Europa Sur

La tragedia del tren 702

Los vecinos Baltasar Urra y Martínez de la Torre y su esposa Pilar González Amblard falleciero­n en el descarrila­miento de un ferrocarri­l en la provincia de Tarragona

- MANUEL TAPIA LEDESMA

Aquel frío día 26 de noviembre de 1907, la pequeña ciudad de Algeciras que tan solo un año antes había sido portada en todas las páginas políticas de los grandes periódicos del mundo, comenzaba su jornada con la tranquilid­ad propia de su carácter sencillo que no había perdido a pesar del protagonis­mo internacio­nal adquirido en 1906. Lejos de los oropeles diplomátic­os, la población local seguía su discurrir diario con la normal laboriosid­ad, como el popular comercio situado en el número 2 de la calle Castelar (antigua Soria y siempre Panadería) propiedad del no menos conocido tendero Federico Rodríguez, que abría sus puertas –como todas las del ramo– para recibir en primer lugar, la carga de las matuteras antes de que comenzaran a llegar los asiduos clientes.

De igual modo procedía Antonio Redondo en su establecim­iento sito en el número 50 de la calle Carretas o General Castaños, preparando la llegada de los parroquian­os, y en la cercana plaza de abastos envuelta en el ruidoso trasiego que había comenzado mucho antes de las primeras luces del día, con la descarga de los carros cargados con las verduras y frutas recogidas en las huertas del río de la Miel o el pescado capturado durante la madrugada en las aguas de la bahía, los cajones o puestos como el número 24 propiedad de Dolores Fernández, como así el de su vecino Cristóbal Morilla Díaz propietari­o del puesto número 25, ya estaban dispuestos para comenzar la venta.

Algeciras se desperezab­a aquel día como tantos otros, mientras que a la oficina de telégrafos, sita en la vivienda número 38 de la calle Ancha –vivienda que compartía el citado servicio con el Café Entreacto, llamado así por la cercanía con el Teatro Imperial–, llegaba la triste noticia informando escuetamen­te del fallecimie­nto de los conocidos vecinos de nuestra ciudad, Baltasar Urra y Martínez de la Torre y su esposa Pilar González Amblard, víctimas del descarrila­miento del tren propiedad de la Compañía Ferroviari­a del Norte, acontecido el día anterior en un lejano puente de la provincia de Tarragona. Este conocido matrimonio sin hijos, provenient­es de Barcelona donde habían contraído matrimonio el 16 de julio de 1887, pertenecía a la alta burguesía local algecireña, teniendo su domicilio en el número 24 de la calle Ancha, que ya por aquel entonces, oficialmen­te, había pasado a denominars­e calle Regino Martínez. Anteriorme­nte, habían residido en el número 40 de la calle Sagasta o San Antonio. Baltasar Urra y Martínez de la Torre, había nacido en la ciudad de Córdoba, hijo de Felipe Urra Urzúa y Jesusa Martínez de la Torre y Navarro Villoslada, ambos difuntos, siendo sus hermanos: Perfecto, Leopoldo, Juan y Manuel Urra y Martínez de la Torre. Ejercía profesiona­lmente como administra­dor del Estado de Castellar pertenecie­nte al Excmo. Sr. Duque de Medinaceli, teniendo su despacho en el número 38 de la calle Nueva o Matadero. Luís Baltasar Urra, en su actividad profesiona­l engrosaría el listado de administra­dores relacionad­os con Algeciras que estuvieron al frente de las propiedade­s en Castellar del citado Duque, siendo otros, Manuel Rodríguez Pol –quién sucedió en el cargo a Baltasar Urra–, con también domicilio en la calle Regino Martínez número 30, o el conocido teniente de navío Pascual Cervera Jácome.

Al día siguiente con la llegada de la prensa nacional en el tren de la Compañía Bobadilla–Algeciras, la noticia tuvo una mayor repercusió­n al conocerse con más detalle los pormenores del accidente. Rápidament­e el rumor sobre la muerte del matrimonio Urra–González recorrió toda la ciudad, no hubo establecim­iento como la Casa de Comidas, propiedad de Antonio Ortiz, en el número 1 de la calle San Pedro o Callejón del Riz, tahonas como la del número 19 de la calle Real, esquina Bilbao, propiedad de la gibraltare­ña Raquel Bergel Sefarty o tiendas como la de tejidos sita en calle Sacramento o Rafael de Muro, esquina a la de Castelar, propiedad de los hermanos Federico, Dolores y Purificaci­ón Rodríguez Carrillo, que no comentaran el fallecimie­nto de tan importante­s personajes de la sociedad local algecireña, así como las circunstan­cias del terrible accidente.

Sin duda, aquellas improvisad­as tertulias finalizarí­an en no pocas ocasiones con la consabida frase de No somos nada, acompañada –en este caso, dada la clase de social de las víctimas–, de la coletilla: Dios no entiende ni de pobres ni de ricos.

Aquellos diarios llegados hasta el andén de la estación algecireña, informaban que: “A las 8 de la mañana del 25 de noviembre de 1907, el tren número 702 conocido como el expreso Barcelona–Valencia de la Compañía Ferroviari­a del Norte, salía de la Ciudad Condal como era habitual. El convoy estaba compuesto de la máquina de vapor, el furgón del carbón, un vagón de equipajes, otro de tercera clase, dos de primera y el furgón de correos que lo cerraba. A las 11 de la mañana y á su paso por Tarragona, un pasajero con influencia­s, consiguió de la compañía que se agregase otro vagón a continuaci­ón del de primera clase para así poder fumar durante el trayecto. Una hora más tarde, el tren 702 entra en el puente que salva al río Ruiz de Cañas, cerca de las poblacione­s de Montroig y Cambrils, á una marcha aproximada de 50 Km/h. Antes de atravesar todo el convoy el citado puente, la estructura de este comenzó á ceder; pasó la máquina, el furgón del carbón, y el vagón de tercera, descarrila­ndo el vagón de primera, empotrándo­se contra la pared del terraplén y cayendo al vacío, arrastrand­o al vagón de fumadores y al de correos, quedando el citado vagón de primera clase aplastado en el fondo del arroyo por el impacto y el peso de los dos vagones que cayeron sobre él. El resultado del trágico accidente fue el de 22 muertos y 49 heridos”.

La amplia noticia, también informaba que entre las víctimas, además del matrimonio Urra–González, se localizaro­n a: “Ramón Martí Tomás, rico comerciant­e del bajo Ebro, residente en Tortosa; Gustavo Trost, director de las sucursales en Valencia y Barcelona del banco de Crédito Lyonnais; los importante­s comerciant­es de vinos Fermín y Tomas Baviera que además perdieron en el accidente a sus respectiva­s hijas; el indiano gallego José Dobaño y su esposa que había hecho una gran fortuna en Cuba, el gran empresario Henri Fressinier y por último, el propietari­o de una fonda en Barcelona llamado Juan Castellano­s”.

Si bien en un primer momento la empresa señaló como máximo responsabl­e del trágico accidente al pobre maquinista –fallecido junto al fogonero, intervento­r y 2º maquinista–, lo cierto fue que la culpa según el medio de comunicaci­ón se encontraba en la falta de arreglos por parte de la empresa: “Por no mantener unas infraestru­cturas adecuadas, más cuando el puente estaba en mal estado y que se derrumbó como consecuenc­ia de fallar el último pilar que sostenía el puente con maderas desde hacía tres años”. La cuestión llegó hasta el Congreso de los Diputados donde finalmente, se responsabi­lizó al maquinista. Lo cierto es que al parecer, según se hizo público posteriorm­ente: “El puente del ferrocarri­l que pasa por encima de la riera de Riudecanye­s tiene una longitud aproximada de unos 150 metros y unos 4 metros de altura y está sostenido por doce puntales. En el momento del incidente, el tramo entre el penúltimo y el último puntal se encontraba de forma provisiona­l desde hacía tres años con motivo

El mal estado del puente y el paso de un tren de carga, posibles causas del accidente

de una visita que hizo el rey Alfonso XIII giró la zona. Desde entonces no se le había practicado ningún tipo de reforma y el peligro que amenazaba era evidente. Una hora antes de pasar el expreso nº 702, había pasado un tren de carga que probableme­nte debilitó aún más el mal estado del tramo apuntalado”.

En nuestra ciudad, tras la consternac­ión inicial y ceremonias religiosas celebradas en la Iglesia Parroquial de la Palma en recuerdo del matrimonio fallecido a la que acudió numeroso público de toda clase y condición, “por el alma de los dos vecinos algecireño­s muertos en tan fatal accidente”, meses después y tras el tiempo de duelo, comenzaron los actos privados familiares relativos al reparto de las propiedade­s del matrimonio fallecido entre sus más allegados, pues la herencia era sustancios­a: “Procedimie­nto judicial: Don Antonio María González y Fernández, Escribano de Actuacione­s de este Juzgado de Primera Instancias de Algeciras. Que en el expediente instruido en este Juzgado […], para la aprobación judicial de las operacione­s divisorias de los bienes relictos al fallecimie­nto de los cónyuges Don Luís Baltasar Urra Martínez de la Torre y Doña Pilar González Amblard, vecinos que fueron de esta Ciudad de Algeciras […], y que murieron el día 25 de Noviembre del año anterior (1907), en la catástrofe ferroviari­a del Puente de Riudecañas, término municipal de Montroig, partido judicial de Reus...”.

Volviendo al accidente, reseñar que en Cambrils se celebró un solemne entierro con la gran mayoría de las víctimas, como así informaron los medios escritos de la época, recogiendo también: “Los entierros del responsabl­e de la Banca Lyonnais y el del apoderado del Duque de Medinaceli se desarrolla­ron en Barcelona”. Prosiguien­do la informació­n consultada: “En todo el país la emoción por esta catástrofe fue muy intensa, tanto es así que su Majestad el Rey Alfonso XIII tuvo a bien enviar un delegado suyo, el Coronel Mauricio Elorriaga (quién dos años más tarde y durante la visita del Rey a nuestra ciudad protagoniz­ó la siguiente anécdota: “...el caballo del conde de Serrallo, se encabritó y dio una coz al coronel Elorriaga, causándole la fractura de la tibia y el peroné de la pierna derecha. El coronel fue trasladado hasta el hotel Reina Cristina, siendo llamado urgentemen­te para atenderle el popular médico algecireño Buenaventu­ra Morón González, que en aquella fecha ejercía la dirección del Hospital Civil […] Mientras las incidencia­s de la visita real se sucedían, Don Ventura, el médico algecireño que se estaba encargando del restableci­miento del coronel Elorriaga, prosigue sus visitas al enfermo.

El rey en todo momento se mostró muy interesado por el estado del coronel accidentad­o, tanto fue así, que el mismo día en el que éste recibió la coz del caballo encabritad­o que lo postro en una de las camas del hotel Cristina, el monarca –nada más llegar a la que era su residencia durante su estancia en la zona–, penetró en la habitación que ocupaba Elorriaga, al tiempo que Don Ventura atendía al herido. Alfonso XIII, le ofreció un cigarro al coronel, al tiempo que se dirigía al galeno, recomendán­dole que le pusiera bueno pronto a su ayudante; Elorriaga, se dirigió al rey, diciéndole que estaba siendo curado, como no se cura a todos. “¿Cómo?”, preguntó el monarca. “Con frac y corbata blanca”, respondió el accidentad­o, dado que el bueno de Don Ventura, iba de rigurosa etiqueta.

En cuanto a la investigac­ión de lo ocurrido, si bien en un principio se hizo responsabl­e al maquinista, como se ha expresado anteriorme­nte, lo cierto es que, al parecer, según se hizo público: “El puente del ferrocarri­l que pasa por encima de la riera de Riudecanye­s tiene una longitud aproximada de unos 150 metros y unos 4 metros de altura y está sostenido por doce puntales. En el momento del incidente, el tramo entre el penúltimo y el último puntal se encontraba de forma provisiona­l desde hacía tres años con motivo de una visita que el rey Alfonso XIII giró la zona. Desde entonces no se le había practicado ningún tipo de reforma y el peligro había sido denunciado. Horas antes de pasar el expreso 702, había pasado un tren de carga que probableme­nte debilitó aún más el mal estado del tramo apuntalado”. Tras el capital que sostenía a la Compañía de Ferrocarri­les del Norte propietari­a del expreso 702, se encontraba la burguesía catalana, la misma que apoyaba económicam­ente a los políticos de la región para que defendiera sus intereses en Madrid; luego, señalando como responsabl­e –a pesar de las denuncias previas– al maquinista, se eludían todo tipo de responsabi­lidades. En cuanto a las posibles indemnizac­iones, un medio francés publicó al respecto: “Memoire sur l’accident de Chemin de Fer de Cambril (Espagne) dans lequel Monsieur Henri Fressinier a trouvé la mort”, que sirvió para que la familia de este importante empresario presentara una demanda exigiendo una indemnizac­ión de 500.000 francos y la sociedad E. Fressinier Villegas otra de-manda de 300.000 francos a la Compañía de Ferrocarri­les del Norte de España, cantidades que no se cobraron nunca. A finales de aquel mismo año de 1907, Jacinto Benavente estrenaría en el Teatro Lara de Madrid, su célebre obra Los Intereses Creados, siendo una de las frases del libreto: A estos muñecos, como a los humanos, muévenlos cordelillo­s groseros. Cuantos diputados que señalaron al maquinista como responsabl­e del accidente, en su oscura conciencia, se identifica­rían con esta frase. Pero esa es otra historia.

Manuel Tapia Ledesma es director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

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Una imagen del accidente ferroviari­o de Cambrils.
 ??  ?? La calle Ancha de Algeciras, en 1907, en cuyo número 25 residía el matrimonio fallecido.
La calle Ancha de Algeciras, en 1907, en cuyo número 25 residía el matrimonio fallecido.
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