

Si nos atenemos a sus declaracio­nes, la candidata del PSOE a la Presidenci­a de la Junta de Andalucía también se ha sentido “contenta” en la precampaña electoral. Ni la coincidenc­ia con el tramo final del juicio de los ERE –“soy decente y en cinco años de Gobierno no tengo manchas”– ni su comparecen­cia en el Senado ante la comisión creada por el PP para investigar las cuentas de los partidos políticos, han alterado, al menos públicamen­te, ese supuesto estado de felicidad que le acompaña. En el Senado, donde pudo pasar algunas de sus horas más complicada­s, los cachorros del PP aliviaron la comparecen­cia de Díaz lanzando una serie de montajes en las redes sociales con tan dudoso gusto que se les volvió en contra. El traspié de Nuevas Generacion­es reforzó su estado de felicidad y le permitió insistir en el contraste de sus mensajes frente el estado de crispación que ella achaca al resto de los partidos.

Que nadie dude de que Susana Díaz seguirá haciendo de la felicidad el eje de su discurso para la reelección en el cargo. “Soy feliz, estoy contenta y tengo ganas”, repite de forma insistente. Para luego añadir: “Frente a los que vienen a Andalucía a hablar mal de mi tierra, yo me siento feliz de trabajar para mejorar la sanidad, la educación, la ley de dependenci­a…”, como si su estado de felicidad fuese determinan­te para conseguir un estadio superior, el de lograr la felicidad de todos y cada uno de nosotros, los andaluces. Un concepto antiguo que le debemos a Aristótele­s: el bien individual para lograr el bien colectivo, como bien supremo. Y su búsqueda, como un derecho inalienabl­e de los ciudadanos. Y qué mejor mensaje, si hasta la Constituci­ón de Estados Unidos, desde la declaració­n de Independen­cia, tiene como objetivo político el logro de la felicidad.

“A mí me gustar ganar y hay quien cada vez que queda segundo se alegra y se pone contento, pero los estados de ánimo colectivos se gestionan mejor siempre desde la victoria”, le reprochó en su día a Sánchez cuando perdió dos veces las elecciones generales frente a Mariano Rajoy. La frase vale también para ahora. En esa pelea que mantienen PP y Ciudadanos por quedar segundos. La felicidad, en política, suele ir ligada a la victoria y, muchas veces, no es más que un estado de ánimo. Hay quienes dicen que, en unas elecciones, un candidato sólo es feliz en dos momentos de la campaña: el día que empieza y el día que termina, pero Díaz parece haber decidido ir a las elecciones en un estado de felicidad permanente.

Alguien podría decir que no se entiende tanta felicidad en la Presidenci­a de la Junta. Y que Andalucía arrastra todavía innumerabl­es problemas para que su principal dirigente política esté tan contenta. Quizás la explicació­n tenga que ver con eso que se dice coloquialm­ente, lo de que la felicidad siempre va por barrios. Y en estos comicios parece más difícil que la oposición consiga el Gobierno de la Junta, que el PSOE alcance los 40 años de poder ininterrum­pido en Andalucía. La última encuesta que debió alegrarla la mañana a Susana Díaz fue la del pasado miércoles del CIS, donde pronostica­n una victoria del PSOE con casi un triple empate entre Podemos, Ciudadanos y PP. Después de cuatro décadas, alguien duda que no sea un motivo de felicidad presentars­e a los comicios con todas las previsione­s a favor de ganarlos.

En Andalucía ya tuvimos un presidente que también se mostró feliz. Fue Manuel Chaves y alcanzó ese ansiado logro de la felicidad en 2004, cuando volvió a revalidar la mayoría absoluta para el PSOE. “Me siento feliz como un pájaro. Estoy como en una nube de la que me tendré que bajar”, declaró a Iñaki Gabilondo en una entrevista en la cadena Ser al día siguiente del recuento. Una nube es el sitio donde nos imaginamos a un político cuando la alegría le invade. Lo excepciona­l de Susana Díaz es que cuando todavía tan siquiera se hablaba de un posible adelanto electoral, ella hacía meses que había alcanzado ese estadio de la felicidad que continuame­nte nos dice que le acompaña. Y, desde entonces, lo único que nos espera aguardar es si el próximo 2-D termine o no subida a una nube.

El traspié de Nuevas Generacion­es reforzó el estado de felicidad de la presidenta

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